Legado de Amor

Episodio 14: No se puede olvidar

Miranda.

Suspiré revisando mentalmente haber empacado lo necesario para el seminario, serían 90 días para sanar.

12 semanas para olvidar y pasar página.

Sabía que el amor podía doler, en el pasado, lo viví con mis padres, ambos se amaban con toda su alma, pero por situaciones de la vida se habían separado.

De pequeña pensaba que era tonto que estuvieran separados, cuando todavía se amaban, pero nunca me importó nada más.

Ahora entendía lo que mi madre tuvo que haber sufrido al tener que estar lejos de nosotros. Por suerte, meses después, se reconciliaron y hasta la fecha, más nunca se han separado de nuevo.

Claro que, no estábamos en la misma situación. Mike me había dejado y tenía novia, a la cual le había regalado la cafetería donde me conoció.

Cerré la maleta llena de rabia y tomé mi cartera.

Lo mejor era olvidarme de Mike, agradecerle porque me enseñó a no creer en los hombres. Ahora solo debía seguir adelante con mi vida.

Después de todo, soy joven e independiente.

Salí de mi piso y bajé las escaleras casi que de puntillas, en un vano intento de no hacer ruido, no quería otro enfrentamiento con Matías y terminar de pisotear cada uno de los bonitos recuerdos que tenía con él.

Fui hasta la calle y esperé a que mi taxi llegara.

Por suerte, no tardó en llegar, me asomé en la ventanilla del pasajero y comprobé que fuera mi conductor asignado. Y me acomodé en la parte trasera del auto.

—¿A dónde señorita? —indagó viéndome por el espejo retrovisor.

—Escuela de arte —murmuré viendo a la cafetería por el rabillo del ojo.

Había invertido parte de mi vida en ese lugar, soñando con todos los cambios que iba a hacerle, supongo que, algunos sueños solo son eso… Sueños.

El conductor puso el auto en marcha y suspiré a modo de despedida.

Ya no regresaría a este lugar y me aseguraría en el futuro de evitar por completo esta calle.

En mi presente todo lo sucedido me dolía, pero estaba segura de que pasado algún tiempo sacaría una lección de todo.

El vehículo se detuvo y le pagué al conductor.

Bajé del auto, tomé mi maleta y fui al punto de encuentro. Consideraba que llegar a tiempo había sido un verdadero milagro.

Primero porque rara vez llegaba a tiempo a alguna cita.

Segundo porque tuve un corto lapso para prepararme para el viaje.

—¡Miranda, llegaste! —El profesor Jerry venía acompañado por un hombre—. Él es Dylan, será tu compañero en el seminario.

—Un gusto —dijo Dylan extendiendo su mano y regalándome una sonrisa.

—Hola. —Estreché su mano y le di una media sonrisa.

—Bueno, los dejaré un momento para que se vayan conociendo un poco, mientras busco los carnets de identificación que deben llevar. —Jerry sonrió y se marchó.

—¿Siempre es así de…?

—Extrovertido, espontáneo —terminé por Dylan.

Volteé a ver a mi compañero, pero sus ojos verdes ya estaban puestos sobre mí.

»Sí, siempre es así —concluí apartando la mirada—. ¿No estudias aquí?

—Sí, pero estudio fotografía y no tenía el gusto de conocer a Jerry.

Tenía lógica, Jerry daba historia del arte y técnicas para componer y utilizar el color.

—Es un excelente profesor —comenté para llenar el silencio.

—¿Tú qué estudias?

—Bellas Artes, desde niña dibujo y pinto muy bien, así que, me fui por esa rama.

—Me gustaría poder tener una pintura realizada por ti.

—¿Con qué fin? —cuestioné volteando a verlo.

—Pues, cuando seas famosa, yo podré presumir una de tus pinturas.

Sonreí con tristeza.

Por extraño que pareciera, en mi mente nunca estuvo la idea de hacerme famosa con mis pinturas.

Amaba pintar, pero conocía el precio de la fama y la verdad, prefería vivir en una casa lejos de la ciudad, en un pueblo tranquilo. Pintando pequeños retratos de los turistas que estuvieran de paso.

Caminar y explorar nuevos paisajes, acompañada de mi leal Susy.

Sin embargo, hace tiempo que quería aprender un par de cosas de fotografía y había encontrado una forma de aprender en la práctica.

—Vale, te daré una de mis pinturas, pero no será de gratis. —Dylan me observó y sonrió—. Me pagarás con algunas clases de fotografía.

—Me parece justo. —Estiró la mano y añadió—. Tenemos un trato.

Asentí estrechando su mano, pero él no la soltó de inmediato y bajé la mirada.

—Antes de cualquier cosa, necesito aclararte que solo te ofrezco una amistad.

La sonrisa en el rostro de Dylan se mantuvo y asintió.

—Enseñando tu mano desde el principio, me agrada. —Dylan soltó mi mano y tomó su bolso—. Me dabas la impresión de que te habían lastimado, pero ahora creo que fue al revés.




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