Legado

VII

Al terminar de observar el video, los integrantes en la reunión de Colonia parecían despreocupados. Uno a uno, se apartaron del grupo y comenzaron a realizar breves llamadas a sus equipos de seguridad. No sentían la necesidad de entrometerse en un asunto que no los involucraba directamente. Henry Schulz, por su parte, observó por una de las ventanas del Meridien Dom Hotel, divisando la enorme catedral. Situada en el centro de la ciudad de Colonia, la catedral posee 144.50 metros de largo, 84 metros de ancho y una superficie de ventana de 10,000 metros cuadrados. Con un estilo neogótico, está revestida de ladrillo oscuro y tiene cuatro enormes torres. Es un monumento de renombre en el catolicismo alemán. La primera piedra se colocó el 15 de agosto de 1248, pero tuvieron que pasar 632 años para finalizar su construcción. La catedral alberga 12 campanas distribuidas a lo largo de sus torres. Sin embargo, se considera que el tesoro más famoso de la catedral es el relicario de los tres reyes magos. Tradicionalmente se cree que alberga los restos de los reyes que fueron guiados por la estrella de Belén hacia el pesebre donde nació Cristo. Sus cuerpos fueron adquiridos durante la conquista de Milán en 1164. El relicario tiene la forma de una iglesia basilical, fabricado en bronce y plata, dorado y ornamentado con detalles arquitectónicos, escultura figurativa, esmaltes y piedras preciosas. El relicario se abrió en 1864, y se descubrió que contenía huesos y prendas de vestir.

Esa noche, Henry hizo lo mismo que sus colegas, pero a diferencia de ellos, no se comunicó con los miembros de su equipo. En lugar de eso, llamó al arzobispo de Canterbury en Londres. Después de insistir durante unos momentos, el arzobispo accedió a recibirlo en su despacho privado, ubicado en la Abadía de Westminster. Tras pactar la cita, Schulz no esperó ni un segundo y se acercó a sus compañeros.

— Ya está todo solucionado —les dijo con firmeza—. Yo mismo me voy a Londres a verificar la identidad de esa mujer.

En condiciones normales, habría enviado a uno de sus agentes, pero en esta ocasión no quería que nadie supiera lo que sucedería esa noche. Salió presuroso del hotel, solo acompañado de su teléfono celular. Se dirigió hacia la calle, donde su chófer le esperaba para llevarlo al aeropuerto.

En su avión privado rumbo a Londres, Schulz observaba por la ventanilla, tratando de mantener la calma. «El mundo no está preparado para esto», pensó, aún sorprendido de que, tan solo unos meses atrás, había tenido cara a cara a la mujer que ahora podía destruir un imperio.

Henry Schulz había sido elegido por sus colegas como el líder de la Sociedad Regente. Había pasado los últimos once años escribiendo los capítulos de la historia a lo largo del mundo, firmando contratos, pactando victorias y extendiendo el mensaje de la Sociedad.

Lo habían llamado de muchas formas: el dueño del mundo, el hombre que maneja los hilos, el verdadero gobernante... pero él no era nada de eso. Schulz simplemente proporcionaba la oportunidad de llevar a cabo, sin consecuencias, las ambiciones y deseos de su grupo y de los hombres influyentes que querían ayudarlos a conseguirlo, a cambio de minucias de poder. Schulz tenía claro que el arma más poderosa que una persona puede tener contra un gobernante no es un arma de fuego ni una bomba atómica, sino simplemente el dinero. La diferencia entre un país próspero y uno empobrecido depende de la cantidad de efectivo que circule.

El avión sobrevolaba el mar revuelto, y Schulz intentaba alejar sus pensamientos, tratando de olvidar el error que había cometido meses atrás.

Las decisiones que Schulz había tomado en nombre de la Sociedad Regente jamás habían sido cuestionadas. Cada gobernante del mundo conocía al pequeño grupo de personas que presidían grandes conglomerados empresariales en cada país del mundo, por más alejados o pequeños que fueran. Los mandatarios sabían que cuestionar cualquier decisión era condenar a su nación a la ruina económica. Los miembros retirarían sus negocios y el país quedaría sumido en una crisis total. Por eso, aunque muchas naciones se consideraban anticapitalistas, nunca dejaban que todas las empresas se fueran, y acataban, vociferaban o actuaban según lo dictado por los miembros de la sociedad.

Sin embargo, mientras observaba las lejanas luces de la costa inglesa, Schulz se sentía inusualmente intranquilo.

Años atrás, en ese mismo avión, había conocido a alguien que ahora amenazaba con echar por la borda todo lo que había construido. «¿Cómo pude haberme equivocado de esa manera?», pensó. Por aquel entonces, el líder de la sociedad no podía saberlo, pero su error había desatado una serie de desafíos imprevistos y lo obligaría a recurrir a algunos de sus mejores agentes y ordenarles que hicieran «lo que fuera necesario» para evitar que la sociedad se viera perjudicada.

— Amelie no es consciente de la guerra que ha iniciado —murmuró para sí mismo.

Cuando el avión comenzó a sobrevolar los cielos de Londres, su teléfono comenzó a vibrar. Excitado, Schulz respondió.

— Arzobispo, buenas noches.

— He hallado la ubicación exacta de Amelie Williams —anunció su interlocutor—. Antes de que tomes alguna decisión, ¿puedes explicarme por qué es tan importante que seas tú quien la vea y no yo quien la detenga?

Schulz dudó. No estaba seguro de que su respuesta satisfaciera al arzobispo, así que optó por evitar contestar directamente.

— ¿Dónde se encuentra? —preguntó, cortante.

— Aún no me has respondido.

— Las preguntas se responderán a su debido tiempo, arzobispo.

La desesperación comenzó a impacientar a Schulz, quien estaba acostumbrado a tener todo milimétricamente calculado.

— Ella está aquí, en la abadía... Para ser exactos, ella y yo estamos a dos pasos de distancia.



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En el texto hay: thriller, londres, familia real

Editado: 26.02.2025

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