El sol y la luna habían aparecido y desaparecido por enfrente de las ventanas de mis aposentos. Por decisión propia, había tomado la opción de no salir, no quería enfrentar a Argus tan pronto. Toda aquella información que había obtenido de un momento a otro aún estaba hecha líos en mi cabeza. Dentro de mí se comenzaba asentar el enorme sentimiento, el cual me impedía lograr retener algo en el estómago.
Después de haber despertado, Argus no se presentó más en mi puerta, ni había alguna señal de su parte, sin embargo, me llegaban sus cortesías: comida, agua, vino y cualquier tipo de frutas que me pudiera imaginar.
Era como si él mismo entendiera lo cerrada que me encontraba, como si el mismo supiera que tenía que salir sola de aquel hoyo donde me encontraba emocionalmente.
Y así sería.
Debía salir por voluntad propia de la enorme culpa que me carcomía por dentro. De aquellas tres muertes que habían sangrado enfrente de todo un pueblo, para mí y para mí. Los ojos de Oriol me perseguían en mis sueños, aquellos ojos color azul me perseguirán en cada uno de ellos hasta que yo cumpliera mi juramento.
Mi nombre se comenzaría a manchar de sangre llegándose el día, y yo debía de estar lista para ello. Pero aun no era el momento, mi mente y mi corazón no estaban del todo bien.
Las puertas de mis aposentos se abrieron para dejar pasar a tres mujeres, cada una llevaba puesto un vestido largo, camisa larga con mangas colgantes y un corsé sobre de este color rojo vino. La tela de la falda era del mismo color, sin embargo, más brillante. Sus cabellos estaban recogidos de diferentes formas, la primera lo llevaba semi-recogido, la segunda en un moño bajo y la tercera en una trenza.
No eran para nada lo que me imaginaba de la servidumbre de un castillo. Ya que portaban una imagen limpia y cuidada. Las tres hicieron reverencia ante mí.
—Buenas tardes, su majestad. — Habló una de aquellas mujeres quien tenía cabello rojizo y sus ojos eran color verde. —Mi nombre es Meira, seré quien la ayude a asearse.
Se reincorporo de la reverencia. Después habló la segunda en la fila.
—Mi reina. — Sus ojos eran color miel, su cabello castaño recogido en un moño bajo. —Mi nombre es Gaya, la ayudaré a vestirte.
Asintió con la cabeza y se volvió sobre sí misma. Gaya volvió a hablar.
—Ella es Yona. — Ambas se hicieron a un lado para presentar a la pelinegra quien se encontraba tímida ante mí. —Ella no puede hablar, solo escucha, pero es buena haciendo desayunos y comidas, así que puede pedirle lo que guste.
Mis ojos fueron rápidamente ante aquella muchacha. Su cabello era negro azabache y sus ojos eran azules. Era delgada, su piel era clara y tenía una que otra peca sobre su nariz. Si no fuera una muchacha de la servidumbre, pensaría que era una noble de algún castillo.
La pelirroja volvió hablar:
—Seremos quien la ayudaremos a asearse, vestirse y traeremos sus tres comidas o algo más que guste. — Sus ojos me veían los pies. —¿Tiene alguna petición, mi reina?— preguntó mientras me colocaba de pie, así abandonando la cama que había sido mi aliada y confidente durante varias noches ya.
Asentí con la cabeza.
—Yo no soy una noble, ni soy princesa ni mucho menos una emperatriz. Ustedes me ayudaran los días que esté aquí y yo, algún día se los pagaré. — Las tres asintieron con la cabeza.
—Por favor, ayúdenme a darme un baño decente, lo necesito, por favor. — Pedí, mas no ordené a aquellas chicas que no tenían más años que yo de vida.
Las tres me ayudaron a asearme debidamente, mientras que Meira me secaba el cabello, Gaya y Yona me ayudaban a colocarme el vestido.
—Su majestad, el rey Argus vendrá a mediodía a verla.
Aviso Meira para después indicarles tanto a Yona como a Gaya que era hora de salir de mi habitación, juntas caminaron hasta la puerta de mi habitación para dar tres ligeros golpes en la madera y avisar a los guardias que abrieran la puerta, obedecieron y después desaparecieron tras ella.
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El vestido me creaba cierta reacción en la piel, no sabía si era el hecho de que nunca había usado uno o la tela me estaba causando algún malestar en la piel, pero sin embargo, el vestido era lindo, sencillo pero lindo. El largo del vestido era color rojo vino, tenía pequeños adornos color dorado delicadamente bordados sobre aquellas telas, las mangas eran blancas al igual la blusa que llevaba debajo del corsé que era del mismo tono del largo del vestido. Mi cabello había sido recogido en un moño bajo dejando así varios mechones sueltos, este estaba adornado con un pequeño broche en donde se juntaba todo creando el moño.
Meira había mencionado anteriormente que mis ojos eran algo nuevo para ella, que nunca había conocido a alguien con aquel tono grisáceo de mi iris.
«Yo si había conocido a alguien con ese color…»
Tres golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos, mis ojos viajaron desde el espejo hasta las puertas que se abrían, dejando ver a Argus en una vestimenta que pocas veces había visto en mi vida. Llevaba colocado un chaleco negro con adornos rojos y pantalones del mismo color que el chaleco, traía botas negras, no se alcanzaba a distinguir entre cada prenda por el fuerte tono de cada una.
—Buenas tardes, su majestad. — Hizo una reverencia ante mí. Comenzaba a odiarlas.
Mis ojos rodaron mientras me colocaba de pie ante él. Copie su movimiento.
—Buenas tardes. — Mi voz salió arrastras de mi boca. Él sonrió mientras pasaba hacia la mesa que se encontraba en medio de la habitación.
—¿Qué tal te han parecido tus aposentos? — Extendió una de las sillas para sentarse en una de ellas.
Su caminar era diferente al de las distintas personas que había conocido en mi vida, tenía un aire de grandeza, aunque él no quisiera mostrar eso, se notaba que era de sangre real.
Una risa salió de mi mientras lo observaba detenidamente. Lo estaba analizando.