Maurie me había prestado la cama de Adile para descansar unas cuantas horas, hasta que el sol se ocultara tras las montañas y la luna saliera para iluminarnos. Se contaba que la familia real de Astoria había sido bendecida con dones por las deidades del sol y la luna. La luna era mi favorita, pero, era desconocida. Se conocía que las personas de aquella sangre azul solo habían manifestado el poder del sol, jamás el de la luna. Se desconocía tanto para cada familia real que quedaba en los demás territorios como para los monjes de la Abadía.
El sol se había ocultado para cuando fui despertada por Maurie quien se encontraba enfrente de mí, me había quedado dormida. Antes de comer, había hablado con ella, haciéndole saber que debíamos sobornar a alguien guardia que cuidaban los calabozos. Tenía que hablar con Oriol, al menos, despedirme de él. No había nada que yo pudiera hacer por el mientras que yo estuviera también en peligro.
Huiría después de su ejecución.
A la media noche, cuando todos los monstruos salían a cazar a sus queridas presas que habían observado durante el día, nos escurrimos por el pueblo oscuro, solo con las luces dentro de las casas iluminándonos hasta llegar al bosque que dividía al castillo y al pueblo, debíamos caminar por entre aquellos arboles hasta dar a la parte trasera del castillo, aquella parte en donde las torturas eran divertidas para los grises, para alimentar su avaricia y su aburrimiento. Para entrar a los calabozos era necesario cruzar una puerta grande de hielo, forjada con materiales desconocidos, materiales que Drecan había tomado del castillo caído. Aquella puerta color negro con dos águilas plateadas y ojos negros forjadas en medio era escoltada por dos guardias. Maurie conocía a uno de ellos.
Ella soltó un silbido para llamar su atención hacia los árboles que rodeaban aquella parte del castillo. Cuando llego a nosotras, le entregamos una bolsa con monedas de oro. Estaba hecho, entraría a verlo.
El guardia ni siquiera conto las monedas cuando le hizo una seña con la cabeza a su compañero y desapareció detrás de otros árboles, lejos de nosotros. El hombre nos dirigió hasta la puerta, pero se detuvo frente a ella.
—Solo la chica. — Entre puso su brazo en la distancia que nos separaba a ambas. Maurie negó con la cabeza.
—Ambas o ninguna, si no tendrás que regresarme el oro. — Sugiere ella. El vuelve a negar, no iba a doblegarse ante ella.
—Solo la chica. — Respondió haciendo énfasis en la última palabra. Ella solo asintió.
—Te esperare aquí mismo, ve a verlo— Declaro mientras le daba una mirada de advertencia al hombre mientras que se giraba sobre sus pies para caminar de nuevo a la entrada, quedándose en el marco.
El lugar era oscuro a excepción de las lámparas entre cada celda que lograban hacer un poco su trabajo, el de iluminar el lugar. Algunas estaban vacías, otras se encontraban ocupadas. El hombre doblo hacia la izquierda y lo seguí, después paro y se giró hacia mí.
—Esta es, tienes veinte minutos— Recalco mientras caminaba de regreso a su lugar de guardia. —Veinte minutos y regreso por ti.
Advirtió y desapareció.
Mi mirada se volvió a la celda, barrotes grandes de hierro mantenían adentro a cualquier persona o cosa que se encontrara dentro a excepción de un pequeño cuadrado que daba la entrada para la comida. Un nudo se me formo en la garganta al ver que él se encontraba en mal estado, aquellos calabozos eran inhumanos, era una creación aberrante para la humanidad, para la vida misma.
—¿Papá? — Lo llame con miedo hacia aquel pequeño cuarto mientras me hincaba ante la celda.
Alguien surgió de la oscuridad, era él.
—¿Milla? ¿Qué haces aquí? — Pregunto mientras se acercaba rápidamente a los barrotes. —No debes de estar aquí, esto es un error, estas en peligro.
Su voz grave sonaba preocupada y aterrorizada.
—Vine a verte por una última vez, dieron un decreto real. — Confesé mientras una lagrima comenzaba a rodar por mi mejilla. Él podía verme llorar. El silencio se hizo entre los dos hasta que el hablo de nuevo.
—Lo sé, pero la que está en peligro eres tú. —Yo sabía que estaba en peligro por Roan porque yo misma lo había hecho, sin embargo, él no podría saber lo que me había hecho cuando el segundo guardia se lo había llegado, dejándome a mi suerte con aquel maldito príncipe.
—¿Estoy en peligro? — Fruncí el ceño mientras limpiaba las lágrimas con mi mano sobrante.
—Todo este tiempo has estado en peligro— Confesó. —¿Cuánto tiempo tenemos?
—Menos de veinte minutos— Respondí.
—Es más de lo que esperaba. Debes ponerme atención, Milla. Escucha con cautela la siguiente confesión.
Sus palabras sonaban tan serias, tan diferente a él.
—¿Qué me tienes que confesar, Oriol? — Susurre mientras fruncía mi ceño.
—Esto debe ser rápido, se nos acaba el tiempo. — ¿Qué podría confesarme? Mi mente no podía descifrar su rostro, estaba serio y me miraba profundamente a los ojos. —No soy tu padre.
Confesó y mi mente se puso en blanco
—Yo no soy tu padre, quien fue tu procreador era un hombre admirable, amoroso con su familia y respetado por sus súbditos. A donde sea que el llegara, las personas le respetaban y le demostraban admiración. — Soltó. —Tu madre era una mujer hermosa, con los mismos hermosos ojos que tú tienes, eres la viva imagen de lo que una vez fue ella, era querida al igual que tu padre, ambos eran unos soberanos que todos admirábamos y apreciábamos.
Sostuvo mis manos con una fuerza que pocas veces había usado en mí.
—Pero, ambos fueron traicionados por dos reyes que unieron sus ejércitos y asesinaron a cada niño, hombre y mujer a su paso en aquel tiempo. ¿Estas entendiendo lo que te estoy contando? — Pregunto.
—El imperio de Astoria ya no existe, padre. — Yo niego con la cabeza y él se maldijo en voz baja. No quería entenderlo, no quería.
—Te lo diré palabras más claras. — Trague saliva aun tratando de asimilar todo lo que pasaba. —Tus padres eran los emperadores del antiguo imperio de Astoria. — Dijo con un nudo en la garganta. —Y tú eres su hija y heredera legitima al trono del imperio.