Lilith Shadow.
La luna se veía hermosa esta noche.
Su resplandor bañaba las calles oscuras, haciendo que incluso las sombras parecieran vivas bajo su luz. Tenía una vista maravillosa, nada ni nadie podría compararse con esa pequeña, pero poderosa sensación que me invade al sentarme a observar la noche, esa paz que solo parece existir cuando el mundo entero duerme.
Eran las once.
A pesar de lo tarde, no tenía sueño.
Mañana debía ir a clases temprano, y por la tarde visitaría a mi abuela. Pero, aun así, algo dentro de mí no quería cerrar los ojos. Como si el silencio de la noche tuviera algo que decirme, algo que solo puedo escuchar cuando todos los demás callan.
Mañana debía ir a clases temprano, y por la tarde visitaría a mi abuela. Pero, aun así, algo dentro de mí no quería cerrar los ojos. Como si el silencio de la noche tuviera algo que decirme, algo que solo puedo escuchar cuando todos los demás callan y para ser sincera me gusta dormir temprano, pero amo el mundo de doce a cinco de la mañana. No sé, hay una tranquilidad rara, como si todo se quedara en pausa. Es como si el ruido del día se apagara y uno pudiera pensar en claro, respirar distinto y hasta los pensamientos suenan bajitos.
En este mundo solo estábamos dos, la abuela Thaysa y yo.
¿Mis padres? No lo sé… y, siendo sincera, tampoco me interesa saber de ellos.
¿Familia? Apenas tengo una idea de lo que significa familia.
Mi abuela me crió desde que tenía apenas unos días de nacida, o al menos eso fue lo que ella me contó. Nunca me habló demasiado sobre mis padres, solo me dijo que no quería hablar de ellos. Supongo que no quería recordarlos porque jamás mencionó sus nombres; solo los describía como “personas desconocidas”.
Eso siempre me hizo pensar que tal vez soy adoptada o quizás soy una persona la cual sus padres abandonaron.
Y, pensándolo bien, supongo que sí.
A pesar de ello, no me importaba. Tenía a la abuela Thaysa, y eso era suficiente. Ella me amaba. —aunque rara vez lo demostraba— La mayoría del tiempo se la pasaba gritándome o diciendo cosas como, —No vengas, no te necesito. — Aun asi iba a verla. O cuando murmuraba con fastidio, —No me traigas flores, luego se marchitan y quedan viejas como yo. — Igual le llevaba flores y bonitas.
Era mi abuela, después de todo. Y tenía que hacer lo posible para que, al menos, sonriera un poco, aunque fuera en sus últimos días.
—Abuela…
Susurré mirando hacia el cielo.
En algún punto de la calle, sentí que alguien me observaba. Mi vista se dirigió de inmediato hacia la esquina de la cuadra, pero no había nadie. Solo la noche y yo. Pasé un mechón de cabello detrás de mi oreja, intentando convencerme de que solo era mi imaginación. Me puse de pie, con cautela, y volví a mirar hacia ambos lados. Nada.
Sin embargo, una sensación extraña recorrió mi cuerpo. No era miedo, sino algo más hondo, una advertencia silenciosa que me erizaba la piel. Era como si el silencio mismo me observara con otros ojos, como si algo oculto en la oscuridad tuviera una presencia propia.
Con esa inquietud aún prendida en mi cuerpo, entré a mi cuarto, cerré la ventana y corrí la cortina. Me resultaba extraño hacerlo, porque siempre dejo todo abierto. Me gusta ver el cielo, sobre todo por las noches, pero esta vez no me sentía lo suficientemente segura. Aun así, aquel presentimiento seguía ahí, recorriéndome la piel, como si algo invisible respirara junto a mí.
Encendí mis velas de aroma a vainilla; la suave luz anaranjada y el perfume cálido que se extendió por la habitación lograron aliviar un poco la tensión que aún llevaba encima. Me acomodé en una esquina de la cama, intentando convencerme de que debía dormir, aunque sabía que mañana me costaría levantarme temprano. Aun así, tenía que hacerlo; por la tarde vería a la abuela Thaysa. Había pensado mucho en ella estos días, en lo bien que me hace su presencia, y le había prometido que iría. Y las promesas, con ella, siempre pesan distinto.
Mañana le llevaré chocolates, pensé, dejando escapar una sonrisa leve al imaginarla recibiéndolos con esa ternura que solo ella tiene.
Desde muy pequeña, mi abuela solía repetirme que no debía confiar en nadie. Decía que, si alguna vez alguien me hablaba en la calle, debía ignorarlo y seguir caminando, porque el mundo estaba lleno de personas malas y traicioneras. La escuché tantas veces que ya conocía su tono, su mirada fija y hasta el suspiro cansado que venía después. Y, siempre le respondía lo mismo; “Sí, abuela.”
No niego que nadie es completamente bueno; todos hemos hecho algo malo alguna vez. Pero eso no nos vuelve monstruos. No es lo mismo cometer un asesinato que arrojar un papel al suelo, claro que no.
La abuela, me miraba entonces con esa mezcla de preocupación y reproche que solo ella sabía sostener, y finalmente daba por terminada la conversación con esas cuatro palabras que parecían una sentencia tallada en piedra: “No confíes en nadie.”
Quizás… yo no conocía el mundo como realmente era.
O quizás…Nunca me dijeron como es el mundo realmente.
—Hola, niña. ¿Eres Lilith Shadow?
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Editado: 19.12.2025