Leandra

La prueba de Owen

—¡Leandra! ¡Leandra! —la llamó Owen.

—¿Sí? —contestó abriendo los ojos y viendo que estaba acostada sobre la cama mientras Owen y Cleto la observaban.

—¿Estás bien? Te encontramos tirada en el suelo —le explicó el Capitán.

—Debí haberme desmayado. Ya estoy bien, solo necesito algo de comer —les dijo sonriendo. Owen le ofreció un trozo de pan, vino y almendras—. ¿Falta mucho para llegar a las Cícladas? —preguntó llevándose unas almendras a la boca.

—Todavía falta mucho mar para que lleguemos —contestó Cleto.

—Espero que sea corto el viaje.

—Te veo con más animada —señaló el Capitán, absorto con el cambio tan drástico que dio la joven, pues, mientras comía, habló con ellos trivialidades y riendo a todo pulmón.

—Estoy bien —fue su respuesta.

Sin embargo, ellos no imaginaban que Leandra ya no era la misma. Todo transcurrió normal en El Vengador. Pasaron varios días y Leandra siguió la misma chica simpática de siempre; pero todos en el barco estaban extrañados y preocupados por la forma en que ella enfrentaba su dolor, pero nadie se atrevió a decirle nada. Sin embargo, Owen se cansó de eso y decidió enfrentarla.

—Leandra, ¿realmente estás bien?

—Claro que estoy bien. ¿Por qué la pregunta? ¿Debo sentirme mal? —contestó.

—Yo no creo que estés bien. Pienso que es sano que expreses tu dolor para poder superarlo. Con lo que haces solo escapas de él y no lo enfrentas.

—No sé de qué me estás hablando —contestó confundida con las palabras del Capitán.

—¿Qué te ocurre? ¿Ya te olvidaste de la muerte de Philip? —exclamó impaciente.

—¿Qué? ¿De dónde conoces a Philip? Y ¿Por qué dices que está muerto? Él está en Corinto, no permití que viniera a este viaje conmigo.

—¿Qué? —exclamó el Capitán confundido—. Leandra… —Y la sujetó por los hombros— tienes que superar esto. Imaginando que no ha muerto no te ayuda, tienes que enfrentarlo. Pronto llegaremos a Delfos y debes estar bien para enfrentarte a Apolo.

—Owen, no comprendo qué es lo que te pasa.

Fue su simple respuesta. Esto preocupó aún más a Owen. La situación era más grave de lo que pensaba. Pero, entonces, Lea se desmayó y el Capitán la sostuvo.

—Leandra, ¿estás bien? —le preguntó dándole suaves palmaditas en las mejillas.

Cuando Leandra abrió los ojos Owen vio con asombro que el precioso y profundo iris grisáceo había desaparecido y solo quedaba un blanco inyectado con finas venas rojas. En su boca se asomaron unos largos colmillos y su rostro expresaba mucha ira. Al ver a Owen se retorció en sus brazos y se escapó, corriendo hacia la batayola y arrojándose al mar; pero no cayó al agua, Owen la observó desplazarse hacia el norte volando con ayuda del anillo que controlaba el viento.

—¡A estribor! —gritó el Capitán sin perder tiempo.

—¿Qué le sucedió? —preguntó Cleto que se acercó corriendo cuando la vio saltar.

—No lo sé, pero tengo la impresión de que hay dioses metidos en esto.

—Por la dirección que tomó, puede ser que se dirija a la isla de Milo en las Cícladas —determinó Cleto mirando el horizonte.

El Capitán se acercó a la batayola con la mirada puesta en el camino que tomó Lea. Caviló en silencio lo ocurrido. Para él nada tenía sentido, pero sospechaba que pronto sabría lo que le ocurría a Leandra. En ese instante, frente a él, aparecieron dos mujeres en una cortina de polvos de oro. Ambas flotaban en el aire sobre el mar.

Eran hermosas. Una era alta, con aire dominante; su piel era tersa y sus cabellos hasta las rodillas, eran escarlata. Sus ojos eran grises y grandes, y estaba maquillada con un color verde muy suave. Su boca era muy provocativa, de un tono carmesí. La otra era un poco más baja, pero no dejaba de ser igual de bella. Su pelo, alborotado, era rubio y sobre éste llevaba una corona de flores amarillas. Tenía el semblante de una mujer apacible y dócil. Ambas llevaban una túnica larga de color verde.

—¿A cuales bellas diosas tengo el honor de conocer? —preguntó Owen e hizo una leve reverencia.

—Capitán —dijo la alta—, el placer de conocerlo es nuestro. Mi nombre es Melisa.

—Y yo soy Xenia —continuó la otra.

—Somos dríadas. Hemos venido hasta aquí porque necesitamos de tu ayuda —dijo Melisa.

—¿En qué puedo ayudarlas? —preguntó muy intrigado.

—Las diosas de la culpa, se han aprovechado de la debilidad de tu amiga y con su poder la han hecho su esclava con el objetivo de que ella asesine a un hombre llamado Pérlagos, un monstruo que asesinó a su esposa e hijo sin causa alguna.

—Y ¿con qué objeto Las Erinias quieren que Leandra haga eso?

—Déjame confesarte que nosotras tenemos que ver con ello —aclaró Xenia—. Las Erinias son diosas muy envidiosas, cuyos corazones están llenos de odio. Esta vez la han tomado contra nosotras y quieren destruir nuestros bosques para que dejemos de existir. El corazón lleno de maldad de este hombre es clave, pues si lo sacrifica en honor a Las Erinias y lo entierra en nuestro territorio, lo envenenará todo y moriremos. Lo que no sabe tu amiga es que si lo asesina se condenará por toda la eternidad a ser perseguida por Las Erinias.




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