Legendario

Capítulo 1: El Día que No Debí Levantarme

"Sí, no debí levantarme ese día sabiendo que no iba a ser un buen día."

La venda sobre mis ojos está húmeda. No estoy seguro si es sudor o sangre, pero honestamente ya no importa. Las voces a mi alrededor murmuran números, órdenes, protocolos. Todo muy oficial para algo tan simple como dispararle a un adolescente.

"—responsable de la muerte de ciento veintidós personas—"

Ciento veintidós. Ni siquiera sabía que había contado tan alto. Mamá siempre decía que las matemáticas no eran lo mío.

"¿Algunas últimas palabras?"

Me echo a reír. No puedo evitarlo. Después de todo, siempre supe que esto iba a pasar eventualmente. Desde el primer día que me puse el nombre de "Legendario", sabía cómo iba a terminar esta historia. Solo que pensé que tendría más tiempo.

"Sí," digo, enderezando los hombros tanto como me permiten las cuerdas. "Deberían haber traído más balas."

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Bueno, supongo que les debo una explicación, ¿no?

Mi nombre es Sebastián Montemayor, tengo diecisiete años, y hasta hace seis meses era exactamente el tipo de estudiante que cualquier padre querría tener. Promedios perfectos, novia hermosa, familia con apellido que abre puertas, y el tipo de sonrisa que hace que las mamás de mis compañeros suspiren y digan "qué muchacho tan educado."

Todo muy normal. Todo muy aburrido.

Hasta que descubrí que por las noches podía convertirme en algo que haría que Stephen King necesitara terapia.

Pero vamos por partes. Les contaré mi historia, porque después de todo, en unos minutos ya no voy a poder hacerlo.

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Seis meses antes...

La alarma sonó a las 6:30 AM, como siempre. Mi habitación en el tercer piso de la mansión Montemayor tenía la mejor vista de toda la Colonia del Valle, pero esa mañana apenas la miré. Tenía examen de Química y una cita con Valeria después del colegio. Mi mundo se resumía a esas dos cosas.

"Joven Sebastián," la voz de doña Carmen me llegó desde el pasillo, "el desayuno está listo."

Carmen había sido el ama de llaves de mi familia desde antes de que yo naciera. Una mujer pequeña, de sesenta y tantos años, que parecía saber todo lo que pasaba en la casa antes de que pasara. Mis padres la respetaban, yo la quería, y ella... bueno, ella me toleraba con una paciencia que rayaba en lo sobrenatural.

Bajé corriendo las escaleras, con la corbata del uniforme colgando del cuello y los libros bajo el brazo. El comedor estaba vacío, como siempre. Papá ya habría salido a sus reuniones de negocios y mamá estaría en su clase de yoga o en el spa. O tal vez de compras. Honestamente, había dejado de llevar la cuenta de las actividades de mis padres.

"¿Pan tostado y jugo de naranja?" preguntó Carmen, aunque ya estaba sirviendo exactamente eso.

"Perfecto," sonreí, revisando mis mensajes. Valeria me había mandado un "buenos días ❤️" que hizo que sonriera como idiota.

Carmen me observó con esa mirada que había perfeccionado a lo largo de los años. Como si pudiera leer exactamente lo que estaba pensando.

"¿Ya tiene todo listo para el examen de Química?" preguntó mientras acomodaba el jugo frente a mí.

"Por supuesto. Soy un Montemayor, Carmen. No fracasamos en exámenes."

Ella asintió con una sonrisa pequeña, de esas que guardaba solo para mí.

"Claro que no, joven Sebastián. Solo... cuídese mucho hoy."

Me terminé el desayuno sin darle mayor importancia a sus palabras. Siendo honesto, a los diecisiete años uno tiende a creer que es invencible. Especialmente cuando tu apellido está grabado en placas de oro en medio de la ciudad y tu cuenta bancaria tiene más ceros de los que la mayoría de la gente ve en su vida.

Qué ingenuo era.

Si hubiera sabido lo que esa noche me esperaba, probablemente me habría quedado en cama y fingido estar enfermo.

Pero no lo hice.

Y ahí comenzó todo.




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