Legendario

Capítulo 3: La Transformación

La mansión Montemayor estaba tan silenciosa como siempre cuando llegué. Mis padres seguían en sus mundos paralelos de reuniones de negocios y eventos sociales, probablemente sin haberse dado cuenta de que su hijo había salido esa mañana.

Subí las escaleras de dos en dos, fingiendo que tenía prisa por hacer tarea. Pero en realidad, solo quería llegar a mi habitación sin encontrarme con nadie. Necesitaba tiempo para prepararme mentalmente para lo que venía.

Cerré la puerta de mi cuarto y me dejé caer en la cama. Desde la ventana podía ver toda la ciudad extendiéndose hacia el horizonte. Durante el día, se veía pacífica, normal. Nadie imaginaría que cuando cayera la noche, se convertiría en un campo de batalla.

Mi teléfono vibró. Un mensaje de texto sin número identificado:

"Reunión a las 11. Lugar de siempre. Tenemos problemas. - L"

L de Luna. Nuestra líder. La única del grupo que conocía nuestras identidades reales, aunque nosotros no sabíamos quién era ella durante el día. Era más grande que nosotros, tal vez de veinte años, y había sido quien me encontró esa primera noche cuando todo cambió.

Borré el mensaje automáticamente. Era protocolo.

Las siguientes horas pasaron en una rutina que había perfeccionado: cena rápida con mis padres ausentes, una llamada con Valeria donde fingí estar agotado por el examen, y después la espera. Siempre la espera.

A las 9:30 PM, cuando la casa finalmente se quedó en silencio, comencé los preparativos.

Primero, la ropa. Jeans oscuros, sudadera negra, tenis que pudiera desechar si se ensuciaban demasiado. Nada que me identificara como Sebastián Montemayor. Nada que gritara dinero o privilegio.

Después, el teléfono desechable que guardaba en un compartimento secreto de mi escritorio. Era mi única forma de comunicación con el grupo, y lo cambiaba cada dos semanas.

Estaba revisando que tuviera batería cuando escuché los pasos de Carmen en el pasillo.

Mierda. Normalmente a esta hora ya estaba en su cuarto.

Escondí rápidamente el teléfono y me tiré en la cama con un libro de Literatura, fingiendo estudiar.

Tocó la puerta suavemente.

—Joven Sebastián, ¿puedo pasar?

—Claro, Carmen.

Entró con una bandeja que tenía leche tibia y galletas. Su ritual nocturno cuando notaba que yo estaba "estresado". Que, siendo honesto, últimamente era todas las noches.

—Pensé que podría necesitar algo antes de dormir —dijo, dejando la bandeja en mi mesa de noche.

—Gracias. Eres la mejor.

Se quedó ahí parada por un momento, observándome con esa mirada que siempre me ponía nervioso. Como si pudiera ver a través de todas mis mentiras.

—Joven Sebastián —su voz tenía un tono diferente. Más serio—. Tenga mucho cuidado esta noche.

Mi corazón se detuvo.

—¿Esta noche? Carmen, voy a quedarme aquí estudiando y después a dormir.

Ella sonrió, pero fue una sonrisa triste.

—Esto es el mundo real, joven. No hay gente con poderes sobrenaturales que resista todo como inmortales.

La frase me golpeó como un puñetazo. Durante un segundo, solo pude quedarme ahí sentado, procesando lo que acababa de escuchar.

¿Cuánto sabía? ¿Desde cuándo lo sabía?

—Carmen, yo no sé de qué hablas...

—Por favor —me interrumpió suavemente—. Llevo cuidándolo desde que tenía tres años. Sé cuándo miente, sé cuándo está preocupado, y sé que algo ha cambiado en usted estos últimos meses.

Se acercó y me acomodó el cabello, como hacía cuando era pequeño.

—No sé exactamente qué está haciendo por las noches, pero sea lo que sea, es peligroso. Y usted no es tan invencible como cree.

—Carmen...

—No me diga nada —susurró—. Es mejor que no sepa los detalles. Pero por favor, por favor, tenga cuidado. No quiero perderlo.

Salió de la habitación tan silenciosamente como había llegado, dejándome solo con mis pensamientos y una leche tibia que ya no tenía ganas de tomar.

Me quedé ahí sentado durante varios minutos, sintiendo como si el suelo se hubiera movido bajo mis pies. Carmen sabía. No todo, pero lo suficiente. Y en lugar de delatarme o tratar de detenerme, me estaba protegiendo.

Como siempre lo había hecho.

A las 10:45 PM, abrí la ventana de mi habitación y salí por la escalera de emergencia que había instalado secretamente el año anterior. Era un sistema simple pero efectivo: nadie revisaba el tercer piso, y el jardín trasero tenía suficientes árboles para esconderme.

Mientras caminaba por las calles oscuras hacia el punto de reunión, sentí esa familiar sensación de hormigueo bajo la piel. Mi cuerpo ya se estaba preparando para lo que venía.

Sebastián Montemayor se quedó en esa habitación junto con la leche tibia y las preocupaciones de Carmen.

En las calles nocturnas, solo existía Legendario.

Y esa noche, Legendario tenía trabajo que hacer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.