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Meses después, Aisha y Eithan caminaban por el Malecón de Managua, disfrutando de un atardecer nicaragüense. Ella con su sonrisa tímida pero radiante, él con su carisma seguro y protector.
—Nunca imaginé que todo esto fuera posible —susurró Aisha.
—Y yo nunca imaginé que alguien como vos pudiera enseñarme tanto —contestó Eithan, entrelazando sus manos—.
Se detuvieron frente al lago, mirándose a los ojos, y en un beso suave, sintieron que cada obstáculo, cada rumor, cada miedo, había valido la pena.
Porque las lecciones del corazón no se aprenden en los libros, sino en la valentía de confiar, de reír juntos, y de amarse tal como son.
Y así, bajo el cielo nicaragüense, comenzaron su historia de amor verdadero, entre risas, complicidad y promesas que durarían toda la vida.