[JEONGIN.]
Una semana después, me senté en la tercera fila del aula de Hyunjin, escuchando cómo su profundo barítono rezumaba sexo en el análisis estadístico de las relaciones económicas.
No sé cuándo empecé a pensar en él como Hyunjin en lugar de como el Padre Hyunjin. Sólo sé que fue crucial para ayudarme a separar al hombre de la figura de autoridad, mentalmente hablando. Separar al hombre de su trabajo en el sentido literal era otra historia. Había quince chicos en esta clase de econometría, incluido yo. Cuando se agachó para recoger el papel que se le había caído, todas se quedaron mirando su culo, incluido yo.
Una perfección cincelada. No había otra forma de describir esos tensos músculos de sus glúteos. De hecho, la perfección cincelada podría utilizarse para describir todo lo que era Hwang Hyunjin. Excepto su personalidad. Para eso, dejaría de lado la perfección y me quedaría con “cincelado”. O retrógrado.
Anticuado y flojo.
Pero también misterioso.
Era un enigma para mí, y eso lo hacía peligrosamente intrigante. Quería sus secretos. Ansiaba saber qué lo había acorralado en el sacerdocio y qué le había impedido volver a su antiguo ser sexual. Mis búsquedas en Internet sólo me permitieron elogiar sus logros pasados.
¿Multimillonario por cuenta propia? Al cien por cien.
Se había hecho rico vendiendo empresas. En esencia, compró empresas en crisis, las arregló y obtuvo un beneficio astronómico cuando las vendió. De día, era el rey del mundo empresarial. De noche, era el soltero más codiciado en Seúl por el público foráneo. Había muy pocas fotos suyas, como si alguien las hubiera borrado diligentemente de Internet. Pero las que había encontrado lo mostraban con trajes y esmóquines, asistiendo a fiestas extravagantes, cada una tomada con una mujer diferente del brazo. Siempre eran mujeres mayores, más cercanas a la edad de mi madre. Todas perfectamente formadas y sorprendentemente hermosas. Modelos en tendencias. Reinas de la belleza. Celebridades.
Mirar esas fotos me revolvía el estómago. Podía tener, y de hecho tenía, a cualquier mujer que quisiera, no había manera en el mundo para que se fijara en un cuerpo plano con una polla entre sus piernas. Y joder, yo odiaba eso por razones que me negaba a examinar.
Incluso ahora, vestido con su ropa sacerdotal, era una efigie del deseo y la tentación. La línea de la mandíbula ensombrecida, la boca malvada, el cabello rubio cayendo sobre su frente mientras se agachaba en el suelo. Luego se enderezó, girando. Sus pestañas se levantaron a la mitad y sus penetrantes ojos azules se posaron directamente en mí.
Ojos seductores.
Imaginé que se veían así, sensuales y acalorados, cuando estaba en la agonía del orgasmo. Ahora que tenía su atención embelesada, deslicé mi dedo entre mis labios y chupé lentamente desde la punta hasta el nudillo. Al retirarlo, pinté la humedad de mi boca a lo largo de mi labio inferior flojo, pasando un poco la lengua y…
—Se acabó la clase —pronunció las palabras, sin apartar los ojos de mis labios.
Sonreí.
Él frunció el ceño.
—Todavía tenemos diez minutos —Jimin, tan desesperado por ser la mascota del profesor, no se movió de su silla.
—¡Fuera! —su rugido hizo sonar las ventanas y despejó la sala en menos de tres segundos. Podría haberme orinado un poco, pero me obligué a permanecer sentado.
Forcé mi mirada a permanecer en la suya. Algo había cambiado desde la noche en que me devolvió el celular. Le había mostrado deliberadamente mi ropa interior y así, había dejado de castigarme con trabajos que me ponían de rodillas. Se acabó el fregar el suelo.
Durante toda la semana, discutí durante sus lecciones, le escupí palabras obscenas a la cara y me comporté de la manera habitual. Pero cada infracción era respondida con oraciones forzadas y estudio de la Biblia.
Aburrido.
Mis rodillas doloridas se alegraron del descanso de la limpieza, pero estar sentado en esta aula leyendo pasajes de las escrituras no nos hacía ningún favor ni a él ni a mí. Sólo me inspiraba a ser más travieso. En teoría, yo representaba todo lo que él debía evitar. Mi edad, su voto, nuestra relación estudiante - profesor… tantos obstáculos.
Yo estaba prohibido, prohibido por el estado y la iglesia, tabú en todos los sentidos de la palabra.
Por no hablar de que los Yang, una de las familias más poderosas del país, lo habían amenazado más de una vez. Tenía que separarlo de todo eso, física, emocional y mentalmente, para que pudiera ensimismarse conmigo. Tenía que ser demasiado seductor para resistirse.
El mes pasado, nunca habría creído que podía hacerlo. Pero durante la visita de Chan, oh hombre, mi hermano se moriría si supiera esto, su reacción a la forma en que Hyunjin me miraba me dio perspectiva. Muy pocas cosas se le escapaban a Chan. Sabía cómo leer a la gente, y si sospechaba que Hwang tenía pensamientos inapropiados sobre mí, estaba en lo cierto.
Me hizo sentir deseable.
Así que hoy, mi cuadragésimo primer día en la Academia Clé, he venido a clase dispuesto a jugar sucio.
La puerta se cerró detrás del último estudiante, dejándonos a Hyunjin y a mí con la tensión crepitante en el aire.
—Aquí.
Apuntó con un dedo al pupitre de la primera fila, indicando que me pusiera en ese lugar sin preguntar ni demorar. Me tomé mi tiempo. Estiré los brazos. Recogí mis libros. Giré las caderas. Intenté destilar seducción con unos pantalones de cuadros verdes que colgaba como un saco ancho y horrible y desentonaba con mi complexión.
Pero bueno, tenía que trabajar con lo que tenía.
Cuando finalmente me senté en la silla ante él, volví a llevarme el dedo al labio, acariciando la carne húmeda. Su mano se estrelló contra el escritorio, haciéndome saltar. Entonces su rostro se acercó. Cejas oscuras, labios firmes, mirada inquebrantable.