La tormenta se había disipado. El cielo se mostraba luminoso, lleno de estrellas. Toda la playa estaba llena de trozos del barco. Leandra abrió los ojos pesadamente. Estaba empapada sobre la arena de la playa. El ir y venir de las olas la arropaba hasta la cintura. Su primer pensamiento fue Owen y la tripulación. No podía levantarse, pues su cuerpo estaba totalmente adormecido. Levantó la cabeza y buscó con la mirada, y vio a Owen junto a ella inconsciente sujetando fuertemente su mano derecha. En cuanto tomó control de su cuerpo se sentó y agitó el cuerpo del Capitán. Owen reaccionó.
—¿Estás bien? —le preguntó Lea mientras quitaba con una mano los rubios mechones de pelo que caían mojados en su rostro.
—Sí, y ¿tú? —contestó incorporándose y ayudando a Leandra a levantarse.
—Estoy bien. Debemos buscar a los demás—. Leandra temía lo peor, pues sólo veía escombros y comenzó a vociferar: —¡Cleto! ¡Roboam! ¡Milcíades!—. Pero no hubo respuesta.
Ambos recorrieron gran parte de la playa, pero sólo encontraron restos de El Vengador. Cada momento Leandra se desesperaba más, un dolor intenso oprimía su corazón y la esperanza poco a poco se alejaba de ella. Owen se mantuvo neutro, pero sus ojos expresaban el sufrimiento que sentía. Aquellos hombres eran parte de su vida, eran su familia y perderlos a todos en un momento era algo que su razón ni su corazón podían asimilar. Leandra no pudo controlarse más y las lágrimas brotaron imparables de sus ojos. Owen la estrechó en sus brazos y, aunque sus ojos se mantuvieron secos, su corazón comprimía un intenso dolor y rabia.
—¿Por qué Zeus hace esto? —sollozaba Lea—. Perdóname Owen, esto es mi culpa.
—Tú no eres culpable de nada. Esto es obra de Zeus —le contestó con el rostro endurecido—. Debemos continuar, a media noche se cumple el plazo y tenemos que caminar un largo trecho.
—Y ¿si aparecen sus cuerpos? —dijo separándose un poco de él, sin soltarlo, y recorrió la playa con la vista.
—Regresaremos por ellos. ¡Vamos!—. Y juntos se encaminaron hacia el templo de Zeus.
Durante todo el camino ninguno dijo una palabra. No era necesario. Ambos tenían el mismo sentimiento como si estuvieran unidos por un solo corazón.
El Monte Cronos se iba acercando según caminaban. Éste no era muy alto, pero estaba cubierto de una flora muy abundante. El templo estaba a los pies del Monte. Bordearon todo el río Alfeo hasta llegar al templo. El río estaba tranquilo, a pesar de que es muy caudaloso y con frecuencia suele desbordarse. Después de una larga caminata, el templo se lucía ante ellos majestuoso y formidable. No había nadie alrededor. Había un silencio total y el ambiente pesado les hacía pensar que algo andaba mal y no estaban equivocados: El cielo se cubrió rápidamente de nubes grises, se escucharon fuertes tronadas y el cielo se partía en dos asimétricamente por causa de los relámpagos. Y una carcajada se escuchó retumbar entre la tormenta que se avecinaba.
—¡Al fin has llegado! ¿Disfrutaron la bienvenida? —dijo la voz.
—¡Maldito seas, Zeus! —gritó Owen en un arranque de ira, pues lo invadió el recuerdo de sus amigos muertos y desenvainando su filosa espada dijo: —¿Por qué no te muestras y luchas conmigo?—. Pero su respuesta fue una sonora carcajada.
—Tranquilo, Owen —le rogó Lea sujetando suavemente su brazo—. Ya es tiempo de que termine todo esto, aquí están tus anillos.
Leandra los sacó de sus dedos y los colocó en la palma de su mano, y éstos, al soplo de la brisa se desvanecieron como si fueran de arena.
—Reconozco que has cumplido con lo que te mandé, pero esto todavía no termina.
—¿Qué? —la cara de Leandra se cubrió de horror. ¿Qué plan maquiavélico tenia Zeus entre sus manos?
—¡Eres un maldito, Zeus! —gritó Owen fuera de sí levantando su espada.
Entonces, de la nada, un rayo venido del cielo tocó a Owen lanzándolo a gran distancia de Leandra. El corazón de la joven se paralizó. Corrió hacia el Capitán. Su cuerpo no tenía rastros del impacto del rayo, parecía que estuviera dormido, pero no respiraba. Lea se abalanzó sobre él y como no reaccionaba lo golpeó en el pecho desesperadamente, pero no abrió los ojos.
La muchacha sintió que su corazón se partía en mil pedazos. Una ola de recuerdos de él, los tripulantes, Philip, Lysander, sus padres y todos los que habían sido lastimados por la maldad de Zeus, llegaron a su mente. El dolor fue más fuerte que ella y acostando su cabeza sobre el pecho de Owen lloró amargamente. Estaba sola.
Consiguió calmarse un poco y acercando su cara a la de Owen, buscó sus labios y les dio un suave beso. De pronto, todo el dolor que sentía se convirtió en rabia y, tomando la espada de Owen, se colocó de pie y gritó:
—¡Zeus! ¿Por qué haces esto? ¿Por qué te cobras con personas inocentes? ¡Enfréntate a mí de una buena vez!
—¿Ya estás lista para tu última prueba? —fue su respuesta.
Leandra estaba cansada. Ya no resistía más. Con las pocas fuerzas que le quedaban enterró la espada en el suelo y se dejó caer de rodillas.
—Ya no seré parte de tu juego.
—¿Te rindes? ¿Dejarás abandonado a tu hermano?
Leandra no alcanzó a contestar cuando frente a ella apareció una bella mujer entre destellos de luz. Era Atenea. La diosa estaba cubierta por una luz radiante y su rostro era todo ternura. Se arrodilló frente a Leandra y suavemente colocó algunos mechones de su alborotado pelo detrás de sus orejas.
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Editado: 23.05.2025