Lecciones azucaradas

Capítulo 9: La llegada de la reina

El camino a la casa de los Hall es algo largo y durante todo el trayecto Maddy va conversando como una pequeña lorita, parece que llevara años esperando por hablar, o quizás, por alguien que la escuchara.

Su padre parece un poco aturdido luego de algunos minutos pero yo presto atención a todo lo que dice, quiere mostrarme todo al llegar, me cuenta de su habitación, su biblioteca, con lo cual debo confesar que voy fantaseando, y su piscina en la terraza. Por su descripción, asumo que debe ser uno de esos penthouse que la gente como yo solo es capaz de ver en revistas.

Finalmente llegamos a un lujoso edificio en el Upper West Side de Nueva York y entramos en el estacionamiento subterráneo.

—Ya llegamos, Dulce —anuncia Maddy emocionada.

—Bienvenida —dice Mason con una discreta sonrisa, que no le hace bien a mi estabilidad mental.

Baja del auto y me ayuda a bajar a mí para luego sacar a su hija y finalmente mi equipaje. No tengo demasiado, mi situación económica no da como para tener un gran guardarropa. Jamie estaciona a nuestro lado y Mason resopla cuando lo ve.

—¿No tienes trabajo pendiente, Jamie? —cuestiona en tono cansino pero su amigo lo toma con diversión.

—¿Y perderme la llegada de la reina a su castillo? —pregunta retórico haciéndome sentir avergonzada—. ¡Jamás! Además, mi jefe es un maniático obsesivo que me explota, debería pagarme más pero como no lo hará, he decidido al menos tomarme este día libre.

Termino riendo con él y Mason solo bufa antes de comenzar a caminar hacia el ascensor. El espacio es grande, por lo que subimos todos y como lo sospechaba, mi nuevo jefe presiona el botón de PH. Me quedo boquiabierta cuando las puertas abren directamente en el salón de entrada.

El lugar es enorme, pero es… es… estéril. No se me ocurre otra palabra para describirlo, porque minimalista se queda corto. Todo es blanco, despejado, sin muchos muebles y nada de decoración, sin plantas, sin fotografías, nada. Es lujoso, eso sí, pero parece más una sala de espera de hospital que un hogar, ni siquiera parece que una niña viviera aquí. Lo que sí me deja boquiabierta es la piscina en la terraza, que se ve detrás de los paneles de vidrio.

—Ven, Dulce, te mostraré mi habitación. —Mady tira de mi mano apenas llegamos.

Una mujer mayor vestida de traje se acerca con una taza de café en las manos, saliendo de lo que supongo es la cocina, y detrás de ella viene una empleada doméstica, me siento en una telenovela cuando la veo con el uniforme, pensé que esas cosas no se usaban en la vida real.

—Señor, lo estaba esperando —dice la mujer cuando nos alcanza—, le traje los documentos que me pidió para firmar.

—¿Papeles? —pregunta Jamie con fingida inocencia—. O sea, que no tendré mi día libre —se queja y no puedo evitar reirme, pero Mason lo ignora.

—Gracias, Greta —responde y voltea hacia mí—. Dulce, te presento a Greta, mi secretaria y asistente personal.

—La única que te soporta en realidad —dice Jamie con su tono jocoso y la mujer sonríe discretamente mientras su amigo, otra vez, se pellizca el puente de la nariz.

Creo que veré muchas veces ese gesto a partir de hoy.

—Dulce Sanders —me presento y le extiendo la mano a la mujer que la acepta con amabilidad.

—Un placer, señorita Sanders, me alegra verla recuperada.

—Dulce, solo Dulce por favor, y gracias.

Me toma un poco de sorpresa que la mujer sepa de mi estado, pero supongo que sí es la asistente del señor Hall debe saber todo.

—Claudia, lleva el equipaje de la señorita a la habitación de invitados, a partir de hoy vivirá aquí.

Ninguna de las dos mujeres puede disimular su cara de sorpresa ante el anuncio de su jefe, pero la chica de servicio baja la mirada rápido y asiente para tomar mi equipaje y obedecer la orden, mientras su asistente sí le dedica una mirada inquisitiva.

—La niñera se fue y no me has conseguido otra —explica a su asistente.

—¿Será por que ninguna lo soporta últimamente? —cuestiona la mujer y desde ya me agrada porque no se le queda callada, aunque se nota que lo respeta.

Mady se pega a mi falda y comienzo a notar un patrón en ello, lo hace cada vez que está nerviosa o presencia una discusión. Me está viendo como un refugio y darme cuenta de eso me genera muchas emociones, me enternece que lo haga pero a la vez me asusta porque es una responsabilidad muy grande y yo no soy nadie en su vida, me da miedo que su padre me corra en dos días y ella sienta que ha perdido a alguien más.

—Si no fueran tan incompetentes no tendría problemas con ellas —se excusa Mason con su actitud altanera—; además, Maddy ya no irá a la escuela, necesitará clases particulares nuevamente.

—Ese tema podemos discutirlo —intervengo y él me fulmina con la mirada—, luego —agrego para no iniciar una nueva discusión frente a la niña.

—Papá, ¿puedo llevar a Dulce a mi habitación? —pregunta Maddy con timidez.

—Sí, claro, aunque supongo que ella querrá instalarse en la suya.




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