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El rumor había corrido más rápido que un vendaval en Managua. Un comentario malintencionado sobre Eithan y otra estudiante de Medicina llegó a los oídos de Aisha justo cuando entraba al laboratorio. Su corazón se aceleró, y una mezcla de miedo y celos la invadió.
—¿Es cierto lo que dijeron de vos con la otra? —preguntó, tratando de controlar la voz, mientras cruzaba los brazos.
Eithan la miró con sorpresa y preocupación.
—¡Aisha! Nada de eso es cierto. Sos vos, siempre vos. Nadie más.
Pero ella, con la inseguridad aún clavada por sus complejos, dudaba.
—No sé si creerte… —murmuró, apartando la mirada—. No quiero que me lastimen.
—Nunca te lastimaría —insistió él, acercándose lentamente—. Y si querés, te demuestro que no hay nadie más que yo quiera ver.
Su voz cálida y firme la desarmó. Aisha respiró hondo, y por primera vez decidió dejar atrás los miedos. Lo miró directamente a los ojos y lo guió hacia un lugar apartado del laboratorio, un rincón donde podían estar solos.
Allí, entre susurros y risas nerviosas, las manos se encontraron, los labios se buscaron con urgencia contenida, y cada toque fue un recordatorio de que su conexión era más fuerte que cualquier rumor.
—¿Sabés? —susurró Aisha, entrecortada—. A veces siento que no merezco que alguien me vea así… completa.
—Vos sos perfecta para mí —dijo Eithan, acariciando su mejilla—. Cada curva, cada risa, cada miedo… todo eso es parte de vos, y yo lo quiero todo.
Entonces se dejaron llevar. Sus cuerpos se acercaron con una intimidad más intensa que antes, con caricias que recorrieron cada nervio y cada inseguridad. Aisha, temblando, permitió que él la abrazara y explorara con delicadeza, sintiendo por primera vez que su cuerpo no era un obstáculo sino un puente hacia la confianza y el amor.
Rieron entre besos, entre suspiros, y en cada toque había ternura y pasión. El miedo se desvaneció, reemplazado por un entendimiento profundo: podían confiar el uno en el otro, entregarse y aceptarse sin reservas.
Cuando finalmente se separaron, él la abrazó fuertemente.
—Esto no cambia lo que somos, ni lo que sentimos —susurró—. Nadie va a meterse entre nosotros.
Aisha, apoyada en su pecho, sonrió con alivio y ternura.
—Nunca me había sentido tan segura… ni tan feliz —murmuró.
—Entonces dejemos que los rumores hagan su ruido —dijo él en tono bromista—. Nosotros seguimos escribiendo nuestra propia historia.
Y así, entre caricias, risas y complicidad, Aisha y Eithan se dieron cuenta de que nada ni nadie podría separarlos mientras confiaran y se aceptaran tal como eran.