Lecciones del Corazón

Apuntes del corazón

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El sol de la tarde pintaba el cielo de un naranja cálido cuando Aisha llegó, nerviosa, a la casa de Eithan. Era grande, con portón eléctrico y un jardín impecable, muy diferente a su hogar en Monseñor Lezcano. Sintió que no encajaba desde el primer paso, pero él salió a recibirla con una sonrisa que le quitó el aire.

—¡Pasá! No tengás pena, aquí no mordemos… salvo el perro, pero está dormido. —le guiñó un ojo.

Ella soltó una risa nerviosa y lo siguió hasta la sala. En la mesa había libros de anatomía, apuntes y hasta un esqueleto de plástico medio descuadrado.

—Ese es Ramón —dijo Eithan señalando el esqueleto—. Es mi compa de estudio.

—¿Le pusiste nombre? —preguntó ella, incrédula.

—Obvio. ¿Cómo iba a pasar cinco años con él sin bautizarlo? —contestó serio, antes de reírse.

El hielo se rompió poco a poco. Eithan le explicaba temas con paciencia, usando ejemplos absurdos:
—Mirá, este músculo es como cuando querés levantar la olla del nacatamal sin que se te caiga… —y ella terminaba riendo tanto que apenas podía anotar.

Aisha, acostumbrada a sentirse invisible, no podía creer que él buscara hacerla reír. Cada vez que sus miradas se cruzaban, sentía un cosquilleo en el estómago.

En un descuido, ambos se inclinaron sobre el mismo cuaderno y sus manos se rozaron. El silencio se hizo espeso, cargado de algo que ninguno se atrevía a nombrar.

—Eh… bueno —balbuceó Eithan, apartándose con una sonrisa nerviosa—, creo que ya entendiste los músculos.

—Sí… bastante —respondió ella, aunque en realidad no recordaba ni un solo nombre.

El momento se rompió con la llegada de un mensaje en el celular de Aisha. Era Camila:
“Aish, ya corrió el chisme a tu barrio. Tus papás seguro ya escucharon algo.”

El corazón se le encogió.

Esa noche, al llegar a casa, se encontró a su familia en la mesa. Su papá estaba con los brazos cruzados, su mamá servía café y Alina tenía la sonrisa de alguien que estaba disfrutando el espectáculo.

—A ver, hija —empezó el papá con voz grave—. Me contaron que andás mucho con un tal Morales, estudiante de Medicina.

—¡Ay, papá! —se adelantó Alina—, es el guapo de la U. Todo el mundo lo conoce.

Aisha apretó los labios, intentando pensar en una excusa.
—Solo son tutorías, nada más…

Su mamá la miró con ternura, pero también con seriedad.
—Hija, vos sabés que no es malo tener amigos, pero tenés que cuidarte. No todos los que se ven atentos son sinceros.

El papá remató:
—Yo no quiero que nadie te haga sentir menos. Y mucho menos un ricachón que después se aburra y te deje llorando.

Las palabras le pesaron a Aisha. No porque dudara de Eithan, sino porque entendía de dónde venía esa desconfianza. Sabía que para su familia, ella era la hija vulnerable, la que necesitaba más protección.

Se excusó temprano y se encerró en su cuarto. Mientras abrazaba su almohada, no podía dejar de pensar en la risa de Eithan, en la forma en que la miraba, en ese roce de manos que había hecho tambalear su mundo.

Tal vez tenía razón su papá, tal vez estaba jugando con fuego. Pero dentro de ella, algo ya ardía con fuerza, imposible de apagar.




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