La petición del señor Hall me deja consternada. No sé ni cómo responder porque las palabras se me quedan atoradas en la garganta y es Maddy la que rompe el silencio con un grito de emoción.
—¡Siii, vendrás a casa con nosotros!
—Ve por tus cosas —ordena su padre y yo me quedo mirando para los lados.
—Bienvenida al pantano, Dulce —dice Jamie sonriente y por primera vez desde que lo conocí quiero borrarle esa sonrisa.
El tipo me cayó bien desde el momento en que entró a mi habitación y se presentó como el pepe grillo de Mason, haciendo referencia a la conciencia de Pinocho, pero justo ahora no me agrada que sea tan bromista.
—Esperen un momento —detengo su celebración—, le agradezco mucho el ofrecimiento pero no pienso ir a ningún lado.
—¿Por qué? —se queja Maddy haciendo un puchero que me desarma.
—Si, Dulce, ¿por qué? —secunda Jamie y ya no me está cayendo tan bien.
—Ya lo hablamos, princesa, esta es mi casa —respondo acariciando su cabello.
—Pero yo quiero que vivas con nosotros. —Me mira con esos ojitos de borrego que ya se están convirtiendo en mi debilidad.
Intento agacharme para estar a la altura de ella pero el dolor en la cadera me lo impide y quedo con medio cuerpo inclinado y entumecido. El señor Hall lo nota e inmediatamente se acerca para sostener mi mano y rodear mi cadera. Su mano sobre mi cuerpo irradia un calor que me estremece pese a la barrera de la tela, ladeo el rostro para mirarlo y más me vale no haberlo hecho porque ese calor se traslada a mis mejillas.
—Por esto debe venir con nosotros —dice mientras me ayuda a incorporarme—, aún no está bien.
Su rostro queda demasiado cerca del mío a pesar de la altura, y me veo obligada a apartarme para no babear como idiota.
—Solo necesito descansar —alego.
—Le aseguro que en casa podrá hacerlo, me ocuparé de contratar a una enfermera.
—¡¿Qué?! ¡No, por supuesto que no! —exclamo exaltada, esto se está saliendo de control—. Usted no hará eso y yo no iré a ninguna parte, me quedaré aquí, tomaré mis analgesicos y en un par de días me sentiré mejor para salir a buscar trabajo.
—Cierto, ahora tampoco tiene trabajo —señala con una ceja alzada y me voy tentada a partirle su bonita cara.
Este hombre tiene la capacidad de hacerme perder la paciencia demasiado rápido.
—Conseguiré otro.
«Aunque no será tan bueno como el que perdí», lamento internamente.
—De acuerdo, le propongo un trato. Madison se quedó sin niñera…
—De nuevo —dice Jamie de fondo y su amigo lo fulmina con la mirada.
—Además de que necesitará clases particulares nuevamente, ya que no irá a la escuela —continúa como si Jamie no lo hubiera interrumpido.
—Cosa con la que debo recalcar que no estoy de acuerdo. —Ahora soy yo quien lo interrumpe y resopla comenzando a enojarse, o al menos eso creo, la verdad es que su rostro mantiene una expresión de enojo constante.
«Enojado pero hermoso» susurra mi conciencia traicionera.
—Eso me quedó bastante claro hace unos días, pero el punto no es ese. Venga con nosotros, ocúpese de mi hija y así tendrá trabajo y una casa.
—Ya tengo una casa —refuto, sintiéndome ofendida— y pensé que había dicho que dudaba de mis capacidades como educadora.
Quizás estoy siendo un poco majadera pero él se lo merece. Resopla frustrado y se pellizca el puente de la nariz en un gesto que me hace sonreír.
—¿Con usted siempre todo es así de difícil? —cuestiona.
—No soy difícil, simplemente no me doblego a imposiciones de hombres que piensan que porque tienen dinero y son atractivos el mundo debe rendirse a sus pies.
—Entonces, ¿le parezco atractivo?
—Claro, es tan básico que eso fue lo único que escuchó —replico aunque debo confesar que mis mejillas se encienden al darme cuenta de mi metida de pata.
Él me mira a los ojos, como si quisiera desnudar mi alma y cuando Jamie carraspea, recién noto lo cerca que estamos, ni siquiera me di cuenta en qué momento nuestros cuerpos se acercaron tanto.
Maddy nos mira con sus perfectas cejas arrugadas, un poco perdida con nuestra conversación y me siento fatal por haberme dejado llevar, otra vez, frente a ella. No cabe duda de que Mason Hall me hace perder la compostura.
—Lo siento, cariño —me disculpo con ella—, no debemos discutir.
—¿Están discutiendo? —cuestiona demasiado pensativa—, ¿cómo un papá y una mamá?
Mason se ahoga y comienza a toser y a mí, nuevamente, la cara se me convierte en tomate.
—No, no así, Maddy —intento explicar pero la veo tan sonriente que me enternece.
Para cualquier niño ver a sus padres discutir es perturbador, pero esta pequeña está tan deseosa de tener una familia que supongo que hasta eso le parece fascinante.