Lecciones azucaradas

Capítulo 3: Amargo enfrentamiento

Una hora después estamos de vuelta en el salón y las niñas continúan con sus actividades, mientras yo me como las uñas esperando a que me llamen para volver a la dirección en cuanto los representantes lleguen.

La directora Brown no está nada contenta con la situación, sabe que estos padres pueden ser quisquillosos y una pelea entre dos niñas en el primer día de clases, que a su vez es mi primer día de trabajo, no luce nada bien en nuestros expedientes.

Por lo visto mi suerte no duró nada; quizás, después de esto me echen.

—Señorita Sanders. —La secretaria de la directora me llama desde la puerta del salón y me giro para mirarla, viene acompañada de otra maestra—. Los padres de las niñas ya están reunidos con la directora, esperan por ustedes. La maestra Olsen se quedará con el resto del grupo mientras tanto.

Las piernas me tiemblan cuando me pongo de pie.

—Sarah, Maddy —llamo a las niñas—, vamos, sus padres llegaron.

Las niñas se me acercan y tomo a cada una de la mano para dirigirnos nuevamente a dirección. La secretaria nos guía y en todo el camino voy aterrada, pero cuando veo la imagen de San Judas Tadeo en el pasillo, todas mis enseñanzas religiosas de la infancia vuelven.

«San Judas, tú que eres el santo de las causas perdidas, dame una manito con esto. Yo sé que no he sido la más devota pero no puede ser casualidad que esta escuela lleve tu nombre».

Levanto una plegaria que espero sea escuchada, no puedo perder este trabajo o, ahora sí, me quedaré en la calle y volver a Montana no es una opción, no estoy preparada.

Cuando estamos frente a la puerta de la oficina de la directora, tomo aire y la secretaria abre para darnos paso. Adentro hay un hombre y una mujer sentados frente al escritorio y ambos se giran para mirarnos, no detallo a ninguno, pero sí me percato de como Maddy se aferra más a mi falda, por lo que, rodeo sus hombros con mi brazo para brindarle seguridad.

—La señorita Dulce Sanders será la encargada de las niñas este primer trimestre del año —informa la directora.

Inclino la cabeza en señal de respeto; pero, cuando alzo la mirada, me topo con una fría y arrogante que envía un escalofrío por mi médula espinal, los vellos de mi piel se erizan y siento un extraño escozor en mi nuca.

No necesito ni preguntarlo, este hombre es Mason Hall, el papá de Maddy.

—Así que esta es la inútil que permitió que dos niñitas de seis años se pelearan —dice una rubia estirada que está sentada al otro lado. Sin duda, la mamá de Sarah.

—Cinco —responde el hombre, y si su mirada me erizó, su voz ronca hace que mi estómago de una voltereta.

—¿Disculpa? —inquiere la rubia.

—Madison tiene cinco años —aclara.

—¿Y no le parece que está muy pequeña para un primer grado? —cuestiona la mujer— Con razón se pelea, debería estar en jardín de niños aún.

Por primera vez desde que ingresamos a la oficina, el hombre aparta sus ojos de mí para dirigirlos a la rubia.

—Mi hija es una niña con altas capacidades, señora Robertson —remarca el “señora” y siento que me estoy perdiendo de algo porque la mujer frunce el ceño; bueno, al menos lo intenta, tiene tanto botox en la cara que la tarea le queda difícil—; pero en algo tiene razón, ella no debería estar aquí. —Mira a la directora—. Una Hall les quedó grande —agrega con arrogancia, se pone de pie y estira su saco—, me la llevo.

Madison me aprieta y la miro. Su carita está descompuesta, con los ojitos llorosos, su mirada me grita que no quiere irse, lo cual me parece extraño teniendo en cuenta que hace un par de horas era lo que pedía.

Su papá se acerca a nosotras y toma su mano sin mucha delicadeza, eso me molesta.

—Nos vamos —ordena y tira de ella, apartándola de mi lado.

La niña me dedica una mirada suplicante y mi corazón se parte. No mido mi reacción cuando sujeto al hombre del brazo para impedirle avanzar. Él observa mi mano sobre su brazo y su entrecejo se arruga como si no pudiera creer que me haya atrevido a tocarlo.

—No se la lleve, por favor —suplico.

—¡Esto es el colmo! —se queja la rubia—. Esta mujer aparte de que es incapaz de controlar a unas niñas, tiene el atrevimiento de tocar de ese modo al señor Hall. Espero que sea despedida inmediatamente.

Despego mis ojos del hombre frente a mí para mirarla con incredulidad. No entiendo qué le pasa a esta gente, me tratan como si fuera una criminal solo por tocarlo, ni que fuera el manto sagrado de Jesucristo.

—Señor Hall, disculpe el atrevimiento de la maestra Sanders —se excusa la directora—, es una chica joven, es nueva en la institución, hay que darle un poco de tiempo para que se adapte. Estas situaciones tan penosas no volverán a repetirse. —La mujer me dedica una mirada de reproche y siento como si yo fuera la niña aquí.

—Por supuesto que no volverán a repetirse, porque van a despedirla —insiste la mamá de Sarah.

La garganta se me comienza a cerrar con la angustia de perder el empleo, ese es un lujo que no me puedo dar.




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