Capítulo 1
"Entre el miedo y la magia, a veces se esconde el principio de una historia imposible."
— Crónicas del Lago Encantado
Blair.
Las hojas secas crujían con cada paso que daba, seguía aquella vereda que llegaba hacia las vayas dulces, eran una de mis frutas favoritas y me encantaba salir a recogerlas yo misma. Me detuve cuando un destello llamó mi atención, me adentre un poco más al bosque desviándome de mi camino solo para saber que era aquel destello.
Estaba a un paso de esa piedra preciosa, pertenecía al lago encantado, el lago que contenía más magia de la que podía ser posible. Cualquier mal o enfermedad, el lago la podría curar. Y las piedras que contenía el lago aumentaban la magia de quién la poseia.
Entonces ¿Qué hacía aquí? Estaba demasiado lejos del lago. Decidida me agache a tomar la piedra, antes de que mi mano la tocará una voz me detuvo.
—Creí que a las niñas bonitas les enseñaban a no tomar lo de otros —dijo una voz firme detrás de mí.
No lo pensé y tomé la piedra.
—No te pertenece —dije alzando la barbilla, no me iba a dejar intimidar por no sé quién.
Me di la vuelta y me encontré con un joven alto, cabello oscuro y unos ojos intensos que me observaban, no vestía como alguien del pueblo, se ocultaba bajo una capucha totalmente negra. Irradiaba esa energía de quien es temido.
—Tampoco a ti, fenómeno —dijo dando un paso hacia mí.
—El único fenómeno eres tú. No te daré la piedra, pertenece al lago encantado.
—¿Y? Solo dame la maldita piedra, tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Qué harás con ella? —retrocedí un paso cuando él volvió a acercarse.
—Nada que te importe. Dámela —está vez su tono fue más firme.
Él siguió avanzando hasta que solo estábamos a un paso de distancia. Mentía si decía que no tenía miedo, por que lo empezaba a tener, la forma de mírame me inquietaba, a esta distancia sus ojos no parecían tener un color definido.
—No te pertenece —repetí mis palabras, está vez no tan firmes —. Y como no es tuya no te la daré.
—Yo la vi primero, así que es mía. Dame la maldita piedra —sus últimas palabras sonaban a que empezaba a perder la paciencia.
—No.
—¿Quién te crees para decidir si puedo tomar algo o no? ¿La maldita reina?
—No exactamente, pero si la prometida del Rey —dije y le mostré el dedo donde posaba la sortija.
—Me importa una mierda. Dámela —dicho esto su mano se acercó a la mía y yo retrocedí.
Parecía que había perdido la paciencia, volvió a acercarse y trató de agarrar mi mano donde estaba la piedra, fui más rápida y la aleje, podía ser alto, eso le daba demasiada ventaja, pero yo era rápida. O eso creía. Lo que había comenzado con un ambiente tenso terminó en una pequeña lucha de manos, cada vez que él se acercaba yo retrocedía. Hasta que la piedra resbaló de mi mano, ambos nos miramos, desafiandonos a tomarla. No había ido demasiado lejos, en unos cuantos pasos ya volvía a tener la piedra conmigo.
—Te la daré. Si me dices para que la necesitas —dije levantando mi brazo evitando que la tomará, era ridículo porque perfectamente la podía robar de mano.
—Mi abuela. Está enferma y es la única manera que tengo para salvarla —suavizó el tono—. Ella me está esperando. Y me estás haciendo perder el tiempo. Algo que a ella no le queda.
Parpadee confundida, me esperaba cualquier cosa menos esto. Había algo en su tono que parecía sincero ¿podía realmente confiar en él?
—¿Cómo sé que no mientes?
—Yo he sido sincero. Mi abuela ahora mismo debe estar batallando entre la vida y la muerte. No tienes demasiada humanidad, fenómeno —dijo estirando su mano para que le diera la piedra.
Era ridículo todo esto porque una pequeña piedra no podía hacerle daño a todo un reino, no era capaz de destruirlo. Y el tono en que me dijo la verdad me hizo creerle. Así que sin decir nada más entregué la piedra en su mano. Mi mano rozó la de él, un escalofrío me recorrió, su mano estaba fría, de una temperatura casi inhumana.
—No soy un fenómeno, soy una princesa. La princesa Blair.
—¿Quieres que te aplauda?
—Que me dejes de llamar fenómeno.
—Como sea, debo irme, princesa —el tono en que pronunció la última palabra era de burla.
—No eres del reino —no era una pregunta era una afirmación.
—Si lo soy.
—No me conocías, de ser del pueblo me habrías reconocido.
—No tengo tiempo para interrogatorios —se dio la vuelta para empezar a caminar.
—Seguro que Aiden te conoce —murmuré para mí, pero parecio haberme escuchado porque se detuvo y volvió a mirarme.
—¿Aiden? —preguntó en voz baja, parecía incrédulo.
—Sí, Aiden. El Rey. Mi prometido —dije señalando lo obvio.
—Por supuesto. El Rey…
—¿De verdad no eres de aquí? ¿Cuál es tu nombre? —pregunté lo que debía de haber preguntado en un principio.
—¿Te importa?
—Sí.
Pareció ignorarme, por qué giro sobre si mismo y empezó a caminar de nuevo pero antes de que se perdiera en el bosque detuvo su andar.
—Kael.
—¿Qué?
—Querías saber mi nombre ¿No?
—Pues…
—Kael es mi nombre —dijo interrumpiendo y está vez desapareció en el bosque.
Me quedé ahí de pie, sola ¿Qué carajos había sido eso? ¿Quién era él?
El cielo empezaba a teñirse de naranja, el sol empezaba a ocultarse. Debía regresar al castillo, ni siquiera había recogido las frutas. No podía llegar con las manos vacías. Tome la pequeña canasta que había traído y que se encontraba a unos cuantos metros, donde había encontrado la piedra.
Al llegar al castillo camine directo a la cocina, donde Bella se encargaría de cocinar mi postre favorito. Le entregué la canasta llena de frutas.
—¿Espero a que maduraran? —preguntó Bella en tono burlón.
—Estaban más lejos de lo que pensé —mentí.