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Las fiestas universitarias tenían fama de ser un caos: música a todo volumen, litros de gaseosa con ron barato y algún que otro profesor que fingía no enterarse de nada. Camila había insistido tanto que Aisha ya no pudo decirle que no.
—¡Por Dios, Aish, no podés vivir en la biblioteca! —le dijo mientras ambas se arreglaban en el cuarto.
—No sé, Camila, yo no soy de estas cosas… —se quejaba Aisha, mirándose al espejo con incomodidad en su blusa sencilla.
Camila le lanzó una camiseta ajustada de color vino.
—Probátela. Te queda brutal.
—No, si me va a marcar todo…
—¡Eso es la idea! —rió su amiga—. Ya dejá de esconderte, mujer, vos no sos invisible aunque lo intentés.
Después de quince minutos de protestas, Aisha cedió. Al final, cuando se miró de reojo, notó que no se veía mal. Sus curvas estaban ahí, sí, pero había algo distinto: se veía más viva.
La fiesta era en una casa amplia de un compañero de Medicina. Cuando llegaron, la música de reguetón hacía vibrar las paredes y el olor a fritanga invadía el patio.
—¡Al fin! —gritó un grupo de conocidos al verlas entrar.
Aisha trató de pegarse a una esquina, pero su plan se vino abajo cuando escuchó una voz demasiado familiar:
—¡Aisha!
Eithan apareció entre la multitud, con jeans y camisa arremangada, luciendo tan relajado que parecía sacado de un comercial. Se abrió paso entre la gente y le sonrió con ese calor que la desarmaba.
—Me alegra que vinieras —dijo, como si solo la estuviera esperando a ella.
Camila arqueó una ceja al verlo y cruzó los brazos.
—Ajá, qué casualidad, ¿no? —murmuró, lo suficiente para que Aisha la escuchara.
La música subió de volumen y Eithan, sin pensarlo mucho, le ofreció un vaso de gaseosa.
—¿Bailamos? —preguntó con descaro.
Aisha casi se atraganta.
—¿Qué? ¡Yo no bailo!
—Todos bailan —respondió él con una sonrisa traviesa—. Y si no, yo te enseño.
Camila, que observaba todo con atención, no se perdió la forma en que él la miraba. No era solo cortesía, no era solo simpatía… había algo más.
—Andá, pues —empujó a Aisha—. Un baile no mata a nadie.
La música cambió a una bachata, y antes de que pudiera escapar, Eithan ya la tenía tomada de la mano. Al principio, Aisha se movía torpe, mirando al suelo y tropezando cada tres pasos.
—Tranquila —susurró él cerca de su oído—. Solo seguí el ritmo.
Ella quiso replicar, pero justo en ese momento se resbaló con el piso húmedo y, para colmo, terminó casi encima de él. Un coro de risas estalló alrededor, pero Eithan solo la sostuvo firme, con la mayor naturalidad del mundo.
—¿Ves? —le dijo en tono de broma—. Ya encontraste la forma más rápida de acercarte a mí.
Aisha lo empujó de inmediato, roja como un tomate, pero no pudo evitar reírse entre nerviosa y divertida.
Camila, desde la distancia, observaba con los ojos entrecerrados. Algo en esa sonrisa de Eithan, en la forma en que la miraba, le decía que esto no era una simple tutoría ni una casualidad universitaria.
Más tarde, cuando regresaron a casa, Camila no tardó en soltarlo:
—Mirá, Aish… ese muchacho no te mira como “alumna de repaso”. Ese maje anda en otra nota.
Aisha se encogió en su cama, abrazando una almohada.
—No digás locuras, Cami… ¿cómo alguien como él se va a fijar en alguien como yo?
Pero su amiga no respondió. Se limitó a darle una mirada seria, casi protectora, convencida de que Eithan Morales estaba escondiendo algo más que apuntes de Anatomía.