[JEONGIN.]
De pie en el pasillo, me apreté los párpados con la palma de las manos y esperé a que se disipara la amenaza de las lágrimas.
Yang Jeongin era muchas cosas y —a veces, se refería a él mismo en tercera persona—, pero no era un llorón. ¿Por qué nunca hablaban de mis mejores puntos en el medio social? Ellos no me conocen.
Nadie conocía mi verdadero yo. Ni siquiera mis amigos en Bishop’s Landing. Solo vieron lo que querían ver, lo que podían ganar con la riqueza y la influencia de mi familia. En el fondo, sabía que mis amigos más cercanos solo andaban por ahí para acercarse a mis hermanos. La historia de mi vida. Mi apellido precedió quien era en mi corazón, y no sería diferente aquí.
Pero había ventajas en ser hijo de mi madre. Ella me había criado con tenacidad en mis venas y acero en mis huesos. Había pasado toda mi vida mirándola, aprendiendo de ella. Si bien no era una persona cariñosa, no aceptaba mierda de nadie. Para ganar esto, tendría que sacar una página de su libro, no importaba lo malo que fuera mi oponente.
El infierno viene por mí.
No las palabras que esperaba escuchar de la boca de un sacerdote, pero para ser justos, lo amenacé primero.
Caminé hacia el salón de clases, colocando mis manos en la puerta. La voz ahogada de mi madre sonó desde adentro, atrayendo mi oído hacia la barrera de madera.
—Lo investigué, Hyunjin. Es muy respetado en la iglesia y es tenido en alta estima por sus compañeros profesores. Pero estoy más interesada en su historia antes del sacerdocio. Me parece extraño que decidiera convertirse en sacerdote de vocación tardía, considerando que antes de los treinta y un años, tenía una vida bastante excesiva y autocomplaciente.
Mi respiración se cortó, todo mi cuerpo se quedó quieto.
—Multimillonario hecho a sí mismo. —Sus tacones resonaron por la habitación, puntuando sus palabras—. El extranjero más elegible de Seúl…
Una ráfaga de ruido estalló en lo alto. Me giré, me agaché y puse una mano contra mi pecho palpitante. Maldita sea. Estirando el cuello, examiné las vigas del pasillo. Había algo allí, tranquilo ahora, pero fuera lo que fuera, casi me había dado un ataque al corazón.
El techo formaba una cresta con sombras muy por encima del resplandor de apliques de la pared. Forcé mis ojos, buscando movimiento. Nada. Si era una criatura, debió haberse escabullido. Me arrastré de regreso a la puerta y presioné mi oído contra la superficie, atrapando la voz de mi madre.
—…terminó abruptamente. Nadie parece saber por qué cambió sus corbatas caras por el cuello de un sacerdote hace nueve años. Pero puedo averiguarlo. Puedo aprender todos los secretos de un hombre cuando estoy motivada. No me motives.
Mi mente dio vueltas en el silencio que siguió. Imaginaba su expresión arrogante mientras miraba al sacerdote impasible. Si hiciera los cálculos… Tenía cuarenta. Más viejo de lo que pensaba. Pero lo suficientemente joven para ser su hijo. Solo otro peón en su búsqueda de control que se engrandece a sí misma. Con un poco de suerte, él dirá algo para enojarla, y todo esto se resolverá por sí solo.
—Me pregunto —dijo, su voz retumbando como una tormenta lejana—. Qué tipo de mujer amenaza a un hombre religioso.
—Una mujer inteligente. No confío en nadie. Ni siquiera en un sacerdote con un impecable registro.
—Si está sugiriendo que voy a cogerme a su hijo homosexual entonces…
—No lo estoy. Acepto sus condiciones. No lo deje salir de la propiedad. No hay hombres de su… tipo, en la habitación, incluyéndolo a usted. No lo deje en cuartos privados, no importa cuán inocente sea la razón. No doble ninguna de las reglas sin hablar conmigo primero, o cerraré este colegio y me aseguraré de hacerlo desaparecer para siempre.
Un trago se atascó en mi garganta. ¿Me estaba protegiendo? Mi madre, ¿una mamá oso? No podía creerlo, pero hombre, ¿lo sentí? Me calentó hasta la médula.
Hasta que agregó:
—No quiero un escándalo, Hyunjin. Es así de simple.
Mi estómago tocó fondo y mis ojos se cerraron, calientes y doloridos. Esto no tiene nada que ver conmigo. Era solo otra demostración de poder.
—Su matrícula está pagada en su totalidad. —dijo—. Y firmé los términos de la donación…
Un sonido de estruendo volvió a las vigas, alejándome de la puerta. Igual de bien. Ya había oído suficiente. Dirigiendo mi atención hacia arriba, seguí la cacofonía de susurros, movimientos de aleteo. Algo pequeño revoloteó en la oscuridad, volando con agitación, chocando con las vigas y patinando a lo largo del vértice del techo.
¿Un pájaro? ¿Cómo entró?
¿A través de una puerta abierta? Oh no, eso significaba que estaba atrapado. Sin comida ni agua, no sobreviviría. Peor, parecía herido o desorientado, lanzándose inestable en las sombras. Nunca aterrizando. Nunca acercándose lo suficiente para dejarme verlo.
Mierda. Golpeó la pared.
Avancé poco a poco, jadeando mientras rebotaba por el suelo y se detuvo. Qué pájaro de aspecto más extraño. Se tambaleó, usando sus alas plegadas como muletas, equilibrándose y… ¿Eso era piel? Tomó vuelo de nuevo, lanzándose torpemente, casi borracho a través de la puerta al final del pasillo. Un murciélago. ¿Qué más podría ser? Y el pobre resultó herido. Probablemente muriendo de hambre.
Corrí tras él sin un plan. Simplemente no quería que se atascara en algún lugar y muriera. Irrumpiendo en la habitación oscura, encendí las luces y me detuve. Otro salón de clases. Escritorios más pequeños. Techos bajos. Pero el ambiente era el mismo, maderas oscuras y superficies gastadas, envejecidas por la fatalidad y oscuridad.
Como el Padre Hyunjin.
¿Por qué un multimillonario que se hizo a sí mismo se convertiría en sacerdote? El dinero no compraba la felicidad, pero el dólar todopoderoso mantenía en funcionamiento este colegio. Matrículas de cinco cifras y donaciones de millones de dólares, todo ese glorioso dinero proveniente de familias ricas como la mía. Así que aquí había un colegio élite para chicos ricos cuyos padres las enviaban para tener como niñera a un sacerdote que practicaba el castigo corporal. Dado que acababa de escuchar, el Padre Hyunjin tenía un pasado.