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Era viernes por la tarde y la facultad bullía de actividad. Entre risas y charlas, Aisha caminaba al laboratorio con una sensación extraña: nervios, emoción y anticipación. Sabía que ese día no solo terminarían los rumores, sino que también consolidarían lo que habían construido juntos.
Al entrar al laboratorio, Eithan la esperaba con su típica sonrisa confiada. Esta vez no había rumores, ni comentarios maliciosos. Solo la certeza de que ambos estaban listos para demostrar que lo suyo era real.
—Hola —susurró él, tomando suavemente su mano.
—Hola… —respondió Aisha, con la voz llena de emoción.
El resto de la clase pasó entre apuntes y prácticas, pero cada mirada entre ellos era un recordatorio de que nada ni nadie podía interferir en su vínculo. Finalmente, Eithan propuso un descanso, y ambos se alejaron al balcón del laboratorio, donde podían estar a solas.
—Aish… —comenzó él, mirándola intensamente—. Hoy quiero que todo esto termine con una verdad: yo te quiero, completa, con todo lo que sos. Cada risa, cada miedo, cada curva.
Ella sintió un calor en el pecho, y entre la timidez y la emoción, respondió:
—Yo… yo también te quiero. Pero a veces siento que no merezco tanto.
Eithan la abrazó, y esta vez la intimidad se volvió más intensa, más apasionada. Sus labios se buscaron sin prisas, sus manos explorando con delicadeza y ternura. Cada toque y cada suspiro afirmaban su confianza mutua. Aisha se entregó con timidez, pero también con la certeza de que estaba segura con él.
—Vos sos mi hogar —susurró Eithan entre besos—. No hay nada que temer.
Rieron entre suspiros y caricias, y hasta lograron un momento cómico: Eithan intentó levantarla en brazos, pero tropezó ligeramente con el borde del balcón, haciendo que ambos terminaran en un abrazo entre risas y rubores.
Cuando finalmente se separaron, Aisha lo miró y sonrió:
—Creo que hasta los muebles están de nuestra parte.
—O nosotros estamos hechos el uno para el otro —contestó él, con una sonrisa traviesa—.
Esa noche, al llegar a casa, Aisha se encontró con la sorpresa de sus padres y Alina en la sala. Todos la miraban con orgullo y complicidad, felices de verla radiante y segura de su amor.
—Así que sí existía alguien que te hacía sonreír así —dijo su papá, con una media sonrisa—. Me alegra que lo hayas encontrado.
—Y yo quiero que sepas que sos bienvenida en la familia, Eithan —añadió su mamá—. Pero tratá bien a mi hija, ¿eh?
Eithan asintió solemnemente, provocando risas de todos. Aisha se abrazó a él, segura de que no solo había conquistado su corazón, sino también la confianza y el cariño de su familia.