[HYUNJIN.]
Duré cinco días.
Cinco días sin tocar. Sin besos. Nada de Jeongin desnudo.
Seguía ganándose los castigos todos los días, lo que equivalía a un castigo después de clase conmigo y una Biblia. Sus retrasos y su boca irrespetuosa se habían convertido en parte de nuestra rutina. Me daba motivos para disciplinarlo, y yo utilizaba esos castigos para imposibilitar su participación en actividades fuera del campus. Desde el Baile de Invierno, no había visto a Hwang Yeji, y lo mantendría así monopolizando su tiempo.
¿Era controlador? Absolutamente.
¿Me equivoqué al mantenerlo cerca? Es discutible.
Habíamos confirmado la validez de la fusión. No era información pública, pero él tenía sus fuentes y yo las mías. Cuando llamó a su madre, Jiwon no lo negó. Se esperaba que Jeongin se casara con Yeji, y yo estaba dispuesto a cometer un asesinato en masa por ello.
El quinto día, después de que sonara el timbre final y se despejara mi aula, se sentó en la primera fila y se quedó mirando a la nada al otro lado de la sala.
—Pregúntame cuál será tu corrección de hoy. —Me levanté de mi escritorio.
—Más lecturas de la Biblia —gruñó su descontento.
—No.
—Sí.
—Pregúntame.
—No me importa. —Me sostuvo la mirada y su pecho se encogió con una respiración resignada—. Bien. ¿Qué castigo cruel e inusual voy a soportar hoy, Padre Hyunjin?
—Me alegro de que lo preguntes. —Me acerqué a la puerta e incliné la cabeza para poder observarlo mientras giraba la cerradura.
Clic.
Se puso rígido. Mi piel se calentó.
—Vas a fregar los suelos.
El sonido de su aguda inhalación hizo que la sangre llegara a mi polla.
—Ya hemos estado aquí antes —murmuró—. No podemos hacerlo de nuevo.
—No, Jeongin. Definitivamente no hemos estado donde vamos hoy.
—¿Qué quieres decir?
—De pie. —Me acerqué, saboreando sus hermosas mejillas sonrojadas. La excitación se veía tan jodidamente deliciosa en él.
Se impulsó para ponerse de pie y se enfrentó a mí cuadrando los hombros. No esperaba menos de este sublime mocoso.
—Deberíamos saltarnos esto. —Sus ojos me observaron, agudos e inquebrantables—. Podemos imaginarlo. Imagina que yo hago mis habituales réplicas sexys e inteligentes. Tú haces tus sonidos de gorila poco inteligentes. Yo pongo los ojos en blanco. Me das una nalgada, y los dos volvemos a nuestras tristes habitaciones con dolor físico, despojados y doloridos, porque seamos sinceros… —Bajó la voz, con frustración escrita en sus rasgos—. Tres meses de jugar a la gallina gay no son divertidos, Hyunjin. Es una agonía.
—Quítate los pantalones, y la ropa interior.
—Hablando de eso, ¿dónde está el maldito par bragas que nunca devolviste?
—Limpio y guardado con seguridad en su nuevo hogar bajo mi almohada.
Se deslizó en mi espacio, sus manos y su pecho se deslizaron por mi torso, se levantó en los dedos de sus pies, su boca buscó la mía.
—Eres un pervertido.
—Solo por ti. —Aparté mis labios, negándome. Rocé mi nariz contra la suya una, dos veces, burlándome de él. Luego di un paso atrás y extendí mi mano, dominándolo—. Te he dado una orden.
Sus hombros bajaron y su mirada se entrecerró.
Aceptación. Rendición.
Deseo.
Todo lo relacionado con Jeongin era una tentadora, pervertida y prohibida combustión lenta. Ni siquiera necesitaba tocarlo, y sentía que estaba teniendo el mejor sexo de mi vida. Ya no se trataba de mantener mis votos. Estos habían sido arrasados la noche que lo conocí. La noche en que él arrasó con mi mente, consumió mis oraciones y se instaló en mi frío y muerto corazón.
—Solo lo hago porque estoy aburrido. —Metió la mano lentamente por debajo su dobladillo y deslizó los pantalones, luego, una fina línea de satén rosa bajó también por sus piernas, con Jeongin mirándome fijamente a los ojos todo el maldito tiempo—. Además, todos los seres pensantes saben que cuando una criatura bien proporcionada, poderosa y de aspecto humano que podría confundirse con un hombre, le pide la ropa interior, debe entregárselas. Resistirse es inútil.
Su labio carnoso se blanqueó bajo la presión de sus dientes mientras me arrojaba la ropa interior.
Recogí el trozo de satén y me lo metí en el bolsillo.
—Todavía estoy sufriendo de mi problemita con el baño. —Él arqueó una ceja.
—Mejor aún, jodidamente.
—¿Lo dices en serio?
—A muerte.
—No podemos… —Echó una mirada furtiva a la puerta, su voz un silencio urgente—. No podemos tener sexo. Y menos aquí.
—Lo que podemos y no podemos hacer es asunto mío. Tu única responsabilidad es seguir mis órdenes y darme acceso a tu culo.
Podía rechazarme. Siempre existía esa posibilidad, y yo aceptaría su rechazo sin represalias. Había sido muy claro con Jeongin en ese punto. Yo no era como su madre. Nunca lo obligaría a hacer algo para mi propio beneficio personal. Pero no estaba de más recordárselo.
—Di que no, y nada cambia. —Mantuve mi mano extendida entre nosotros—. Tú significas más para mí que todo el dinero y el sexo del mundo.
—Hyunjin…
—Tú tienes todo el poder entre nosotros. Siempre lo has tenido.
—Lo sé. —Apoyó su pequeña mano sobre la mía, más grande—. En realidad, no he vuelto con mi problema. ¿Eso te decepciona?
Mi corazón latía con fuerza mientras cerraba mis dedos alrededor de los suyos y lo atraía contra mi pecho.
—Hay otras formas de hacer tu polla gotear. —Lenta y sensualmente, deslicé la mano y acaricié la suave carne de su erección.
Luchando contra el impulso de enterrar mis dedos en él, mis falanges continuaron descendiendo y jugué con su entrada fruncida, lo rodeé, lo acaricié y, en cuestión de segundos, sentí el resbaladizo chorro de su excitación empapando contra su abdomen.