Leandra

Truenos y relámpagos

Esa noche se sirvió doble ración de vino para celebrar la gran victoria que habían tenido y los tripulantes de aquella embarcación gritaron porras y sonaron aplausos por la heroína que les había robado el corazón a todos.

—Felicidades, Leandra, te has ganado el respeto y la admiración de mis hombres —recalcó Owen en cuanto cada quien se marchó a sus quehaceres o a descansar.

Estaban solos en la batayola de estribor.

—Gracias, aunque no es gran cosa lo que he hecho. He recibido la ayuda de todos ustedes, en especial de ti y de Cleto— Y sentía que el rubor le cubría el rostro.

—Escucha, esto lo diré sólo una vez —advirtió con cierto tono de orgullo—. Lamento mucho si en algún momento te he subestimado. Eres una muchacha fuera de lo común y yo estoy totalmente seguro de las grandes habilidades que tienes y que sabes defenderte muy bien; pero estás bajo mi cuidado y no me perdonaría ni Lysander tampoco, si algo te ocurriera.

—Nuevamente te doy las gracias. Ni con todo el oro del mundo tendría para pagarte todo lo que has hecho—. Hizo una pausa y su rostro se ruborizó aún más—. Siento mucha alegría porque pronto esto terminará, pero también siento mucha tristeza, porque a bordo de El Vengador me he sentido como en casa y me da mucha pena dejarlos.

Owen bajó la mirada, un pensamiento que jamás imaginó cruzó por su mente: él también la extrañaría mucho. La miró a los ojos y con su mano derecha recogió el mechón de pelo que le colgaba en la mejilla y lo colocó detrás de su oreja; pero por alguna extraña razón su mano no se movió de su mejilla y sintió muchos deseos de estar más cerca de ella.

—También te extrañaremos mucho—. Y haciendo a un lado aquellos sentimientos, la tomó de las manos y le dio un tierno beso en cada mano mirándola a los ojos—. Sin embargo, debes estar muy feliz, porque pronto volverás a tu vida normal, tendrán las riquezas y privilegios que les fueron arrebatados y te casarás sin que nadie resulte herido—. Y soltó sus manos con cierta tristeza en su semblante, pero con una débil sonrisa en sus labios.

—No creo, mis años de moza han pasado y el único que estaba dispuesto a casarse conmigo era Philip, así que me dedicaré a cuidar a mi madre—. Hizo una pausa y continuó: —Y tú, ¿Cuándo te decidirás a formar una familia?

—Aún no he pensado en eso. Mi vida es el mar y sería muy complicado tener una familia, así que por el momento seguiré mi vida como hasta ahora. Ademas, ¿qué mujer podría aguantarme?— Miró el cielo estrellado y le dijo colocando una mano en su hombro: —Vamos, ve a descansar. Mañana nos espera un largo día.

Ella le sonrió y lo obedeció. Se sintió decepcionada, esperaba más de él. El Capitán la observó mientras caminaba a su camarote y se pasó una mano por el pelo. No podía explicarse qué clase de sentimientos eran aquellos que hacían palpitar su corazón tan aceleradamente y le hacían pensar o decir cosas que normalmente no haría. No podía darse el lujo de sentir nada y mucho menos por la hermana de su mejor amigo. Esta aventura pronto terminaría y ella regresaría a su casa y volvería a recuperar el lugar de privilegios que tenía su familia. Mientras que él amaba el mar y formar una familia no estaba dentro de sus planes. Pero lo que más lo detenía era el miedo a entregar su corazón otra vez.

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Al despuntar la aurora el barco se adentró en altamar. Era un hermoso día. El cielo estaba completamente azul y sólo se alcanzaban a ver escasas nubes. El viento estaba a nuestro favor y El Vengador iba a toda velocidad sobre las aguas del mar. Todo transcurrió con normalidad y Cleto afirmaba que llegarían muchos días antes del equinoccio.

Era sorprendente cómo pasaba el tiempo. Hacía ya casi un año que Leandra había salido de su hogar. Extrañaba mucho a su madre y se preguntaba cómo estaría, pero se sentía muy dichosa pues pronto volverían a ser una familia feliz. Por otra parte, la vida en el mar la había conquistado. Se sentía extraordinariamente feliz cuando percibía la brisa yodada acariciándola, cuando veía los amaneceres, los atardeceres, y se enfrentaba a las aventuras y riesgos que conlleva esta vida.

Estos días antes de llegar a Olimpia disfrutó al máximo aquellos placeres que pronto llegarían a su final. Además, pensó en las cosas que haría cuando regresase a su hogar: pondría su vida en orden y gozaría de los privilegios que le habían sido arrebatados. Pero en el fondo, sentía que nada de esto la llenaría tanto como haber pasado este tiempo en el mar junto a hombres tan valerosos, especialmente junto al vengador de los mares.

—¡Tierra a la vista! —gritó uno de los marineros y el corazón de Leandra se sobresaltó. El momento había llegado. Faltaba un día para el equinoccio.

Aún el sol no se había ocultado cuando empezaron a formarse rápidamente negras nubes en el cielo. El viento comenzó a hacerse cada vez más intenso y el mar se agitó violentamente. Relámpagos cortaban el firmamento en dos. Todos estaban sobresaltados, nunca habían visto formarse una tormenta tan pronto y sobre ellos. Muchos de los tripulantes se asustaron, pues temieron provocar la ira de los dioses.

De inmediato, Owen dictó órdenes y los hombres se fueron a los remos, pues ya se estaba haciendo difícil maniobrar sólo con el timón. Cada vez más la tormenta aumentaba en intensidad, pero aquellos hombres no se daban por vencidos y los mantenía la esperanza de que estaban muy cerca de tierra en caso de zozobrar.




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