[HYUNJIN.]
Cuando salimos, la tormenta ya se había ido, dejando un gélido frío en el aire que funcionaría bien para aclarar mi mente.
Cargando las mantas, llevé a Jeongin a mi auto. Un viejo sedán modelo básico. Sin opciones. Lo más bajo de lo bajo. Nada como los autos de lujo que tenía en Seúl. La caja de hojalata era perfecta para mí.
No le dedicó ni una sola mirada mientras se deslizaba en el asiento delantero. Las zarigüeyas absorbían toda su atención. Durante el viaje, acarició y jugó con sus orejas y colas. Lo dejé, sabiendo que estos eran sus últimos momentos con ellas. Veinte minutos más tarde, aparqué a lo largo del camino de grava que conducía a la entrada del parque estatal.
—¿Listo? —Me gire en la oscuridad para enfrentarlo.
Él miró a los animales en su regazo. Su pecho se elevó con una pesada respiración, pero no lloró. En cambio, asintió con la cabeza y una pequeña sonrisa en sus labios. Envueltos en mantas y escoltados por la luz de la luna, entramos al camino con nuestros zapatos empapados y ropa helada. Mi aliento formó bocanadas de vaho blanco, y mis dedos estaban tan fríos que se habían entumecido.
Pero estaba en paz. Sin cargas.
Tranquilo.
Esta profunda y genuina sensación de felicidad era nueva para mí. Ni siquiera podía recordar haberme sentido tan contento.
Tenía todo que ver con él.
En el espacio de seis semanas, se había convertido en una presencia codiciada. Ansiosamente esperaba cada palabra de su boca. Esperaba ver la ferocidad en sus ojos. Contaba los segundos hasta que respondía con otra réplica ingeniosa. Ni siquiera pensaba en el pecado que suponía.
Mientras bajaba las zarigüeyas al suelo y las convencía de ir al bosque, me di cuenta de que este era el lado de Jeongin que más apreciaba. Con la guardia baja y su vientre suave expuesto, él era un ángel más allá de su forma astral. Su poder venía de su gracia interior y compasión. Cuando no estaba tratando de armar el infierno en mi salón de clases, era innato, total y profundamente puro de corazón. Donde yo era una casa de huesos fría y vacía, él era un vasto prado resplandeciente de flores con aroma a limón y abejas. Él era todo lo que yo no era.
Nunca había estado tan obsesionado con un hombre, y eso me ponía muy nervioso. Él era lo suficientemente inteligente, fuerte y obstinado como para perforar mi exterior.
Demonios, Jeongin era el único que podía entenderme y aceptarme por quien yo era.
Temía eso de él.
Principalmente por lo que era él…
Quería decir lo que le había dicho. No podría detener esto. Pero para protegerlo de mí, iba a jodidamente intentarlo.
Cuando las zarigüeyas partieron hacia la oscuridad, se paró a mi lado, viéndolas desvanecerse. Él lanzó un beso, un gesto de manos e inclinó el rostro hacia el cielo nocturno, soltó una risa alegre. Una despedida mucho mejor que una caja de zapatos y un túmulo funerario.
Le di el tiempo que necesitaba, de pie en silencio a su lado y absorbiendo su belleza en mi periferia. Abrazamos las mantas alrededor de nuestros hombros, nuestros brazos rozándose, los de Jeongin temblando de frío. Sin pensar, lo apreté contra mí, pecho contra pecho, envolviéndolo en lana y calor corporal. Apoyó la mejilla contra mí y suspiró. Mi cuerpo se endureció. Nuestras
caderas juntas. Su suave cabello color perla me hizo cosquillas en la garganta.
Yo no estaba usando mi collar.
Esta era una mala idea.
Metió los brazos debajo de las mantas y las envolvió alrededor de mi espalda.
—Hora de la confesión.
—Ya lo hicimos hoy.
—Esto no es un pecado. Es más, una admisión.
—No quiero escucharlo.
—Qué mal. Sé quién dejó la carnicería en mi habitación y cuando lo castiges… —Él soltó un gemido—. Esto es difícil de decir para mí.
Reprimí una sonrisa, sabiendo lo que saldría de su boca.
—No quiero que lo azotes. —Me miró a través de sus pestañas—. O le des nalgadas o, mires dentro de sus pantalones o…
—Jeongin…
—… tocarlo de cualquier manera. Sobre todo, no quiero que estés con él como estuviste conmigo hoy. —Apoyó la barbilla en mi pecho, su mirada nunca dejando la mía—. No tengo derecho a pedirte esto, y escucharlo en voz alta suena tan mezquino e inapropiadamente celoso. Lo juro, Hyunjin, no voy a hacer más movimientos hacia ti porque va en contra de tu fé. Excepto tal vez por los abrazos. —Él apretó sus brazos alrededor de mí—. Esto es bonito. Pero no voy a llegar a clase sin ropa interior o intentar dormir contigo ni nada por el estilo de nuevo.
Esperé a que llegara el alivio, pero no llegó.
Estaba recayendo.
—¿Eso significa que te comportarás en mi salón de clases? ¿No más réplicas o faltas de respeto?
—¿Qué? —Echó la cabeza hacia atrás, resoplando—. No nos volvamos locos aquí. Todavía voy a hacer de tu vida un infierno.
Imposible. Cada segundo con él era inesperado, desafiante y pura felicidad.
—No renunciaré a mi única gran pasión. —Cambió su peso frotándose inadvertidamente contra la bragueta de mis jeans—. Pero mientras te remuevo como parte de mi complot contra mi madre, no quiero… —Sus labios se separaron mientras buscaba mi rostro—. Maldita sea, si tu plan es volverme heterosexual, ¿por qué tienes que ser tan exasperantemente hermoso?
Tenía ese mismo pensamiento sobre Jeongin cada segundo de cada día.
—Lo que estoy tratando de decir… —Parpadeó y contuvo el aliento, su abdomen apretado—. Beomgyu tiene una erección enorme por ti, y no quiero que lo recompenses por lo que me hizo esta noche bajando sus pantalones y…
—Cállate. —murmuré, viendo sus labios regordetes rodar hacia adentro y hacia afuera, luchando con su silencio—. Solo he azotado con correa a tres estudiantes, y en los tres casos, no sentí nada. Sin ira, sin frustración, sin interés fuera de la capacidad profesional.