Leandra

Las cámaras del castigo

El ancho del pasillo medía un metro y estaba iluminado por la tenue luz de algunas antorchas que distaban una de otra, pero la poca luz alcanzaba para ver que el pasillo se perdía en la distancia. Las paredes estaban construidas con unos bloques enormes de concreto y estaban cubiertos de moho. En aquel lugar se respiraba una terrible humedad y había un silencio sepulcral.

—Tengan cuidado donde pisan y lo que tocan. Esto no me gusta nada —confesó Owen.

—Sí —susurraron Lea y Philip.

Caminaron con sumo cuidado por aquel largo pasillo. Observaban muy bien dónde pisaban, hasta que Philip sintió que su pie tropezó con algo y de inmediato escucharon un ruido estruendoso que se acercaba a ellos delante y detrás.

—¿Qué es eso? —preguntó Leandra.

—Se acerca muy rápido —aseguró Owen.

Sólo en segundos pudieron distinguir lo que ocasionaba el ruido. Por el frente del pasillo y detrás de ellos se acercaban dos muros con púas metálicas incrustadas y se aproximaban con el objetivo de aplastarlos.

—¿Qué haremos? —Instintivamente Philip sujetó el brazo de Leandra.

No había tiempo de hacer mucho. Estaban perdidos. Era imposible detener aquello; no tenían la fuerza suficiente y no había ninguna abertura por donde escapar. El fin era inminente. ¿Qué hacer ante una situación así? Se encontraban espalda con espalda a la espera de la muerte. Todo ocurrió en cuestión de segundos. Lea cerró los ojos. El ruido era ensordecedor, hasta que de pronto dejó de escucharse. Cuando Leandra vio lo que ocurrió quedó anonadada. Owen había interpuesto su espada divina entre los dos muros.

—¡Por todos los dioses! Tu espada es increíble —exclamó Leandra.

—De prisa, hay que buscar una forma de salir, quien sabe cuánto tiempo resista la espada. —Pero no pasó un segundo de que Owen hablara cuando de las paredes empezó a salir agua de la unión entre un bloque y otro—. Y ¿ahora qué? —refunfuñó.

La presión del agua era tan fuerte que arrancó los bloques y el agua fluyó libremente. Muy pronto el agua les llegó al cuello y trataban de no ahogarse. Alcanzaron el techo del pasillo, pero no encontraban cómo salir de este apuro, hasta que el agua los tapó por completo. Leandra, falta de aire, golpeaba el techo del pasillo. Sin darse cuenta, ella activó un interruptor con sus golpes y una compuerta se abrió y salieron disparados por la presión, incluso la espada del Capitán. Tan pronto salieron el hueco se cerró.

—¿Están bien? —preguntó el Capitán.

—Sí —dijo Philip con dificultad, mientras escupía agua de la boca.

—Estoy bien —aseguró Leandra quitándose el cabello que se había adherido a su rostro.

Cuando recuperaron el aliento, observaron el lugar en donde estaban. Era otro pasillo que estaba más iluminado. Owen recogió su espada y la enfundó, y, de inmediato, se pusieron en marcha teniendo sumo cuidado dónde pisaban. El pasillo sólo tenía cinco metros de largo, pues al final se encontraron con una cortina hecha de cadenas doradas muy finas.

Con mucha precaución y con Owen a la cabeza, atravesaron la cortina y se encontraron con otro pasillo el doble de ancho que el que tenía las paredes movedizas. Estaba iluminado por antorchas. El piso era de mosaicos blancos y amarillos, las paredes tenían la misma forma que el primer pasillo, sólo que estaba libre de moho y tenía un color azafranado. En los muros había muchos agujeros que juntos formaban yunques. Entre cada yunque había aproximadamente medio metro y distaban del suelo sólo unos dos codos.

—Esto no me gusta. —Owen se detuvo en la entrada—. Escúchenme, debemos caminar todos por el mismo lugar. Con mi espada tocaré cada mosaico para ver si es seguro. Estén alerta.

—Sí —contestaron.

Entonces, el Capitán desenvainó su espada. Desde donde estaba presionó el mosaico que tenía en frente, pero como no ocurrió nada dio un paso hacia este, y tocó el próximo. Leandra y Philip avanzaron por donde él les indicaba. Primero Owen, luego Leandra y por último Philip. Habían avanzado de forma exitosa casi hasta la mitad del pasillo, cuando Owen sintió que al tocar uno de los mosaicos con su espada, este se movió un poco. Owen les gritó que se agacharan, pero Leandra no se dio cuenta de lo que ocurrió, pues Philip la había tirado al suelo. Sólo escuchó varios disparos que salían a toda velocidad hasta detenerse. Leandra cayó boca abajo y el muchacho encima de ella.

—¡Philip! ¿Estás bien? —Pero él le contestó con una dolorosa tos.

Al escucharlo un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Con cuidado, Leandra salió de debajo de él colocando a su amigo de costado y lo que vio la horrorizó. Philip tenía incrustadas unas diez flechas desde su espalda hasta los muslos.

—¡Philip! —gritó desesperada mientras le corrían las lágrimas por las mejillas.

El Capitán también estaba en el suelo, pero sólo tenía una flecha clavada el hombro izquierdo. Buscó a sus compañeros con la mirada y se olvidó de su herida cuando vio la situación de aquel joven. Se arrastró hasta ellos. Leandra estaba sentada en el suelo con la cabeza de Philip sobre las piernas.

—Rápido, tenemos que sacarlo de aquí —atinó a decir.

—No —balbució Philip mientras tosía sangre—, sé… que este es… mi fin.




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