—Esta es tu caballo
Enfrente de mí se encontraba un caballo de tipo barroco, robusto y fuerte, con una belleza en parte debida a la gran melena y cola que armonizaban con su color. Mis ojos lo observaron detenidamente, era grande, demasiado grande. Un hombre con ropas delgadas, cafés y sucias le cepillaba parte de su cuerpo con un cepillo manteniéndolo tranquilo.
—No puedo, es demasiado hermoso, Argus.
—Tómala como un regalo.
—¿Tomarla? — Cuestione.
—Sí, es hembra. Deberías ponerle un nombre digno de una emperatriz.
Aun no me acostumbraba a que se refirieran a mi como «emperatriz» o algún otro nombre relacionado a la realeza.
La emperatriz de Astoria.
—Ahí estas. — La voz de Argus sonó hacia alguien detrás mío.
Unos pasos metálicos se escucharon tras de mí, caminando con tranquilidad y con fuerza. Argus abandono mi dirección para caminar hacia aquella persona, dejándome en donde mis pies me habían posicionado. Mis pies se giraron sobre aquella posición para observar a quien se dirigía.
Era un hombre de tez morena, cabello algo largo y ojos color avellana, vestía una armadura negra completamente con una espada negra —igual que su armadura— sobre su espalda, no sobre su cintura si no sobre su espalda. Era una gran espada.
—Sus majestades. — Se inclinó hacia ambos y posiciono sus ojos sobre mí. —Marthial Goldborne, comandante del lado sur de Rosset, su majestad.
—Goldborne está a cargo de los tratados, el comercio y la paz del lado sur de mi reino.
Los dos reinos más cercanos a Rosset eran Nimor y Sheosan, los cuales aún no tenían un rey a cargo del pueblo y la Abadía estaba haciendo los preparativos para colocar al hijo mayor de cada rey en el trono.
—Un gusto, Marthial Goldborne. — Asentí con la cabeza en su dirección.
—¿Y bueno? ¿Llegaron las noticias? — Goldborne asintió y de su lado derecho saco un pergamino enrollado fácilmente con un listón sujetándolo de retraerse.
—Me lo han hecho llegar mis espías en un pueblo en las fronteras entre Sheosan y Yainiel. La persona que buscan se encuentra en las tierras de la reina Solaire.
—¿La reina Solaire? — Pregunté cuando mis ojos se posicionaron en Argus. El asintió.
—Solaire Dvorak, la heredera de Yainiel.
Los ojos de Goldborne se posicionaron en Argus a medida que me contaba sobre ella. Su padre había sido uno de los dos causantes de la caída del imperio, Aldrich Dvorak. Yainiel era un reino gobernado con paz, después del fallecimiento del rey Rhaegar Argyros de Drecan, su hija y heredera Solaire Dvorak, rompió el tratado de paz con el pueblo de Duane.
—¿Entonces Yainiel ya no apoyara en absoluto a Drecan? — Argus confirmo con un movimiento con su cabeza.
—Exacto, Drecan está solo, pero tiene un gran ejército.
—Eso no será un problema si la alianza en su nombre con los demás territorios se logra, mi reina. — Mi rostro se giró rápidamente al escuchar aquellas palabras salir del general.
—¿Alianza en mi nombre? — Arquee una ceja sobre uno de mis ojos posicionando la duda que comenzaba a existir dentro de mí.
—Una alianza con cada reino, excepto Drecan. Cada uno deberá ofrecer sus ejércitos para pelear por tu derecho cuando llegue el momento. — Aunque fuera un plan excelentemente formado por parte de ellos, no era lo que quería en el fondo, no tenía planeado más que ir por los hermanos.
Una guerra. Por mí.
—Mi plan nunca ha sido comenzar una guerra, si no ir tras de los hermanos Argyros.
—No es una guerra que necesariamente tu hayas comenzado, todo esto comenzó meses antes de tu nacimiento…. Solo la continuaras y le darás fin, Milla. — Argus me observo con esperanza en sus ojos, la había reconocido. Él quería que todo acabara, pero, ¿yo lo haría? ¿sería capaz de terminar esta guerra que comenzaron dos traidores?
—No lo sé, Argus. Ir tras los hermanos me parece un plan más viable en mi mente. — Di un paso hacia atrás.
No sabía si me correspondía realmente aquella lucha, aunque mi interior gritaba una cosa, mis miedos se apoderaban poco a poco de mí. Había prometido solo acabar con aquellos dos hermanos, no con un centenal de hombres.
—Ir tras los dos hermanos seria enfrentarse sola a un enorme ejercito con asesinos. Piénsalo durante tu búsqueda. Mi ejército está a tu disposición, mi castillo está a tu disposición y mi pueblo igual. — Las palabras de Argus me atravesaron como una espada en medio del pecho. Debía pensarlo.
—El comandante Goldborne. — Sus ojos se postraron en él. —Será el encargado de llevarte hacia Yainiel.
—Yo la protegeré en todo el camino, su majestad. No tendrá miedo alguno. — El comandante me dedico una sonrisa amable.
—Puedo cuidarme sola.
—Pero, aunque puedas cuidarte sola, él te protegerá, Milla. Ahora eres el futuro del imperio. — Argus me tomo por los hombros sonriéndome. Había entendido lo que quería decir a la primera.
—Te recuerdo que pude haber emprendido mi camino yo sola. Solo porque tú me lo has condicionado he aceptado que alguien me acompañe, Argus.
—Goldborne hará su trabajo, para ello lo he traído desde la frontera, mientras que tú buscas a…. ¿Cómo es que se llama ese chico? —
Titubeo un poco mientras la duda se adueñó de su rostro.
—Koa Xenides.
—¿Es el mismo que has investigado, Goldborne? —El hombre asintió.
—Entonces, no queda más tiempo que esperar. Pueden emprender su camino en la mañana, por ahora pueden prepararse y mentalizarse de su largo camino, juntos. — Mis ojos volvieron al caballo aun con su encargado cepillándole la piel.
—¿Ha montado antes algún caballo, su majestad? — Goldborne camino hasta quedar a un lado mío.
—No.— Observe como sus ojos se abrieron de par en par.
—Solo tiene que confiar en esta belleza, el hará lo demás. — Su cuerpo se dobló en una reverencia. —Me tengo que ir, tengo que terminar unos pendientes para poderme ir tranquilo a la búsqueda, su majestad.