Mike.
Sorprendentemente, la comida estuvo deliciosa.
Los meseros retiraron los platos y mi Ninfa no paraba de sonreír, viendo todo alrededor, pero yo solo tenía ojos para ella.
Las luces de las lámparas que habían colgado en la terraza del barco, se reflejaban en el cabello oscuro de Miranda, haciendo que pareciera que ella tenía estrellas en su melena.
Entonces, las luces se apagaron y quedamos completamente a oscuras, solo la luna nos brindaba un poco de claridad.
La música cambió y las personas se levantaron de sus asientos para comenzar a bailar, mientras los meseros rodaban las mesas para abrir más espacio en la proa.
Nunca en toda mi vida había bailado. ¡Por Dios! Ni siquiera había deseado hacerlo, pero en ese momento viendo a mi Ninfa frente a mí, solo anhelaba sacarla a la pista y bailar con ella, dejando que el calor de su cuerpo arropara el mío.
Me levanté de la silla y le ofrecí mi mano:
—¿Deseas bailar conmigo?
—¿Sabes bailar? —cuestionó Miranda con una sonrisa.
—No, pero no creo que sea difícil —admití con algo de vergüenza.
Miranda tomó mi mano y se puso de pie.
—Te puedo dar un par de lecciones —dijo ocultando su sonrisa.
Llegamos a la pista y la miré esperando instrucciones. Al menos, era muy bueno en eso.
Mi Ninfa tomó mi mano y la llevó a su cadera; luego pasó sus brazos alrededor de mi cuello y me miró fijamente.
»Ahora, solo nos movemos al ritmo de la música —susurró insegura—. Lo siento, yo tampoco soy una experta.
Sonreí enternecido por sus palabras.
Cada segundo que pasaba a su lado, más me enamoraba de ella.
Apreté su cintura acortando toda la distancia entre nuestros cuerpos y me moví lentamente, no al ritmo de la música, solo despacio, gozando de la noche y del calor de mi Ninfa.
De la nada, cayó una gota, luego otra y en pocos minutos llovía a cántaros.
Todos corrieron a resguardarse de la lluvia; excepto nosotros.
Por alguna razón, solo nos quedamos allí, juntos bailando bajo la lluvia. En ese momento no sentí la necesidad de huir de las gotas que empapaban mi cuerpo, tampoco deseé que escampara. Al contrario, deseé que este instante durara para siempre.
Aunque, el tiempo recordándome lo cruel que era, siguió avanzando a pasos agigantados y en menos de lo que esperaba, el capitán de la nave estaba llegando al puerto, listo para dejar a la tripulación.
—Lo siento, no pensé que la noche fuera a terminar tan rápido —murmuró Miranda bajando del bote.
Me detuve y tomé su cara entre mis manos:
—¿Quién dice que la noche llegó a su final? —Me incliné y le di un beso en los labios—. Además, fue una cena perfecta —aseguré entrelazando mis dedos con los de ella.
—¿Incluso mojarse en la lluvia?
—Estar a tu lado es una experiencia sublime, que carece de una explicación lógica, pero que cada segundo me hace más adicto a ella. —Tomé posesión de su boca.
Esa que me calmaba…
Esa que tanto me gustaba…
Esa a la que era completamente adicto…
Acaricié su cuerpo con la yema de mis dedos, adoraba sentir el calor de su piel. Me encantaba apreciar cómo la textura de su tez cambiaba de suave a erizada.
Mis dedos siguieron su recorrido hasta que llegaron al cabello de mi Ninfa, me deleité con su sedosidad. Apreté más su cuerpo y un gemido escapó de sus labios.
Dejé momentáneamente sus labios para descender por su cuerpo y llegar a su cuello, allí deposité varios besos, mientras me embriagaba con su aroma.
Tuve que recordarme dónde me encontraba y parar, pues, si seguía así ya no iba a poder detenerme.
Tomé a mi mujer del suelo y la llevé a toda prisa a mi moto.
—¿Qué haces? —indagó Miranda riendo ligeramente.
—Te llevó a mi cama, allí me tomaré el debido tiempo de besar cada parte de tu cuerpo. Dejaré tatuado mi amor en tu piel.
No mentía, tenía la necesidad de hundirme en ella y llenarla con todo mi amor.
No comprendía cómo, pero cada vez era más adicto a ella.
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Mike.
El amanecer comenzaba a asomarse en mi ventana, Miranda descansaba desnuda sobre la cama con su cabeza en mi pecho.
No había logrado conciliar el sueño.
Cuando llegué a Chicago, pensé que solo me quedaría un par de días, ahora estaba planeando mudarme de ciudad.
¿Quién me iba a decir que salir a trotar esa mañana me cambiaría la vida?
Cerré los ojos un par de segundos, imaginando la vida que iba a tener con Miranda. Todos los lugares que visitaríamos, los libros que leeremos; las comidas que probaremos…
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embarazo inesperado, millonario celoso posesivo, jefe empleada reencuentro
Editado: 03.12.2024