Legado De Sombras

UNO.

Desde pequeña he conocido cada centímetro de tierra bajo mis pies, cada animal que he visto pasar por enfrente de la cerca de piedras que rodea la cabaña. Sé cuántos kilómetros separan nuestra cabaña hasta el pueblo de Drecan, reconozco cuando algún viajero nuevo llega al pueblo, se cuando alguien es ajeno y no es querido por ninguno de nosotros.

Para ser una comunidad de la cual no rebasa los mil habitantes, sabemos quiénes son los nuevos, quienes son los que dan algo sin esperar nada a cambio, los que son felices con sus familias, los que esperan que alguien llegue a tocarles la puerta y se los lleven a los calabozos. Sin embargo, también conozco a los que sufren, a los que han llorado y gritado de dolor, ya sea en un parto, con una herida o con un duelo. El duelo es algo que al menos un ser humano en estas tierras ha tenido que vivir en su vida, la pérdida de un ser querido es lo menos esperado cuando uno se despide con gusto cuando este se va a trabajar para poder ganar algún pan y vino para su familia.

Después de los que son buenos, están los que roban cosas de los comerciantes, los que han violado a alguna niña o mujer del pueblo, los que han traicionado a otros, a los que cambian secretos a cambio de algunas monedas o algún lugar en la corte mayor. Y después, mucho después de todos ellos, conozco a los que deciden robar mi querida leña recién cortada que se encuentra en la parte trasera de la cabaña.

La cabeza del hombre con ropa para cubrirse del viento semi-fresco, cuyo nombre ni siquiera me molesté en preguntar, se encontraba sobre la toza donde en la mañana recién había partido la leña para hacer mi desayuno. De seguro sus gritos se escuchaban en todo el valle, lástima que estábamos a muchos kilómetros lejos de Drecan.

El sentimiento de que algo me era quitado de mi propiedad me llenaba la cabeza mientras seguía torciendo el brazo y seguía aplastando aquella cabeza sobre la base donde contábamos madera.

—Que excelente día para decidir robar mi leña, ¿verdad?

Pregunte al tipo. Ni siquiera podía hablar y eso me hacía gracia, me alegraba un poco la mañana después de que este decidiera realizar aquella cuestionable acción. El robo no era bien visto por todos en el pueblo, ni por Oriol, ni por mí.

La saliva se le salía de la boca, los dientes estaban casi por tronar por la fuerza que ejercía mi bota sobre esta cuando un agarre me hizo quitarme de encima. Maldita sea.

Era Oriol.

—¿Qué pasa aquí, Milla?— Sus ojos color azul inspeccionaron aquella lamentable escena, a aquel hombre quien ahora se estaba acariciando las mejillas por la anterior presión. Intente mantener mi equilibrio después de aquel agarre de improviso de su parte.

—Ha intentado robar la leña que recién he cortado esta mañana.— Rodee los ojos para cruzar mis brazos por sobre mi pecho.

«Y tampoco me ha dejado comenzar mi desayuno.»

—¿Crees que es la manera correcta de arreglar las cosa, Milla?— preguntó mi padre.

Solo doy un suspiro para así rascarme el cuello la parte de atrás, donde se unía mi piel y el cabello castaño.

—Bueno, lo que creo es que este hombre es el culpable de esta situación.— Me excuse por completo.

—Ve a la casa.— Me ordenó levantando un brazo en dirección a la puerta principal y después sólo se limitó a darme una mirada de advertencia mientras tomaba al roba leña del brazo fuertemente.

Juntos comenzaron a caminar mientras mi padre hablaba con aquel desconocido, supongo que le estaba pidiendo una disculpa y pidiéndole la razón por la cual intentaba robarse la leña. Un rato después, regresó con una bolsa de tela mientras comenzaba a tomar algunas frutas y verduras de nuestra pequeña área de provisiones dentro de la casa.

Debía ser una broma. En verdad debía ser una broma.

—¿Qué estás haciendo?— Lo cuestiono y sigo cada uno de sus pasos cuando veo que sale de la casa y camina hacia la parte trasera de la casa. —Él ha intentado robarnos la leña. Nuestra leña….

Defendí mi punto de vista. En cuanto menciono aquellas últimas dos palabras se giró sobre sus talones y me miró con el ceño fruncido.

—Era para calentar a su familia.— Responde él. Por un momento la culpa invadió mi cuerpo.

—Todo hubiera sido más civilizado si él tan siquiera hubiera tocado la puerta y pedirla.— Era verdad, él sabía que, si aquel hombre me hubiera pedido la leña de una manera diferente, no se la hubiera negado.

Después de la sequía del año pasado, pocos árboles habían sobrevivido, el invierno era duro, por suerte el día era agradable, aunque el aire un poco fresco.

Observe como la espalda de Oriol se tensó, sabía lo que venía.

—Sabes bien cómo son las personas del pueblo, si algún desconocido llega y pide algo, siempre lo terminan acusando con los guardias.— Arqueé una ceja mientras mi rostro de seguro mostraba algún rastro de dolor por aquella desconfianza había dolido.

Yo no era el pueblo, era una integrante de él que no compartía las mismas estúpidas creencias que compartían la mitad de este, gracias a él.

—¿En verdad creerías que yo sería capaz de acusarlo con los malditos guardias de Duane?— Solté. —¿Qué haces aquí… Oriol?

Se detuvo rápidamente en la marcha.

—¿Qué significa eso?— Se volteó sobre sus pies para observarme cara a cara mientras sostenía la mirada.

—¿Qué haces aquí? Siempre estás en la cantina del pueblo.— Oriol era mi padre, me había criado después de que mi madre muriera cuando yo apenas era una recién nacida.

Nunca hablábamos de ella, pero, sin embargo, de pequeña siempre me decía que tenía sus pecas. Lo único que me llegó a contar de pequeña era que había muerto dándome a luz, que eso lo había dejado destrozado.

—Puedo venir a mi hogar cuando me plazca.— La voz de Oriol la mayor parte del tiempo podía ser masculina y áspera.

Cuando se enojaba podía ser duro y sin sentimientos, pero, cuando se preocupaba por mí era todo lo contrario. Sin embargo, cuando estaba borracho, era peor que todo. Cuando tenía diez años, de pronto un día regresó en la madrugada borracho y oliendo demasiado a alcohol. Después de ese día, han pasado nueve años, en todos esos años, pocas veces regresaba a casa. Había aprendido a cuidarme sola desde los diez años; aprendí a cocinar mi propia comida, cortar leña, matar y despellejar animales, sobre todo, a cuidarme sola.




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