Lección de pecado ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO IV

[HYUNJIN.]

Durante los diez minutos que duró el camino hacia los dormitorios, Jeongin siguió el ritmo de mis largas zancadas, mientras empujaba su labio inferior hacia delante en una expresión de descontento. O tal vez su labio descansaba naturalmente de esa manera.

Puchero.

Adorablemente sexy.

No, Cristo. Me deshice de ese pensamiento antes de que respirara. No podía pensarlo, si era cierto o no. Pero había algo más atractivo en él en ese momento. Su silencio. Dulce y glorioso silencio. Cuando no hablaba, parecía mayor. Más maduro. Con una figura ágil y un andar seguro, se comportaba con refinamiento y gracia. No de forma deliberada. No, se esforzaba mucho en exudar desafío y hostilidad. Pero cuando bajaba la guardia, su educación brillaba. La obediencia era algo natural para él.

Obediencia sumisa.

Ese susurro de la verdad era más difícil de apagar. Hablaba directamente a las partes de mí que anhelaba olvidar.

—¿Decías la verdad sobre los halcones? —preguntó.

—No te mentiría. Ni sobre eso ni sobre nada.

—Ah, claro. ¿Porque los sacerdotes no mienten?

—Porque no miento. Aquí a la izquierda.

Giró hacia el siguiente pasillo, privándome de ver su rostro.

—¿Podré ver a los halcones fuera? ¿Los polluelos vuelan cerca del colegio?

—A veces.

—Genial. —Su columna permaneció rígida, su tono terso. Pero la mención de los pájaros pareció mejorar su estado de ánimo en un pequeño grado.

—Vamos a dejar el edificio principal ahora. —Lo acompañé a un pasillo vacío—. Allí están las aulas, las oficinas, la biblioteca y el comedor. Más adelante está la residencia. Todos los estudiantes deben estar en sus habitaciones a las nueve. Las luces se apagan a las diez. De lo contrario, son libres de vagar entre los muros del campus.

—¿Cuándo se nos permite salir de los muros para recorrer el resto de la propiedad?

La Academia Clè era uno de los dos internados de nuestro pequeño pueblo. Nuestro colegio hermano, St. John de Brebeuf, era un colegio solo para chicas dirigido por el Padre Seo Changbin. Los muros no escalables rodeaban cada campus. A la vez que eran estéticamente agradables, proporcionaban seguridad contra las amenazas externas e impedían las interacciones no autorizadas entre los dos colegios. La iglesia, el campo de atletismo, el teatro y el gimnasio se situaban en el centro de la aldea entre los dos campus, lo que nos permitía compartir los costes de esas instalaciones.

El acuerdo del colegio hermano era mutuamente beneficioso. Además, el Padre Kim era mi mejor amigo de la infancia.

—Habrá muchas oportunidades para explorar el pueblo —dije—. Pero fuera de las puertas del campus, los estudiantes deben ser supervisados en todo a momento.

—El cielo no permita que un gay virgen vea un coño.

—Hay actividades sociales regulares en las que participan alumnos de ambos colegios, así como la misa diaria.

—¿Qué? —Se detuvo, con los ojos desorbitados—. ¿Van a la iglesia todos los días?

—Mientras el colegio está en sesión, todos los estudiantes y miembros de la facultad asisten a misa todas las mañanas a las ocho. Excepto los sábados.

—Um, sí… —Hizo una mueca y siguió caminando—. No me apuntes a eso.

—Cada estudiante, joven Yang. Mientras sea miembro de este colegio, seguirá el Catecismo de la Iglesia Católica.

—Esto se pone cada vez mejor.

—El noventa por ciento de esto es cómo reaccionas a ello. Cambia tu actitud.

—¿Y el otro diez por ciento?

—Está sucediendo, te guste o no. Así es la vida.

Entramos en la residencia justo cuando se abrió la puerta de la primera habitación. Sana salió y me dedicó una sonrisa curtida por la edad.

—Buenas noches, Padre Hyunjin. —Se acomodó un mechón de cabello plateado detrás de la oreja y tomó mi petulante cargo—. Tú debes ser Jeongin.

—Claro. —Se encogió de hombros.

—Jeongin. —Entrecerré los ojos—. Ella es Sana, la profesora de lengua y literatura.

—También soy la encargada de los dormitorios —dijo Sana.

—Así que, básicamente, estás aquí para asegurarte de que no nos escabullimos o hagamos nada potencialmente cuestionable. —Jeongin arqueó una ceja.

—No, yo delego ese trabajo. Hay un estudiante mayor asignado a cada piso, encargado de supervisar a los residentes y mantener la seguridad de la residencia. Los llamamos hermanos mayores.

—Mhm. Suena como un trabajo codiciado —dijo él secamente—. Para chismosos.

Sana inclinó la cabeza, sin dar ninguna otra reacción. Llevaba mucho tiempo en esto y había experimentado todo tipo de rebeliones y violaciones de las normas. Jeongin no podría asustar a la mujer ni, aunque lo intentara.

—Estoy aquí para garantizar la limpieza de los dormitorios, administrar la medicación, atender las necesidades individuales, ofrecer asesoramiento y apoyar de otro modo las actividades de todos los chicos. —Golpeó la puerta a su espalda—. Mi apartamento está aquí. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.

—Lo que necesito es ir a casa. —Jeongin la miró fijamente a los ojos—. No quiero estar aquí.

—Dale unas semanas. Cambiarás de opinión.

—Uhm, nooo —dijo con voz cantarina—. Estoy como cien por ciento seguro de que eso no va a suceder.

—Si me equivoco, lo hablaremos. Mientras tanto, tu equipaje fue enviado a tu habitación, junto con todo lo que necesitas para mañana.

Sana parecía y sonaba como una dulce anciana, pero gobernaba los dormitorios con puño de hierro. Yang Jeongin lo aprendería muy pronto.

—Que tengas una buena noche, Sana. —Le indiqué al chico que se dirigiera a la escalera—. Vamos.

El silencio nos recibió en el segundo piso. Los chicos estarían en el comedor durante una hora más antes de registrarse en sus habitaciones e instalarse para el primer día de clases. No me aventuraba a este edificio a menudo. Lo evitaba, para ser sincero. Demasiadas hormonas adolescentes y cosas raras y con volantes. Por no hablar de que temía pasar por delante de una puerta abierta y ver algo que me pusiera en una situación comprometida.



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En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 30.07.2023

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