Lecciones azucaradas

Capítulo 5: Bella durmiente

Un dolor lacerante me atraviesa el cuerpo entero y se instala en mi cabeza, siento como si estuviera sumergida en arenas movedizas luchando para salir, cada fibra de mi ser duele pero no quiere rendirse, hasta que poco a poco mi mente se va aclarando.

«¡Maddy!»

El eco de los gritos me apuñala y siento el impacto del auto en mi costado y mi cuerpo rodado por el asfalto caliente, pero no la suelto, nunca la suelto, intento proteger a toda costa a la pequeña en mis brazos hasta que todo se torna negro.

Las nubes en mi cabeza comienzan a despejarse y mis ojos se abren con pesadez para encontrarse con unos marrones que parecen celestiales, sonrío y siento un intenso calor en mis mejillas al ver ese rostro perfecto, cincelado por algún artista renacentista dispuesto a demostrar la majestuosidad masculina.

Creo que morí, debo haber muerto y estar en presencia de mi ángel de la guarda. De haber sabido que lucía así le hubiera prestado más atención y sin duda alguna lo hubiera invitado con más frecuencia a que no me desamparara ni de noche ni de día, pero sobre todo de noche.

—¿Estoy en el cielo? —pregunto atontada, mi garganta se siente rasposa y mi voz sale ronca.

Mi ángel se ríe y si ya sentía abejas revoloteando en mi estómago ahora siento un verdadero enjambre haciendo estragos. 

«Es tan bonito». No estoy segura si lo digo o lo pienso pero él sigue riendo y yo suspiro como adolescente enamorada.

—No está en el cielo, señorita Dulce, está en el hospital.

Su voz enloquece al enjambre que habita en mi estómago y creo que las abejas viajan un poquito más abajo. Me remuevo un poco incómoda por lo que estoy sintiendo, pero es un grave error porque él está demasiado cerca y su olor se cuela por mis fosas nasales produciendome escalofríos.

Él me mira, yo lo miro, sus labios se entreabren, los míos también y el corazón me martilla contra el pecho cuando.

«¡Es el señor Hall!» grita mi conciencia que ha decidido despertar y…

—¡Ahh! —Yo también grito como una loca desquiciada.

Me incorporo de golpe y mi cabeza choca con la suya, el golpe intensifica el mareo y el dolor de cabeza y me devuelve de bruces a la cama.

—¡Dulce! —grita él alarmado y me sostiene en sus brazos.

«¡Dios, ¿qué clase de perfume usa este hombre?!» 

Miro a todos lados, muy aturdida, intentando ubicarme y, efectivamente, reconozco que estoy en un hospital. 

«Hospital». 

«Maddy». 

Una opresión horrible se instala en mi pecho al recordar lo que pasó.

—¿Cómo está Maddy? —pregunto angustiada—. Dime que está bien, por favor.

—Sí, sí, tranquila, ella está bien. Ahora debemos pensar en ti.

Una enfermera entra en el cubículo, interrumpiendo nuestro intento de conversación, y llama a alguien más; todo me resulta demasiado confuso y debo cerrar los ojos para calmarme.

—Señor Hall, debe retirarse, déjenos trabajar —indica una voz masculina que no reconozco.

Mi lado irracional quiere protestar, quiere pedirle que se quede, lo cual me confunde porque ni siquiera lo conozco y nuestro único encuentro fue todo menos amable pero supongo que es efecto del golpe, por lo que, dejo que domine mi lado racional y me quedo callada.

El señor Hall se retira y luego viene lo peor, una sarta de preguntas, revisiones, exámenes y estudios que me dejan completamente agotada.

Un par de horas después, todos los médicos se han ido y ya me han revisado hasta el dedo chiquito del pie y afortunadamente me han dicho que estoy bien, aunque aún debo permanecer en observación un par de días, lo cual me tiene absolutamente preocupada.

Mi cabeza es una calculadora que no deja de sacar cuentas. Este hospital es carísimo y me han hecho de todo, la cuenta va a ser astronómica, mi seguro no cubrirá ni la tercera parte y de paso, si ya no estaba despedida, con los días que pasaré aquí puedo decirle adiós a mi trabajo.

«¿De dónde demonios sacaré tanto dinero?» 

—¿Necesita que llamemos a alguien? —pregunta la enfermera que está terminando de arreglar todo—. No teníamos ningún número de contacto, pero ahora que despertó podemos llamar a su familia.

Mi familia. Lo último que quiero es darle más problemas a mis padres.

—No, no se preocupe, no es necesario llamar a nadie.

—Señorita Sanders, lo que le ocurrió no es juego, tuvo un accidente serio y necesitará cuidados. —Señala mi mano enyesada y yo la veo también soltando un suspiro, al menos no es mi mano dominante—. Si me acepta un consejo, creo que debería llamar a su familia.

—Mi familia está muy lejos, no pueden venir. No se preocupe, puedo ocuparme de mi misma.

—Bueno, si usted lo dice. —Acepta aunque no demasiado convencida—. Llamaré al personal para que la trasladen.




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