Leandra

Viaje al Inframundo

El lugar al que había llegado era lúgubre. Iluminado por la tenue luz de algunas antorchas. No había firmamento. Un techo negro los cobijaba. Frente a ella estaba el aborrecible río Estigia por el que cruzaban los muertos para llegar a su destino final. En el río había un pequeño puerto y una embarcación pequeña con algunos pasajeros a bordo y una fila esperando para abordar. En la barca los esperaba Caronte, un avaro que los llevaba hasta el otro lado del río.

Leandra, sin dudar, se formó en la hilera y cuando estaba cerca del capitán de la barquita vio cómo los muertos abrían la boca y debajo de su lengua Caronte sacaba un denario y Leandra recordó entonces que las celebraciones fúnebres se coloca un denario bajo la lengua del difunto para que pague su pasaje hacia el otro lado del río. De inmediato, Lea colocó el denario que le dio Atenea bajo su lengua para que Caronte no sospechase que ella estaba viva, no fuera esto a tener consecuencias.

—¡Un momento! —gritó Caronte cuando sacó la moneda de su boca—. Tú aun estás caliente. Estás viva —expresó con asco.

—Y eso ¿qué tiene de malo? —exclamó—. Te estoy pagando.

—¿Qué es lo que buscas aquí, chiquilla?

—Zeus me envió. —Y Caronte se echó a reír.

—Si claro, y yo soy Hades.

—¿Quieres que Zeus te fulmine por entorpecer mi camino? —le contestó un tanto enojada, lo que hizo que Caronte se pusiera serio y mostrara cierto temor en su semblante.

—Solo bromeaba. No me importa lo que vengas a hacer aquí, de todas formas no creo que salgas viva, nadie lo ha hecho y Hades no te lo permitirá. —Y le hizo un ademán con la mano para que abordara el barco.

—Ya lo veremos. —Sin más, subió a la desbaratada barca.

En pocos minutos zarparon y se adentraron al río. No se alcanzaba a ver nada, una niebla lo cubría todo. En la embarcación había un silencio sepulcral, solo se escuchaba el sonido de Caronte con su desgastado remo. Era difícil decir cuánto tiempo había pasado, pues en aquel lugar el tiempo no era importante, llegaron hasta la otra orilla. Leandra era consciente de que en este lugar era donde se encuentra Cerberos para cuidar de que no entraran al Tártaros los vivos ni salieran los muertos. Ella estaba un poco nerviosa y sujetó el mango de la espada.

Las almas de los difuntos fueron bajando uno por uno y siguieron caminando como si supieran a donde iban. A la vista se veía una pradera común y corriente, pero el aspecto lúgubre que tenía daba la sensación de tristeza, de muerte. No había sol, pero una luz tenue iluminaba el lugar.

De pronto, Caronte se sobresaltó y miró de forma compulsiva a su alrededor como si buscara algo que no estaba.

—¿Sucede algo, Caronte? —le preguntó Lea mientras se disponía a bajar de la barca.

—Es extraño que Cerberos no esté aquí. De seguro Hades lo necesita para algo. —Su respuesta era más para sí mismo que para Leandra. Haciendo una mueca le restó importancia a ese detalle y con gesto impaciente obligó a Leandra bajar rápido de su propiedad.

—¿Hacia dónde me dirijo para llegar al palacio de Hades? —le preguntó sin importarle que el barquero tenía prisa en volver a la otra orilla.

—Sigue caminando hasta llegar al Erebo. Y si sobrevives, llegarás al palacio. —Una risita maliciosa acompañó la última frase.

—Nos veremos en un rato. —Trató de mostrarle un gesto despreocupado y bajó de la embarcación.

Leandra estaba en las praderas de Asfódelos, en el este lugar donde estaban las almas que no eran ni virtuosas ni malas, vagando sin sentido por toda la eternidad. Allí observó una gran cantidad de personas que caminaban como perdidas por el campo. Sin mirarlos mucho siguió caminando.

Las almas que estaban con ella en la barca andaban delante de ella y se dirigían al Erebo y así llegar hasta el lugar donde Minos, Radamantis y Éaco tienen el duro trabajo de juzgarlos y enviarlos por uno de los tres caminos que se encuentran allí. El primero es el que los lleva devuelta a las praderas de Asfódelos si no son ni buenos ni malos; el segundo los lleva al Tártaros si son muy malas y el tercero los lleva a los Campos Elíseos si son buenos.

Por un largo rato Lea siguió aquellas almas sin despegar su mano de la empuñadura de la espada. Estaba preparada para enfrentar cualquier situación. De pronto, las almas que iban delante de ella se perdieron en una niebla muy densa y a Leandra no le quedó de otra que adentrarse en aquella oscuridad. Sintió un frío que penetró hasta lo más profundo de sus huesos y percibió que no estaba sola; otras personas o almas o quien sabe qué, estaba muy cerca de ella. Entonces, empezó a escuchar murmullos y gritos de personas que decían «no está muerta» «no pertenece aquí» «¿Quién es?» «¿Qué quiere?»

—¿Quiénes son? —preguntó Leandra un tanto inquieta.

—¿Quién eres? —escuchó varias voces.

—Soy Leandra. —Los murmullos aumentaron—. ¿Qué es lo que quieren?

—¿Qué quieres saber? —dijeron varias voces a la vez.

Entonces, Leandra recordó que cuenta una historia que si un vivo logra llegar al Erebo, puede preguntar a aquellas almas lo que quiera saber y se lo dirán.

—¿Dónde está el alma de Owen? —Fue lo primero que se le ocurrió.




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