Legado De Hechiceros: Reino Arcano

CAPÍTULO 4

Aleksander Ackerman.

Otra misión.

Genial. Con esta ya iban seis solo este mes.

Empiezo a sospechar que el director Kaien cree que no tenemos nada mejor que hacer, o tal vez simplemente le divierte enviarnos a resolver problemas que nadie más quiere tocar. Lo más seguro que debe ser la segunda opción.

Estaba cansado, aunque jamás lo admitiría frente a él. O frente a nadie, bueno, a menos que sean de mis dos mejores amigos.

Hace unos minutos nos llegó un mensaje del director: “Preséntense de inmediato. Tenemos una pequeña misión. Vengan juntos” Sí, claro. Importante. El tipo no sabe escribir algo sin sonar dramático, pero ya entendí su traducción del director, será complicado, probablemente peligroso, y definitivamente un dolor de cabeza.

Caminé por el pasillo principal de la Academia de Hechiceros del Norte mientras ajustaba mi chaqueta. El lugar olía a lluvia y a incienso viejo —señal clara de que algún estudiante del Grado de Sombras, intentó invocar algo que superaba su inteligencia—. Pasé al lado de un grupo de aprendices y de inmediato guardaron silencio; algunos me miraron demasiado, otros fingieron no estar interesados. Buena decisión. La gente que termina cerca de mí rara vez tiene días tranquilos.

No sabía aún de qué trataba la misión, pero algo en el estómago me decía que no sería como las anteriores. No sé si era intuición o simple aburrimiento extremo buscando emoción, pero la sensación estaba ahí, molesta, insistente. Y sí, lo admito, odio cuando Kaien nos llama súbitamente. Siempre termina siendo la peor misión del mes, o del año. Fantástico.

La Academia estaba tranquila, o al menos tranquila dentro del concepto retorcido que tenemos aquí. Ningún humano puede ver este lugar; para ellos solo es espacio vacío o un edificio en ruinas que nunca recuerdan. Para ver nuestro mundo se necesita tener la visión, y no muchos nacen con ella. Pero cuando alguien la tiene… bueno, su vida cambia para siempre.

Y no siempre para bien.

Al final del pasillo estaba el salón donde Kaien nos esperaba. Las puertas eran altas, pesadas, adornadas con símbolos antiguos que todavía brillaban con energía maldita. Cada vez que pasaba por aquí recordaba lo absurdo que era el tamaño del lugar, demasiado grande para lo que contenía, porque ahí dentro solo había tres carpetas. Tres. Para tres personas que, según la Academia, son las mejores de su generación. Nada modestos.

Ese salón no era un aula cualquiera; era el espacio destinado a La Clase Arcana. No era un grado, ni un curso, ni una categoría académica. Era un título. Un reconocimiento reservado únicamente para quienes no solo dominaban la escala, sino que la superaban.

En resumen, los que podían sobrevivir donde otros morían.

Y por alguna razón, yo era uno de ellos.

—¿Por qué no entran? —pregunté acercándome a mis amigos que estaban parados al lado de la puerta.

Hazel dio un salto leve, como si no me hubiera escuchado llegar.

—Está hablando por teléfono —murmuró frunciendo el ceño—. Maldición… pero no puedo oír lo que dice.

Zayn soltó una risa corta y negó con la cabeza.

—Castaña, toca la puerta. Ya estamos los tres.

—Ah, ¿entonces me estaban esperando? —dije con un tono demasiado divertido para el momento.

—Sí, idiota —bufó Hazel, cruzándose de brazos—. Por algo dijo en el mensaje, “Vengan juntos.”

Qué agresiva.

Apenas había visto la primera línea del mensaje, suficiente para saber que era otra misión. El resto eran detalles irrelevantes.

Me quedé callado.

Zayn levantó una ceja, ya con la respuesta obvia.

—No leíste el mensaje, ¿cierto?

Otra vez silencio de mi parte.

—No hay remedio. —dijo con una sonrisa cansada— Ackerman, eres un idiota.

Hazel levantó la mano para tocar la puerta, pero antes de que sus nudillos hicieran contacto, la voz del director Kaien resonó con claridad desde dentro:

—¡Pasen!

Los tres intercambiamos una mirada tranquila, casi indiferente.

Hazel abrió la puerta con un gesto cuidadoso, casi como si esperara una trampa al otro lado. Cuando la dejó completamente abierta, la imagen fue la de siempre, el director Kaien sentado detrás de su enorme escritorio de madera oscura, sumergido en un libro. No levantó la mirada, no saludó, ni siquiera mostró que había notado nuestra presencia. Simplemente pasó la página, impasible.

Nosotros caminamos hacia nuestras respectivas carpetas, las únicas tres del salón. El silencio se instaló unos segundos, hasta que finalmente su voz llenó el aire.

—Llegaron diez minutos tarde. —comentó, con ese tono tranquilo que nunca variaba, pero que aun así parecía imponerse en todo el salón.

Me dejé caer en la silla más cercana con aire despreocupado.

—Llegamos justo a tiempo, profesor. —respondí—. El reloj de Hazel es el que va adelantado.

Hazel me lanzó una mirada entre ofendida y confundida.




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