Leave The City

Capítulo 1. Un día en Isema

El calor era insoportable. Pese a que el tren avanzaba con rapidez entre las estaciones del subterráneo, no entraba aire por las ventanas medio abiertas. Se podía decir que el vagón era un sauna que provocaba náuseas. Yasu no sentía el brazo derecho por tenerlo bastante tiempo estirado. Su mano estaba sudorosa y constantemente resbalaba del tubo de metal y los nudillos se veían blancos por la fuerza que ejercía para no trastabillar. Sin embargo, Yasu se podía soltar del tubo y no temer a caer porque el vagón se encontraba tan lleno que existía una presión que evitaba accidentes. Su piel entraba en contacto con la de otras desconocidas y sentía como en esa zona hacía más calor. Tampoco sentía su brazo izquierdo porque estaba sujetando la mochila que se encontraba en el suelo, su madre la iba a matar por la gran mancha gris que apareció en la parte inferior.

Desde pequeña había realizado ese mismo viaje miles de veces. Yasu vivía en los suburbios y las mejores escuelas se encontraban en el centro de la ciudad, por lo que casi toda su vida había viajado de la última estación de la línea hasta la estación Central. Dieciocho estaciones y un trasbordo era el recorrido para llegar al destino de ese momento: una pequeña cafetería en la cual trabajaba. A pesar del calor, de la densidad de gente y el tiempo que se hacía en esa lata, a ella no le disgustaba el viaje.

La estación quedaba justo a diez minutos caminando desde su casa. Aquella estación era al aire libre, por lo que el tren marchaba junto con los automóviles que iban al centro de Isema todos los días. El tren pasaba justo por encima del río Inus, esa era la razón por la que Yasu le encantaba tomar aquel método de transporte. No importaba qué estación del año era, aquel río permanecía igual y tan diferente al mismo tiempo. Cuando era verano y las personas despertaban una hora tarde, debido al cambio de horario, el agua reflejaba al sol como un cúmulo de estrellas. Cuando era otoño, los árboles que bordeaban el río se veían hermosos con sus hojas anaranjadas. Cuando era invierno, los niños y no tan niños se divertían patinando sobre el río congelado. Finalmente, la época que estaba comenzando, primavera, el torrente se decoraba con las flores recién brotadas en sus orillas. Yasu observaba la hermosa escena cuando la oscuridad interrumpió su vista. Había entrado a la ciudad de Isema y en consecuencia el tren se había metido por las entrañas de ésta.

La chica de dieciocho años vio la hora en su celular con dificultad, la señora de al lado la miró irritada por el movimiento de la chica. Yasu fingió no haberla visto. Faltaban diez minutos para que iniciara su turno y el resto del trayecto lo recorría no en menos de veinte, eso cuando corría con suerte y el tren no se quedaba parado por minutos. Yasu no era una chica con demasiada suerte, pero tampoco era alguien con la peor suerte. El transporte bajó la velocidad gradualmente hasta quedar quieto por completo. Aquellos incidentes eran más comunes con el paso de los días y, de acuerdo con las explicaciones oficiales, se debían a los microsismos que experimentaba la isla. Fenómeno que antes era inusual, pero que con el paso del tiempo se daban con más frecuencia y más fuerza.

La ciudad de Isema, era la capital más grande de las últimas generaciones del planeta Tierra. Aunque no era difícil serlo puesto que era la única ciudad en el único país del mundo, el cual era casi del tamaño de Japón del antiguo mundo. La ciudad fue construida para evitar zonas poco concurridas. En un barrio podían encontrar escuelas de cualquier nivel académico, hospitales, oficinas, tiendas de conveniencia, casas y más. Las calles eran tan concurridas que Yasu siempre estaba haciendo algo, así que su trabajo de medio tiempo se le pasaba en un pestañeo. Cuando la hora de salida se acercaba, la pequeña campana que colgaba cerca de la puerta sonó, dando la bienvenida a un nuevo cliente. Un chico pelirrojo con pecas en el rostro entró.

— Me da un chocolate caliente, por favor — pidió amablemente.

— Estamos en primavera, ¿por qué quieres una bebida caliente? — contestó Yasu sin mirar al cliente. Había reconocido la voz del chico. Era Ethan, su mejor amigo.

— Por si todavía no lo has notado, hay una tormenta ahí afuera — respondió divertido.

Yasu miró confundida a su amigo y reparó en que estaba empapado. Su chamarra de color verde y su cabello estaban escurriendo. Yasu no lo veía, pero estaba segura de que había un charco, el cual tendría que limpiar, donde se encontraba su amigo. Miró por la ventana, estaba cayendo la tormenta más grande que nunca había llegado a Isema. Sin embargo, no la sorprendió, hacía meses que el clima de la isla era un tanto inestable.

— Ten, ¿quieres algún postre para acompañar? Te recuerdo que me dan una comisión por cada producto que venda — bromeó Yasu, mientras se quitaba su delantal blanco. Esperaba que la lluvia terminara antes de salir, puesto que no llevaba más que un suéter delgado.

Después de que Ethan terminara el chocolate y el panquesito integral con chispas de chocolate. Ambos se dirigieron a la estación central de trenes, de ahí salían todas las líneas que iban a cualquier parte de Isema. Al igual que la estación de los suburbios, ésta era al aire libre, pero con un techo que los protegía de las inclemencias del tiempo, por lo que no se iban a mojar más durante la espera. Estuvieron en el andén por unos minutos hasta que llegó el tren y ambos subieron al tren que los llevaba a sus casas.

El tren se adentró en los túneles y al cabo de treinta minutos volvió a salir al aire libre. Pasó sobre el río Inus, que ya no reflejaba al sol. En algún punto de su viaje bajo tierra se había detenido la tormenta. El cielo se encontraba limpio y se podía observar una hermosa mezcla entre naranja, rosa y azul. La luna ya se estaba mostrando y se reflejaba en el río. 



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En el texto hay: novelaligera, urbanfantasy, lgbt+

Editado: 28.05.2024

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