Legato Paradox Tomo I El Reino de Trieste

Primera Parte; Génosis Cap 7

Confabulación

Luego de siglos de crecimiento social y cultural el cristianismo comenzaba a fungir como uno de los grandes poderes de un imperio. Las hazañas de grandes figuras como Trieste eran la base de su desarrollo. Los precursores del legado del Redentor visualizaban como su fe se estaba convirtiendo en la religión oficial del Imperio romano. Por lo menos así se vislumbraba; pero no todos los habitantes eran fieles a los postulados de la fe cristiana. Había quienes veían en esta oficialización la vía para adquirir grandeza. Uno de estos era el Emperador, que inducido por otros de su calaña pretendía desvirtuar el verdadero postulado de la fe cristiana. Tenía asesores y confidentes que lo ayudarían en su propósito. Había quienes, por ignorancia o intimidación, accedían a las imposiciones de este máximo líder y sus secuaces.

El Emperador, confiado en que sus propuestas serían respaldadas, convocó a una reunión a los líderes religiosos. La asistencia fue plena, luego de saludos y otros aspectos protocolarios, el Emperador presentó sus propuestas. Estas eran avaladas por los que ya habían sido contactados previamente. Esto molestaba e inquietaba a los que trataban de expresar su desacuerdo. Unos se ponían de pies para hacerse notar y otros con voz enérgica reclamaban ser escuchados. Las intenciones reales del Emperador eran manipular las Escrituras. Éstas contenían parábolas y proverbios que con una simple alteración gráfica o una interpretación mal intencionada cambiaba la connotación original. Todo en beneficio del Imperio ya que, reconociendo el gran poder de convencimiento que poseían éstas para los fieles, le sería fácil atraerlos. A cambio de esto los seguidores de estas creencias no serían perseguidos y recibirían gratificaciones económicas y poder social. La reunión estaba en pleno apogeo y era evidente hacia qué bando se inclinaban las opiniones. No había duda de que los que se habían confabulado con el Emperador habían realizado bien su trabajo, sólo un pequeño grupo estaba en desacuerdo, los que se denominaban como los Descendientes de los Doce que sin hacer mucho revuelo abandonaron la reunión indignados.

Pasados varios años de esta reunión, el Emperador pidió a los líderes de los Descendientes de los Doce que le permitieran discutir nuevamente el asunto de la oficialización del cristianismo. No había duda de que este pequeño grupo no se había quedado cruzado de brazos y que había logrado que muchos cristianos rechazaran las ofertas del máximo líder. Ahora el Emperador los convocaba nuevamente y ellos no confiaban en que éste recurriera al diálogo para convencerlos. Desconocían las intenciones del César; pero sabían como obraba cuando algo le salía mal y era mejor acceder a esa orden directa y ver que se podía lograr.

Antes de partir a su encuentro con el Emperador los líderes convocaron a sus seguidores, locales y adyacentes. El arribo de éstos no se hizo esperar; ya reunidos el portavoz de los Descendientes de los Doce les comunicó sobre lo acontecido recientemente. Los seguidores se mostraron temerosos; pues conocían los peligros a los que se enfrentaban los que no accedían a los intereses del Emperador; pero los líderes habían tomado una decisión y tenían una estrategia que aseguraría la continuidad del legado del Salvador. Conscientes de que el César no desistiría en sus intereses optaron por poner en marcha un nuevo plan, que consistía en hacer creer al Emperador que su mayor obstáculo había sido eliminado. Además para evitar que en un futuro el máximo mandatario arremetiera contra los elegidos a continuar con el legado del Mesías, éstos seguirían profesando su fe a escondidas y con otro nombre. Decidieron escoger un nuevo líder. Una persona que por su experiencia, buen juicio y firmeza en sus creencias pudiera guiarlos en este nuevo rumbo.

Kiolén, de 54 años de edad, fue la persona más idónea para este cargo y junto a un selecto clan en los que figuraban: su esposa Jokulsa, Seth y su cónyuge Morgana, Thojorsa, Hekla, Holmavik, Akureyli, Alkranes y Dantés fueron llamados aparte. Este grupo escogido representaba la descendencia más cercana de los discípulos del Redentor y por ende los más fieles representantes del mensaje de Éste en la Tierra. Lo discutido en esa reunión debía mantenerse en secreto para evitar represarías de parte del Imperio. Los seguidores de los Descendientes de los Doce lucían apesadumbrados por la noticia de la dispersión del grupo.

Lo que motivó el llamado de este grupo fue la entrega de unos amuletos. Según relataban los más devotos éstos fueron entregados por el Mesías a sus discípulos en la Última Cena. Estos objetos poseían cualidades especiales que le permitían a su poseedor realizar actos sobrenaturales. Kiolén recibió el Amuleto del Tiempo, su esposa Jokulsa el del Espíritu, Seth y su compañera Morgana recibieron los amuletos de la Metamorfosis y la Luz respectivamente. La repartición de amuletos continuó de la siguiente manera: Thojorsa obtuvo el del Agua, Hekla el de la Tierra, Husavik el del Fuego, Holmavik el del Viento, Akureyli el del Trueno, Alkranes el del Hielo y Dantés recibió el Amuleto Síquico. Luego de hacer la entrega de los amuletos, los líderes de los Descendientes de los Doce partieron a su reunión con el Emperador, pero como era de esperarse nunca más se supo de ellos.




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