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La primera semana de clases siempre olía a nervios, café barato y marcadores nuevos. Aisha apretaba sus cuadernos contra el pecho como si fueran un escudo. Caminaba rápido entre los pasillos de la facultad de Ciencias Médicas de la UNAN, procurando que nadie se fijara demasiado en ella. No era que odiara la universidad, al contrario, había soñado con este momento… pero también sabía que su cuerpo era lo primero que muchos miraban y lo último que aceptaban.
—Respirá, mujer, que no te van a comer —le susurró Camila, su mejor amiga, mientras caminaban juntas hacia el aula.
Aisha forzó una sonrisa. Con Camila siempre era más fácil, ella tenía esa seguridad natural que iluminaba cualquier lugar.
Ese día, después de clases, Aisha recibió un mensaje inesperado en el grupo de la carrera: “Tutoría opcional de Anatomía y Fisiología. Aula 4. Dirigida por estudiante de Medicina, Eithan Morales.”
El nombre no le sonaba mucho, pero al llegar entendió por qué todas las chicas hablaban de él.
Allí estaba Eithan: alto, delgado pero fuerte, con una bata blanca arremangada y una sonrisa que parecía practicar frente al espejo, pero que en su caso era genuina. Tenía esa aura que atraía miradas y suspiros.
—Buenas tardes, muchachas, muchachos —saludó con un tono cálido y seguro—. Vamos a repasar un poco el sistema óseo. No se asusten, que aquí no hay examen, solo vamos a aprender juntos.
Aisha bajó la mirada, buscando un lugar al fondo, pero la suerte —o el destino— le jugó en contra. El aula estaba llena, y el único asiento libre era justo en la primera fila.
Con pasos pesados, se sentó frente al tutor. Sentía que todos la miraban, aunque probablemente solo estaba exagerando.
Eithan hojeaba sus apuntes cuando levantó la vista y la vio. El mundo, por un instante, se le detuvo. No fue su figura ni sus gestos nerviosos lo que lo atrapó, sino la autenticidad en su mirada. Había algo en ella, algo distinto.
—¿Tu nombre? —le preguntó con amabilidad, como si quisiera asegurarse de recordarlo siempre.
—Aisha… —respondió en voz baja, casi inaudible.
Él sonrió.
—Bonito nombre. Bienvenida, Aisha.
La clase avanzó entre explicaciones y bromas que hacían reír al grupo. Eithan tenía la facilidad de convertir un tema denso en algo sencillo y hasta divertido.
—A ver, ¿quién me dice cuántos huesos tiene el cuerpo humano? —preguntó de pronto.
Un par de manos se levantaron tímidamente, pero fue Aisha quien susurró la respuesta sin darse cuenta:
—Doscientos seis.
Él la escuchó y, fingiendo sorpresa, dijo:
—¡Correcto! Muy bien, Aisha. Mirá, tenemos a una futura experta aquí.
Las mejillas de ella ardieron, pero por primera vez en mucho tiempo, esa vergüenza no se sintió del todo mala.
Cuando terminó la tutoría, la mayoría de estudiantes se acercó a Eithan a hacer preguntas o, en el caso de varias chicas, simplemente para sonreírle. Aisha intentó escabullirse, pero él la detuvo con un gesto suave.
—Espero verte en la próxima tutoría. Se nota que tenés buena memoria. —Le guiñó un ojo con complicidad.
Aisha solo asintió, sin palabras, mientras su corazón latía tan fuerte que temía que todo el pasillo lo escuchara.
Eithan, en cambio, la siguió con la mirada. No sabía cómo, pero esa muchacha tímida de la primera fila acababa de dejar una huella en su mundo.