Mike.
Conduje sobre mi moto por las oscuras calles de Chicago.
Debía admitir que: era agradable ver como las personas pululaban por las calles metidas en sus vidas, en lugar de estar pendiente de la mía. Deseaba pensar que mi presencia era irrelevante y no que era por el casco que llevaba puesto el cual me otorgaba dos maravillosas cosas.
Anonimato y libertad.
Dos cosas de las que últimamente carecía gracias a que mi foto salió encabezando la lista de los Forbes, era el primer hombre en convertirse en multimillonario y entrar a la lista siendo tan joven.
Lo decían de manera tan frívola, como si me estuvieran exhibiendo en el mercado esperando que un buen postor me comprara.
En realidad, detrás de cada moneda había noches en vela, horas interminables de trabajo y muchos ataques de ansiedad, incluso de pánico.
Las personas como la prensa solo veían la cantidad de dinero que había en mis cuentas y el físico que me gastaba, pues, ya no era el pequeño Mike, sino el soltero más deseado.
Detuve mi moto frente al hotel.
Enseguida un hombre corrió a tomar mis llaves, pero no era necesario correr. Sin embargo, lo hacía porque sabía que solo una persona con muchos ceros en sus cuentas podía pagar una noche en este lugar, además; las personas en mi posición se volvían arrogantes y patéticos.
—Buenas noches, señor —comentó el hombre sin aliento.
—Buenas madrugadas, querrás decir —lo corregí quitándome el casco.
El hombre revisó su reloj y asintió al ver que pasaba de la medianoche.
—Tiene usted razón. ¿Tiene equipaje? —indagó sin ahondar en el tema.
—Todo lo que necesito está aquí. —Tomé mi maleta de cuero, estaba algo gastada, pero había sido un regalo de mi madre y no salía de viaje sin ella, era mi forma de llevarla siempre conmigo.
—Muy bien, yo me encargo de su moto. Descanse.
Por un segundo, pensé que, el hombre se subiría a mi moto para llevarla al estacionamiento, pero no, solo sujetó el volante y la hizo avanzar.
Subí las escaleras y atravesé el vestíbulo donde pasaría los siguientes días.
Avancé directamente a la recepción siendo consciente de los paparazzi dentro del lobby, tomándome fotos pretendiendo que sus estúpidos disfraces eran tan buenos como para pasar por desapercibidos.
Idiotas.
Normalmente, la prensa siempre estaba pendiente de mí, pero ser el número 1 en la dichosa lista había hecho que las cosas enloquecieran drásticamente.
No era que antes no fuera de interés público. Sin embargo, se concentraban más en mis negocios y no en mi edad, físico o en mi estado civil.
Toda mi vida había ido a terapia para tratar mis diferentes trastornos obsesivos compulsivos, pero no había aprendido a lidiar con las idioteces que ponía.
—B-buenas n-noch-ches, señorito Powell —tartamudeó la chica en la recepción—. Su h-habitación está lista.
La miré fijamente sin ninguna expresión en mi cara.
»¿Desea que lo acompañe? —indagó la muchacha mordiéndose el labio inferior, mientras colocaba un mechón de su cabello detrás de la oreja.
Sabía que era una clara señal de coqueteo, pero era el efecto que causaba ser joven y millonario.
—Él, no necesita que lo escolten —habló una mujer desconocida reuniéndose con nosotros—. El señorito Powell, solo desea su llave.
Volteé a ver a la mujer que estiraba su mano con una sonrisa. De pronto, recordó algo y la bajó:
»Casi olvido que no le gusta ser tocado.
—Se equivoca, si me gusta, pero no dejo que cualquiera lo haga —le aclaré tomando la llave del mostrador—. No quiero que nadie me moleste y saquen a esos periodistas del vestíbulo, la privacidad está incluida en el costo de la habitación.
Caminé al elevador sin dirigirle otra mirada a ese par de mujeres.
Andrea solía regañarme por ser tan frío, pero no estoy obligado a ser amable, ni a andar regalando sonrisas. Prefería ser franco y directo, en lugar de hipócrita.
Era un empresario, no una estrella de cine.
Deslicé la tarjeta en mi puerta y esta se abrió para revelar una habitación mediocremente ordenada.
Suspiré y entré.
Ahora de adulto sabía que, había manías que nunca iban a desaparecer, pero estaba bien con eso, ya que, me impedía acostarme en una cama llena de polvo, arrugada o con bichos.
Abrí mi maleta y me preparé para acomodar mi habitación a mi gusto.
Cambié las sábanas, limpié el baño, aspiré y desinfecté manijas, mesas y todo lo que se me cruzara por enfrente.
Estaba terminando cuando mi celular comenzó a sonar.
—Theo —contesté acomodando el teléfono en una posición que me permitiera seguir trabajando y hablar con mi amigo.
—Por lo que veo ya estás en el hotel —dijo Theo viéndome desde la pantalla de mi móvil.
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Editado: 03.12.2024