Legado Del Mercader

Capítulo 1: EL ACERTIJO

 

En los días de antaño, en las tranquilas y desiguales calles de Marabilia, vivía un humilde mercader llamado Zahir. Una noche, mientras caminaba de regreso a casa bajo el cielo estrellado, vio a un pequeño gato escabullirse en un callejón oscuro. Pensó en atraparlo para regalárselo a su hijo menor, que pronto cumpliría años. Se apresuró a seguir al gato, pero lo único que encontró fue una brillante y antigua lámpara, tirada entre la basura.

La recogió pensando que le serviría como regalo y, por curiosidad, la frotó para limpiarla. De repente, un espeso humo comenzó a salir de la lámpara, y ante él apareció un inmenso genio con una voz grave. Afortunadamente, tenía destellos dorados en su figura, lo que permitió a Zahir verlo claramente en la oscuridad de la noche.

  • Mortal, ¿quién se atreve a perturbar mi sueño? -rugió la criatura.

Zahir, atemorizado, pero valiente, respondió:

  • Oh, poderoso genio, soy sólo un pobre mercader que encontró esta lámpara abandonada. No pretendía molestarte.
  • Vete, déjame volver a descansar -replicó el genio.

Rápidamente, antes de que pudiera regresar a su lámpara, el mercader exclamó:

  • Espera, te he liberado. Debes concederme tres deseos.

Mientras el mercader decía esto, con astucia sacudió la lámpara para que el genio saliera completamente y la arrojó dentro de una vasija con vino que llevaba.

  • ¡Qué altivez! ¿Cómo se te ocurre? No puedes obligarme -respondió el genio, ofendido, aunque sabía que el mercader tenía razón.

El genio, al percatarse que no podía regresar a la lámpara por sí mismo, ya que su magia no le servía para tal propósito, aceptó su situación. Podía hacer lo que quisiera por los humanos, pero no podía controlar el entrar ni salir de su lámpara. Sin más remedio, accedió a las demandas del mercader.

  • Está bien, aunque solo un deseo te puedo conceder. Debes pensar bien lo que deseas porque no hay vuelta atrás. una vez que lo digas en voz alta.

El genio enfurecido, al ver la cara de satisfacción del mercader, quiso tenderle una trampa. Por eso le dijo:

  • Te puedo conceder dos deseos si resuelves un acertijo. Y tranquilo -se apresuró a añadir-, te doy un día para que lo descifres. Creo que será fácil, porque puedes preguntarle a cualquiera, obviamente sin revelar mi existencia. Esto será un secreto.

El mercader aceptó de inmediato el acertijo del genio, dejándose convencer de que sería sencillo descifrar la respuesta. En la aldea no solo había filósofos reconocidos por su sabiduría, comerciantes hábiles en los negocios y cultos maestros, sino también astrónomos con su vasto conocimiento de las estrellas, calígrafos expertos en lenguas, matemáticos capaces de resolver los más complejos cálculos y médicos conocedores de las propiedades curativas de las hierbas. Ciertamente, había mentes inteligentes en la aldea que podrían ayudarle a desentrañar cualquier enigma o pregunta retorcida.

El genio, con una mirada burlona, replicó:

  • Muy bien, mortal. Si quieres que conceda tus deseos, primero deberás superar mi acertijo. Te daré hasta mañana al atardecer para resolverlo.

Zahir, emocionado, se dispuso a prestar plena atención.

  • Acertijo: "Nací al principio del tiempo, morí antes del nacimiento del hombre, y aun así mi tumba fue cavada por mis propias manos". ¿Qué soy? -pronunció el genio con una expresión malvada, convencido de que Zahir nunca acertaría.

Al día siguiente, sin haber dormido en toda la noche, un agotado Zahir seguía deambulando por las calles de Marabilia, recorriendo cada rincón en un desesperado intento por descifrar el enigmático acertijo del genio. A cada persona que se cruzaba, el mercader les planteaba la adivinanza, pero nadie conocía la respuesta. Recurrió primero a los habitantes que consideraba más inteligentes, hábiles, lógicos e intuitivos, hasta llegar al punto de preguntarle a cualquiera.

Algunos, intrigados, le preguntaban de dónde había sacado ese acertijo tan difícil. Para evitar revelar su secreto, simplemente respondía que había soñado con una historia que su abuelo le contaba de niño, pero no recordaba el final.

  • ¿Qué nació al principio del tiempo, murió antes que los hombres y, sin embargo, su tumba fue cavada con sus propias manos? -se preguntaba Zahir una y otra vez, pero solo recibía miradas confusas.

Consumido por la angustia, Zahir vio correr las horas sin poder resolver el enigma a tiempo. Sin darse cuenta, se adentró en un frondoso bosque que se hallaba en las afueras de la aldea. Caminaba sin rumbo entre los longevos troncos se alzaban a su alrededor, algunos de ellos robustos con ramas que se extendían majestuosamente sobre su cabeza, mientras que otros eran tan altos, que parecían tocar el cielo.

El bosque era un laberinto de sombras y luces, con los retorcidos troncos y follaje apenas dejando pasar los rayos del sol. El aroma a tierra húmeda y musgo impregnaba el aire, mientras Zahir cavilaba sobre cada palabra del acertijo.

En su mente, el mercader se arrepentía amargamente de su ambición, por no haber aceptado solo un deseo:

  • He sido un tonto al dejarme tentar por sus trucos -con pesar se reprochó en voz alta-. El genio solo buscaba divertirse a costa mía, haciéndome pasar esta tortuosa prueba que parece imposible de superar.



#4325 en Otros
#1258 en Relatos cortos
#3573 en Fantasía

En el texto hay: fantasia, final feliz, cuento infantil

Editado: 30.05.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.