Legado de Amor

Episodio 7: Tocando las estrellas

Mike.

Tener a Miranda entre mis brazos, me había dado el confort y la paz que tenía años buscando desesperadamente.

Mi espíritu se sentía en calma y todas las angustias quedaban en la periferia de mi corazón, como si mi Ninfa fuera el faro que iluminaba la oscuridad, manteniéndome a salvo, lejos de los demonios que me acechaban sin piedad.

Había planeado llevar a mi Ninfa a otro sitio, pero tenerla desnuda entre mis brazos, me hizo replantearme toda la salida.

La noche poco a poco fue cayendo sobre nosotros, las estrellas iluminaban el velero y la suave brisa nos mantenía frescos.

Una pequeña lámpara me brindaba claridad para seguir leyéndole a Miranda, quien se había colocado una de mis camisas, para luego acomodar su cabeza sobre mi pecho.

Se sentía extraño, pero no desconocido compartir una conexión tan profunda con una persona haciendo que no fuesen necesarias las palabras.

¿Acaso así se sentía el amor?

Terminé el capítulo que le estaba leyendo y sabiendo que era muy tarde; cerré el libro.

Busqué la mirada de mi Ninfa; ella alzó la cabeza y me observó con esos ojos cafés que me encantaban y me regaló una sonrisa, mostrándome esos hoyuelos que me enloquecían.

Sin poder resistirme más, me incliné sobre ella y deposité un beso en sus carnosos labios color carmesí:

—¿Quieres comer? —Era una pregunta retórica, sabía que ella tendría hambre, sobre todo, después de tanta actividad física.

—¿Trajiste comida? —indagó ella curiosa y se sentó a horcajadas sobre mi regazo.

Contemplé su belleza por un par de segundos antes de responder.

—No —admití con algo de vergüenza—. En realidad, tenía pensado llevarte a otro lugar.

Nunca antes me había pasado que no seguía con mi cronograma, según lo planeado.

Era incapaz de reconocer al hombre que estaba sentado semidesnudo en la proa de este velero. Parecía tan despreocupado, incluso feliz.

Supongo que, estar con mi Ninfa, me hacía un hombre diferente.

—Oh. —Su boca formó una perfecta “o”, sus cejas se alzaron un poco y sus ojos se vieron sin parpadear—. Pues, la verdad, sí tengo hambre.

Alcé una mano y aparté el cabello de su cara, llevándolo detrás de su oreja. Aunque, de nada sirvió, pues, su melena era tan lisa que enseguida regresó al sitio donde estaba.

—No creo que a esta hora esté abierto, pero podemos… —Miranda puso un dedo sobre mis labios.

—Tranquilo, vamos a mi departamento y deja todo en mis calificadas manos —propuso ella emocionada.

Sonrió mordiendo su labio inferior y tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no poseer su cuerpo en ese mismo instante. Pero, entendía que ella era novata en el asunto de la cama. Además, su cuerpo debía descansar después de hacerlo tantas veces seguidas.

Entonces, mi pequeña Ninfa movió su cadera y me endurecí sucumbiendo al deseo y la tentación de explorar todo su cuerpo a profundidad.

Miranda con la respiración agitada se inclinó y me besó suavemente, con timidez, inexperta y dulce.

—¡Oh, mi Ninfa! —La sujeté con firmeza de la cadera y presioné con fuerza—. No tienes idea de lo que causas en mí.

—Puedes demostrarlo —susurró mi princesa acariciando mi cabello.

Era tan fácil dejarse seducir por sus labios, por su tacto, por su inocencia, por su mirada lujuriosa.

—Sentirás como me pones. —Giré sobre el tapiz de la proa quedando sobre el menudo cuerpo de mi Ninfa.

Deseaba ir con calma, pero mi cuerpo no parecía saciarse de Miranda y cada vez que estaba con ella, más adicto me volvía al sabor de su piel.

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Mike.

Miranda abrió la puerta de su piso, el cual quedaba justo sobre la cafetería, y su cara cambió al ver su departamento desordenado.

Pasé la mirada por el lugar, pude sentir cómo una de mis más marcadas manías comenzaba a apoderarse de mí.

Todo el lugar era un caos y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Trataba de pensar en otra cosa, pero a donde viera había algo que debía ser arreglado, en eso vi a Miranda correr al sofá.

—Lamento el desorden —murmuró tomando la ropa que estaba sobre el mueble. Noté lo rojo que estaban sus mejillas, nariz y orejas. Entonces, comprendí que estaba realmente avergonzada del desorden de su departamento—. Normalmente, no tengo visitas…

Claramente, era un piso de soltera, primero sentí alivio de sus palabras, luego recordé al cretino que tenía como amigo y los celos se apoderaron de mí, me acerqué a ella y la observé fijamente.

—¿Ni siquiera tu amigo te visita? —la interrumpí con la ira ardiendo en mis venas.

Miranda frunció el ceño.

—Matías es mi mejor amigo. —Miranda me miró y alzó la barbilla—. Claro que vino a mi piso, pero no de visita, él forma parte de mi vida. Este pequeño piso fue nuestro refugio en momentos difíciles de nuestras vidas.




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