Legendario

Capítulo 2: Rutina Rota

El Colegio San Patricio era exactamente el tipo de lugar donde esperarías encontrar a un Montemayor. Instalaciones de primer mundo, profesores con doctorados europeos, y una matrícula que costaba más que el salario anual de la mayoría de las familias.

Llegué en el BMW que Carmen había dejado listo para mí. Sí, podía haberme ido con chofer, pero prefería manejar. Me gustaba esa ilusión de independencia, aunque el tanque siempre aparecía lleno por arte de magia.

—¡Sebas!

Valeria apareció corriendo desde la entrada principal, su cabello castaño rebotando con cada paso. Llevaba el uniforme como si fuera alta costura: falda plisada azul marino, blusa blanca impecable, y esa sonrisa que había conquistado no solo a mí, sino probablemente a la mitad del colegio.

—Pensé que habías olvidado que teníamos que repasar Química —me dijo, colgándose de mi brazo como si fuera lo más natural del mundo.

—Un Montemayor no olvida compromisos —respondí, aunque honestamente sí había estado a punto de olvidarlo—. Además, ¿cuándo te he fallado?

Ella se rió, y ese sonido hizo que todo lo demás desapareciera por un momento. Tres años de relación y todavía me hacía sentir como si fuera la primera vez.

Caminamos hacia el edificio principal y, como siempre, las miradas nos siguieron. No era solo por Valeria, aunque definitivamente ayudaba. Era por nosotros como pareja. La realeza adolescente de San Patricio.

Pero algo estaba diferente esa mañana. Había menos estudiantes en los pasillos, y los que estaban susurraban en grupos pequeños. El ambiente tenía esa tensión extraña que aparece cuando algo importante ha cambiado.

—¿Estudiaste anoche? —me preguntó mientras subíamos las escaleras hacia el aula de Química.

—Por supuesto —mentí sin pestañear. En realidad había estado... ocupado hasta muy tarde. Pero eso ella no necesitaba saberlo.

—Sebas —su voz cambió de tono, volviéndose más preocupada—. ¿Ya te enteraste que cancelaron el festival de fin de año?

—¿En serio? —Fruncí el ceño, aunque internamente una parte de mí ya sabía por qué.

—Sí, la directora hizo un anuncio antes de primera hora. Algo sobre eventos violentos recientes en la ciudad y que por seguridad no van a hacer actividades que terminen después de las seis de la tarde. —Valeria bajó la voz—. También cancelaron los entrenamientos de fútbol vespertinos, el club de debate, y hasta las tutorías nocturnas.

Mi estómago se hundió. Las cosas estaban escalando más rápido de lo que pensaba.

—¿Qué tipo de eventos violentos? —pregunté, tratando de sonar casualmente curioso.

—Nadie ha dado detalles oficiales, pero se rumorea que han habido ataques extraños por la ciudad. Aparentemente han encontrado... —Valeria se estremeció—. Bueno, cosas que no se supone que deberían existir.

*Mierda.*

—Mi papá ha estado llegando tardísimo a casa estas últimas semanas —continuó—. Y ayer lo escuché hablando por teléfono sobre heridas que no coinciden con ningún animal conocido. Se veía muy alterado.

Ahí estaba. La confirmación de que mi mundo nocturno estaba filtrándose al diurno.

—Seguramente son solo precauciones exageradas —le dije, apretando su mano—. Ya sabes cómo son los adultos con estas cosas.

Durante el examen de Química, no pude concentrarme completamente. Las preguntas sobre enlaces covalentes se mezclaban en mi mente con preocupaciones sobre qué tanto habían descubierto las autoridades. ¿Sabían sobre nosotros? ¿Sobre los vampiros? ¿O solo estaban viendo los resultados sin entender las causas?

—Tiempo —anunció el profesor Martínez.

Entregué mi examen sabiendo que había contestado bien la mayoría, pero con la sensación de que algo fundamental había cambiado. La burbuja de normalidad en la que había vivido los últimos meses se estaba agrietando.

Durante el almuerzo, me senté con Valeria en la cafetería VIP donde los estudiantes de familias importantes teníamos nuestro propio espacio. Ella picoteaba su ensalada mientras yo apenas tocaba mi sandwich.

—Rodrigo me dijo que su hermano trabaja en el hospital —murmuró, mirando alrededor para asegurarse de que nadie más escuchara—. Dice que han llegado pacientes con heridas muy raras. Como si hubieran sido atacados por animales enormes.

Tragué saliva. Esos animales enormes éramos nosotros.

—¿Y qué más dice? —pregunté, odiándome por alimentar su curiosidad.

—Que los doctores están confundidos porque las heridas son demasiado grandes para perros o gatos normales, pero... —Valeria bajó aún más la voz—. Pero tienen patrones demasiado específicos para ser casuales. Como si fueran de criaturas que saben exactamente cómo atacar.

Porque sí sabíamos cómo atacar. Habíamos tenido que aprender rápido.

El resto del día escolar pasó en una neblina de clases y conversaciones superficiales. Respondí preguntas sobre la próxima fiesta en casa de mis padres, sonreí para las fotos que algunos compañeros querían tomarse conmigo, y mantuve esa fachada de joven Montemayor perfecto que había perfeccionado durante años.

Pero por dentro, ya estaba planeando la noche.

A las 4:30 PM, acompañé a Valeria hasta donde su chofer la esperaba.

—¿Nos vemos mañana? —preguntó, poniéndose de puntitas para besarme.

—Siempre —respondí, aunque una parte de mí se preguntaba si sería cierto.

La vi alejarse en el auto negro, y me quedé ahí parado unos segundos más de lo necesario. No sabía por qué, pero algo en mi pecho se sentía pesado. Como si fuera la última vez que la vería sonreír así.

Debí haber hecho caso a esa sensación.

Pero no lo hice.

En lugar de eso, me fui a casa a prepararme para otra noche siendo alguien completamente diferente.




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