Lección de pecado ❃ Hyunin

♡ :  CAPÍTULO VII

[JEONGIN.]

Mi cabeza palpitaba mientras miraba mi portátil, la pantalla se volvía borrosa con cada parpadeo. Lo cerré de golpe. Después de tres horas de examen, apenas podía mantener los ojos abiertos.

Me levanté del escritorio y extendí los brazos hacia el techo abovedado, estirándome en un saludo de yoga hacia arriba, tratando de despertar mis músculos. El aula del Padre Hyunjin había estado vacía toda la mañana, salvo el propio hombre. Desde hace tres horas, estaba sentado en la fila detrás de mí, trabajando en su ordenador portátil. Estaba tan misteriosamente callado, tan inmóvil, que podría haber olvidado que estaba allí. Pero eso era imposible.

Su presencia inundaba el aire, asfixiándolo con su oscura masculinidad y el eco de su promesa.

Será desagradable.

Realmente estaba jugando con mi castigo inminente, haciendo que el suspenso y el miedo se hicieran presentes. Estaba funcionando. Me imaginé una paliza física con algún tipo de instrumento de mazmorra, contra la que lucharía con uñas y dientes. Haría todo lo posible para que se arrepintiera de tenerme aquí.

Pero en el fondo, tenía miedo.

Tomando aire, me giré hacia él.

—¿Has terminado? —Su timbre grave y rico vibró en mí cuando levantó los ojos de su trabajo.

—Arrasé.

Había considerado no arrasar. Si los malos resultados de los exámenes significaban más tiempo a solas con el Padre Malicioso, eso me daría más oportunidades de conseguir un lugar en su lista de expulsados de Clé. Pero no podía hacerlo. No me importaba que me percibieran como desobediente o promiscuo. Pero no podía soportar la idea de que alguien pensara que era tonto.

Mi orgullo no podía soportar muchos golpes.

Miró su reloj.

—Todavía te quedan cuarenta minutos. La mayoría de los estudiantes se quedan sin tiempo durante esos exámenes.

—No sé qué quiere de mí. He respondido a todas las preguntas.

—Si no lo hiciste lo mejor posible…

—Sí, lo sé. Más castigos. Cielos.

—Dirígete al comedor. Después del almuerzo, te espero de vuelta en esta sala. Doy dos clases por la tarde. Te sentarás en ambas, y para mañana, tendré los resultados de tus exámenes y tu horario de clases. —Volvió a prestar atención a su portátil—. Puedes retirarte.

Mientras salía del aula, su mirada me quemó un agujero entre los omóplatos, y lo supe. Sabía que estaba contando los minutos para el castigo que había planeado para mí.

En el umbral de la puerta, miré hacia atrás, y efectivamente, sus ojos estaban esperando, observando, brillando con anticipación.

Con un escalofrío, salí corriendo por el pasillo.

Bajé las escaleras, tomé unas cuantas curvas, y encontré el comedor con facilidad. Hambriento, me dirigí a la línea de servicio. Si la comida se parecía en algo al bollo de canela casero y pegajoso que había tomado aquí después de la misa, iba a ser un placer.

Una treintena de alumnos y profesores estaban sentados en mesas redondas repartidas por la sala. Sus conversaciones se acallaron cuando entré, y sus ojos siguieron mi camino hacia los mostradores de comida.

Odiaba eso. No importaba a dónde fuera ni lo que hiciera. Siempre había espectadores que me juzgaban, que señalaban mis defectos y que buscaban la forma de utilizarme por mi familia. Sin hacerles caso, llené un plato con fruta orgánica, pan horneado caliente y una vibrante ensalada verde con pollo a la parrilla. Todo parecía tan fresco y de alta calidad, hecho con los mejores ingredientes. Dada la escandalosa
matrícula, tenía sentido que se incluyeran comidas de primera clase. Tomé una botella de agua y comencé la ardua tarea de encontrar un lugar para sentarme.

Cada par de ojos en el comedor me observaba dudando sobre dónde iré. Sin embargo, nadie me ofreció un asiento en su mesa. Ni siquiera Beomgyu y su compañero pelirrojo. Miraron hacia otro lado cuando me acerqué. Da igual. Tampoco quería ser amigo de ellos. Solo quería comer mi almuerzo sin tener que presentarme a otro grupo.

—¿Qué haces, hermano de Chan? —preguntó Beomgyu mientras tomaba asiento frente a él.

—No seas idiota. Ya sabes cómo me llamo. —Me zampé mi ensalada.

—Todo el mundo tiene un apodo. Así es como funciona esto. —Miró algo detrás de mí y levantó la voz—. ¿No es cierto, Droopy Seungmin?

Me retorcí en la silla cuando el chico en cuestión entró en el comedor. Sus hombros estaban caídos. Su cabello colgaba en mechones castaños. Pero era su rostro desfigurado lo que probablemente le había valido el malvado apodo. La piel se descolgaba de las cuencas de sus ojos, tirando de las esquinas exteriores de los párpados hacia abajo, como si no hubiera huesos que mantuvieran la carne de las mejillas en su sitio. A primera vista, me pregunté si su cara se había fundido en un incendio. Pero su boca deformada parecía  no tener mandíbula inferior o, al menos, una muy poco desarrollada. Sin embargo, la deformación no oscurecía su expresión. En todo caso, sus rasgos retorcidos subrayaban la exasperación y el dolor que ardía en sus ojos.

Si fuera una buena persona, le echaría en cara a Beomgyu que era un ser desagradable y buscaría otra mesa para terminar mi almuerzo. Pero no lo era. No podía permitirme hacer enemigos con estos chicos. No hasta que asegurara mí salida de aquí.

Así que me guardé mi desaprobación y aspiré mi comida.

—Droopy Seungmin es el hermano mayor de tu piso. —Beomgyu mordisqueó una zanahoria, estudiándome—. Vigila tu espalda. Te delatará por usar más de dos cuadrados de papel higiénico.

—Es bueno saberlo.

—Soy Soobin. —El pelirrojo se inclinó hacia atrás y golpeó con las uñas en la mesa—. Me debes una caja de galletas.

Mierda.

No había pensado a quién podría haberle robado esta mañana antes de la misa. Pero dada la cantidad de comida que tenía escondida en su habitación, no le dolían las galletas.



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En el texto hay: hyunjin, jeongin, hyunin

Editado: 30.07.2023

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