Algunos de los seres humanos tienen una pequeña estrella en la frente desde que nacen, no tiene porqué ser literalmente pero aun así, los hijos de puta nacen con ella, y es ella la que los guía a ese camino suertudo donde creen que es por todo su esfuerzo de mentira que lograron tener todo lo que tienen, y digo esfuerzo de mentira, porque si en verdad fuera verdad de que “todo lo que te propongas lo vas a lograr” no hubieran tantas razones para matarse desde los veinte años en adelante, y claro, no es que la idea no se desarrolle desde la adolescencia, pero quizás desde los veinte se es más valiente para considerar desaparecer. Evidentemente los de la estrellita en la frente no van a pensar en desaparecer, esos malnacidos saben desde que abren los ojos y la iluminación de la sala en el hospital le da la bienvenida al mundo, a su mundo de cristal, donde están envueltos en una burbuja de vidrio cuidado por los ángeles de quién sabe qué y el dios de quizás donde la cual no les permite involucrarse con los que no estamos dentro de ese cristal, los que se han entrometido en el camino de nosotros los “impuros” ¿quieren saber dónde están ahora?, no, no quieren. Bien, empecemos de nuevo, porque posiblemente no se está entendiendo un carajo de mi odio hacia los que considero suertudos y metidos en bolas de cristal. Cuando tú estás del otro lado del vidrio comprendes lo injusto que es el ojo que todo lo ve, es decir, Dios, y no te metes en la cabeza el motivo por el cual tú no fuiste elegido por su dedo “glorioso” para entrar allí, después de que pasa un tiempo te acostumbras a pensar de una forma ególatra y narcisista, diciendo en tus adentros:
— Que se joda, era demasiado para ese lugar.
Pero no, tú sabes que no, sabes que te sientes miserable porque ves a todos esos estrellados cruzar su camino de amor, felicidad, amistad, y tú estás allí, escupido y pisoteado, bien, me volví a desviar pero el punto es que, existen dos bandos, los de la estrella estúpida, y los de la apuñalada. Espero que no sea necesario explicar con plastilina de que posición estoy.
Léeme, ¿sabes que es vivir veintiocho años de tu vida en este lado del mundo?, sí, en ese lado en el que te tocó estar solamente porque no habían cupos suficiente para entrar en la bola de cristal, pero posiblemente eso no sería tan malo, no, lo perverso es cuando ves hacia la bola de cristal y te topas con tu cara, tu cuerpo, tus manos, la forma de tu piel, eres tú, pero no lo eres al mismo tiempo, y te preguntas, ¿por qué?, entonces comprendes que ese día, el día de la sala del hospital no estabas solo, había alguien más llorando por la puta palmada del doctor que te hace entender desde un principio que llegaste al mundo a recibir golpes, y, a sentirte pequeño —aunque tal vez sea para saber si eres consciente de lo que se te viene encima—, él llora, tú lloras, mamá te abraza, mamá te lleva a casa con papá, con los abuelos que sus arrugas parece que estuvieran tiesas en su rostro y su cuerpo no tardara en volverse polvo, bien, el lapso de la vida. Él tiene tu cara, tu cuerpo, ¡un gemelo!, una copia, una tonta copia que tiene eso, el elegido, la maldita estrella en la frente. Desde esa prematura edad brilla, más que el sol rodeado de las fanáticas nubes que son sus groupies diariamente, más que el pequeño niño de tercero de primaria de ojos azules que por si no fuera poco también es suertudo y desde pequeño anda bajando bragas. ¿Qué cuál es mi lógica?, pues que todo aquel que tenga algo que yo no tenga, es un hijo de puta. Volviendo al tema del gemelo, porque si no me di a entender tengo uno, y al mismo tiempo es la persona que más aborrezco en toda mi vida, más allá de mi madre y mi padre, los abuelos ya no están, eso no está nada mal. He de recordar con un tierno y adorable odio, aquellas tardes donde en una sola nota ambos decidíamos ponernos a cantar, teníamos trece, quizás catorce, una edad donde se creía querer ya a tu familia, a veces nos turnábamos los instrumentos que nuestros padres nos compraban, y a la vez debo recalcar que era mi persona el que se preocupaba por tenerlos, a él le importaba un comino si teníamos o no, solo cantaba para desaburrirse cuando Victoria no le hablaba. Oh sí, me acuerdo de los rizos de esa muchacha, estaban empezando a crecerle los pechos y el único inepto que se daba cuenta era él, si se le subía la falda al bajar del transporte él era quién se daba cuenta de ello, y, aún recuerdo aquel día, era un lunes por el medio día, bajándome del vehículo en la esquina de la calle de mi casa, cansado por esa clase de gimnasia donde no me llamaba ni cinco la atención y en todo lo que me podía centrar era en llegar a casa para agarrar el pequeño piano recién comprado, era más adictivo el olor a nuevo de esa cosa que el perfume de la Victoria, sin embargo, aunque fuese yo el que ignoraba la existencia de la morenita vecina, para sus acompañantes callejeros yo no era ningún ignorante, al contrario, me ponían perfectamente el nombre del “bandido” que le chismoseaba los calzones cuando se bajaba. Yo, en mi inocencia y poca defensa, les veía acercarse con sonrisas de terror, pero no de las que te demuestran miedo, sino, de las que te dan. Casi, cagado en los pantalones retrocedía pero no me bastó para correr cuando recibí la paliza de mi vida solo por una cosa, por una maldita cosa que culpaba a mi padre por el día en que en su genética existió la posibilidad de tener gemelos. Confundido, el labio roto y alguna costilla en mal estado, me levanté del pavimento, pensé en llegar a casa sí, lo hice, dejé la mochila negra llena de polvo en el sillón y subí hacia la habitación donde con tanta frescura se encontraba el que debía tener el labio roto, un ojo morado y la costilla en dos pedazos diferentes. Yo, era idiota, pero cuando se trataba de la rabia que me provocaban los demás tenía más idiotez, porque para romperle los dientes y hacerme el loco experto si fui. Recuerdo a mamá interviniendo, preguntando qué había sucedido, me excusé pero no fue suficiente así que recibí el castigo de nada de instrumentos por dos semanas, y él, con su estrellita dorada felizmente ubicada se partió el culo de risa.