Legato Paradox Tomo I El Reino de Trieste

Primera Parte; Génosis Cap 2

Capítulo 2

Estampida

            Llegó el día del tan anunciado espectáculo y en El Pabellón de Antígono se coordinaban los últimos detalles para éste. En las gradas se escuchaban las risas de los primeros fanáticos. El flujo de gente se hacía notar. El evento se había promocionado mucho y se esperaba una gran concurrencia. La vigilancia resultaba un verdadero reto con tanto visitante. En los aposentos el ambiente era otro. Los encargados caminaban con premura para tener todo listo, en cambio, algunos gladiadores reflejaban angustia e incertidumbre; pues los combates eran mortales.

De pronto, un estruendoso ruido se apoderó del lugar. Una estampida de elefantes intentaba penetrar en el pabellón. Los guardias no sabían que acción tomar: si quedarse en las gradas para controlar a los fanáticos o acorralar a los paquidermos que se abrían paso llevándose todo por delante. Las furiosas bestias lograron entrar en el lugar, llevaban en sus lomos unos cuantos monos, que tan pronto escuchaban el silbido de su líder saltaban al suelo y se dispersaban causando estragos, lanzando piedras a los soldados o atacándolos directamente. La situación se tornaba incontrolable para los guardias. Antígono ordenó liberar a los gladiadores para que brindaran asistencia a los impotentes soldados. En el momento en que los gladiadores comenzaron a atacar a los monos y a los elefantes, un grupo de osos irrumpió en el lugar. Sentado en el lomo del líder de estos plantígrados se podía observar la figura de un joven que con ademanes y silbidos los controlaba. El muchacho había liberado a los animales del circo y los  conducía hasta el pabellón. Armado con arco y flecha el joven hacía gala de su fina puntería acertando cada tiro que dirigía a los guardias y gladiadores.

Antígono enfurecido ordenaba a los gladiadores detener al chico, que descendía del lomo del oso para adentrarse en los calabozos. Acre fue interceptado por Árcalon y sus asesinos quienes no dudaron en atacarlo. El intruso haciendo uso de su agilidad logró escabullirse de éstos. Las bestias estarían fuera de control en poco tiempo y esto dificultaría la liberación de sus amigos si no actuaba rápido. Necesitaba la asistencia de otros animales, silbó e inmediatamente llegaron unas agresivas panteras que se le unieron y lo resguardaron hasta llegar a los aposentos. El panorama era deprimente, el mal olor le causaba náuseas. En una celda un anciano cargaba una pesada cadena; pero no tenía tiempo para la caridad. El lugar era más grande de lo que pensaba y mientras caminaba las voces de los prisioneros lo ensordecían. Se detuvo de súbito frente a una escena desgarradora; unos cuerpos colgaban de unas cadenas, estaban ensangrentados, habían sido flagelados y asesinados brutalmente; pero aún eran reconocibles. Sus amigos habían sido ejecutados. La furia se apoderó de él, blasfemó y comenzó a retroceder para enfrentarse a los asesinos. Árcalon esquivaba a uno de los animales cuando escuchó la voz del muchacho; que a la vez que se abalanzaba sobre él, le reclamaba el despiadado crimen. Intercambiaron golpes y cuando el muchacho se vio sin salida comenzó a silbar y un grupo de águilas se abalanzó sobre Árcalon dándole al desaventajado chico la oportunidad de alejarse.

Por otro lado, Antígono daba instrucciones, exigía acción, lucía desesperado ante la inevitable destrucción de su pabellón; cuando de pronto, se presenta un grupo de soldados romanos para controlar la situación. Antígono había invitado a varias personalidades importantes del Senado de Roma a presenciar el espectáculo, por lo que se había redoblado la vigilancia en el sector. Los soldados romanos muy presurosos comenzaron a controlar a las furiosas bestias que se dispersaban causando que los espectadores huyeran despavoridos buscando refugio. La situación se había salido de control. El causante de este desastre también intentaba escapar a los ataques de Árcalon y sus gladiadores. Al poco tiempo los que lo perseguían lograron acorralarlo. El muchacho al verse perdido extendió sus manos y de sus mangas salieron un par de cobras las que detuvieron el avance de los gladiadores y aprovechando esta oportunidad lanzó múltiples silbidos para ordenar a sus bestias que se reagruparan junto a él.  

El público, que ya se había calmado un poco, gracias a la intervención de los soldados romanos, creía que todo lo que se había suscitado era parte del espectáculo, gritaba y ovacionaba al muchacho. Antígono al percatarse de lo maravillados que quedaron sus invitados ante el ataque de las bestias, ordenó a sus hombres retirarse y se dirigió muy presuroso donde Acre que aún estaba consternado por su osadía. Una vez frente al valiente muchacho el sabio mercader le invitó a unirse a su espectáculo ofreciéndole fama y riquezas. Acre, consciente de que sus oportunidades de escapar eran limitadas, aceptó el ofrecimiento; no sin antes hacer una petición. Señalando al maltrecho Árcalon manifestó que se quedaría con la condición de enfrentarse algún día a ese gladiador.

Árcalon al escuchar la condición que exponía el muchacho se acercó a éste para atacarlo. Antígono lo detuvo bruscamente, pues los senadores romanos estaban muy entusiasmados con la petición; además le manifestaron que sería un encuentro interesante. El astuto mercader sabía que debía quedar bien con ellos y con la multitud que vitoreaba la hazaña del joven. Árlacon muy molesto reclamó tal atropello; pero Antígono no sólo lo amonestó; sino que le indicó que él se encargaría de ahora en adelante de entrenar al joven. Su proyecto sería convertirlo en un gladiador. Después de indicarle al guerrero que se retirara se dirigió al muchacho y con gesto de aparente camaradería reafirmó su ofrecimiento y avaló la condición que el intruso exigía.




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