Legado de Amor

Episodio 4: ¿Casualidad o destino?

Mike.

Regresé caminando al hotel.

Creo que era la primera vez en toda mi vida que sentía tal impotencia, supongo que, no siempre podía obtener lo que quería. Aunque, estaba seguro de que la oportunidad de romperle la cara a ese imbécil llegaría tarde o temprano.

Llegué al hotel y fui recibido por la recepcionista que me atendió en la madrugada.

—¡Gracias a Dios, llegó! —exclamó y parecía aliviada.

—¿Sucedió algo en mi ausencia? —indagué caminando a los elevadores.

—No, pero lo vi salir hace horas, temí que se hubiera perdido o le hicieran daño.

—¿Me cree estúpido? —cuestioné entrando al ascensor.

—N-no, p-por supuesto que no —balbuceó la pobre mujer y movió las manos en el aire—. Es que Chicago puede ser una ciudad peligrosa.

—Por si no es capaz de notarlo, me sé cuidar solo —le aclaré con irritación.

—Se nota —murmuró ella, pero al ver que la había escuchado se sonrojó—. Quiero decir que, que, que, se nota…

—Ahórrate la explicación y déjame subir a mi habitación. —Apreté el botón de mi piso.

—Si se le ofrece algo… —La puerta se cerró silenciando sus palabras.

Estaba cansado de ser Mike, de que todos se acercaran a mí solo por interés, de ser tratado como un objeto en lugar de un ser humano.

Sin embargo, hoy había tenido la oportunidad de conocer a la mujer más especial del mundo, Miranda sí lograba verme a mí y no a mi cuenta bancaria o fama.

Por eso, no podía renunciar a ella, a lo que había despertado en mí.

Entré a mi habitación, me quité la ropa y sin perder más tiempo, me fui a dar una ducha. Aunque, eso eliminaba todo rastro de Miranda de mi cuerpo, pero contaba con volverla a ver.

Salí de la ducha todavía pensando en todo lo que acababa de pasar.

No lograba comprender cómo Miranda había justificado las malas acciones de su amiguito. Además, sugerir que mis sentimientos eran pasajeros.

Entendía la postura de Miranda, ella no me conocía, no tenía idea del impacto que causó en mí. Tampoco sabía que no era de esos tipos oportunistas o que solo buscaban algo casual.

Si bien, no tenía una definición exacta para lo que sentía por ella; tenía seguro que no era efímero, ni renunciaría a verla de nuevo.

Sin embargo, le daría tiempo para procesar sus emociones y planear una cita original.

Me senté en la cama y tomé mi teléfono, Theo me había enviado la dirección y sonreí al darme cuenta de que la cafetería que había comprado, era la misma donde Miranda trabajaba.

¿Casualidad o destino?

Le marqué, inmediatamente, a Theo.

—¿Amigo todo bien?

—Todo está más que bien —comenté con el corazón latiendo lleno de felicidad—. Estuve en esa cafetería hace un rato.

Pero, te acabo de enviar la dirección —manifestó Theo sonando curioso.

—Salí a trotar y comenzó a llover. Busqué refugio en una cafetería y tuve la oportunidad de conocer a la mujer más hermosa del mundo.

—Esto es lo más humano que te he escuchado decir —declaró Theo y sonaba particularmente, contento—. Mike, enamorado.

—No estoy seguro si estoy enamorado —expresé pensativo.

Así es el amor, te golpea cuando menos te lo esperas y no te da oportunidad de escapar. —Theo rio y preguntó—. ¿Cómo es ella?

—Ella es hermosa, sus ojos son de color café, sus rasgos son finos como si fuera una pequeña hada y cuando sonríe en sus mejillas se marcan un par de hoyuelos que hacen latir con fuerza mi corazón.

Ya está, la prueba fehaciente de que estás enamorado. —La línea se quedó en silencio, Theo en su infinita amabilidad, dejó que mi mente procesara la información—. Pero, si deseas comprobar mi teoría, deja pasar un par de días, si logras pensar en otra cosa que no sea esa mujer especial, entonces, no era amor. Ahora, debo dejarte.

Gracias, amigo. —Colgué la llamada.

Me dejé caer sobre el colchón, antes de dar cualquier paso, debía descansar un poco.

Miranda me había cautivado por completo, con esos hoyuelos en las mejillas y su inocente timidez.

════∘◦✧◦∘════

Miranda, varios días después…

Había sido una semana extraña y algo silenciosa.

Matías seguía sin hablarme, lo que había hecho pesado el ambiente en la cafetería. Aurora y Jwan trataban de aligerar las cosas bromeando entre ellos, pero era difícil dirigir una cafetería cuando uno de los empleados bajo tu cargo hace lo que quiere.

Sin embargo, estaba alucinando si creía que yo daría el primer paso, él fue quien metió la pata, pues, ahora debía arreglar su desastre.

Como si me hubiera leído la mente, Matías se acercó y se detuvo frente a mí:




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