El punto de reunión era un edificio abandonado en la zona industrial, lejos de las cámaras de seguridad y las patrullas policiales. Durante el día, era solo otra estructura olvidada. Durante la noche, se convertía en nuestro cuartel general.
Llegué diez minutos antes de las once, como siempre. Ser puntual era una de las pocas costumbres de Sebastián Montemayor que Legendario había conservado.
Los demás ya estaban ahí.
Víbora estaba sentada en una viga de metal, balanceando las piernas como si estuviera en un parque infantil en lugar de a quince metros del suelo. Durante el día era una estudiante más, probablemente de algún colegio público. Durante la noche, se transformaba en un jaguar negro del tamaño de un auto pequeño. Era la más silenciosa de todos nosotros, y definitivamente la más letal.
Tormenta se paseaba de un lado a otro, su energía nerviosa llenando todo el espacio. Era un año menor que yo, tal vez dieciséis, y se convertía en algo que era mitad lobo, mitad pesadilla. Durante el día debía ser de esos chicos tímidos que se sentaban al fondo del salón. Durante la noche, era pura destrucción controlada.
Cazadora estaba afilando unas dagas improvisadas con metal que había encontrado por ahí. Su forma felina era un puma de color dorado, rápida como el rayo y con un temperamento que hacía que los vampiros la evitaran a toda costa. Por su forma de hablar y moverse, probablemente venía de dinero, como yo. Aunque nunca lo habíamos confirmado.
Y finalmente, Luna.
Luna era diferente a todos nosotros. Más grande, más fuerte, más... antigua, supongo. Se transformaba en un lobo completamente blanco, del tamaño de un caballo, con ojos que brillaban como plata líquida en la oscuridad. Era nuestra líder no solo porque fuera la más poderosa, sino porque parecía entender las reglas de este mundo sobrenatural mejor que cualquiera de nosotros.
—Llegaste —dijo Luna sin levantar la vista del mapa que tenía extendido sobre una mesa improvisada—. Bien. Tenemos problemas.
—¿Qué tipo de problemas? —pregunté, aunque por la conversación con Valeria ya me imaginaba la respuesta.
—Las autoridades están empezando a conectar los puntos —Víbora saltó desde la viga, aterrizando sin hacer ruido—. Demasiados ataques, demasiadas evidencias.
—Los vampiros se están volviendo descuidados —agregó Cazadora, probando el filo de su daga—. Antes eran más cautelosos. Ahora parecen desesperados.
Luna asintió, señalando varios puntos marcados en rojo sobre el mapa.
—Anoche atacaron a tres familias en la zona residencial. Durante meses se habían limitado a vagabundos y personas que nadie echaría de menos. Pero esto... —Trazó un círculo alrededor de los puntos rojos—. Esto va a llamar la atención equivocada.
—Ya la llamó —murmuré—. Hoy cancelaron todas las actividades nocturnas en mi colegio.
Todos me miraron.
—¿Qué más sabes? —preguntó Luna.
—Las autoridades están hablando de heridas que no coinciden con ningún animal conocido. Los rumores se están extendiendo. La gente está empezando a hacer preguntas.
El silencio que siguió fue incómodo.
—¿Algo más específico? —Tormenta dejó de pasearse.
—Solo que están investigando. Y eso ya es suficientemente malo.
Luna cerró los ojos por un momento, como si estuviera procesando toda la información.
—Está bien —dijo finalmente—. Podemos manejar esto. Solo tenemos que ser más cuidadosos.
—¿Más cuidadosos? —Cazadora soltó una risa amarga—. Luna, si las autoridades ya están investigando, ser cuidadosos no va a ser suficiente.
—¿Entonces qué sugieres? —le espetó Tormenta—. ¿Que nos rindamos y dejemos que los vampiros conviertan la ciudad en su buffet personal?
—Sugiero que tal vez es hora de considerar... otras opciones.
El aire se volvió tenso. Todos sabíamos a qué se refería Cazadora. Habíamos hablado de eso antes, en esas noches donde los vampiros habían sido especialmente brutales.
—No —dijo Luna con una voz que no admitía discusión—. No vamos a cruzar esa línea.
—¿Qué línea? —pregunté, aunque tenía una idea de la respuesta.
Víbora fue quien respondió, su voz tan fría como su forma felina:
—La línea entre proteger a los inocentes y eliminar a cualquiera que se interponga en nuestro camino.
Luna se acercó al centro del grupo.
—Esta noche vamos a hacer una patrulla normal. Zona este, como estaba planeado. Pero van a tener cuidado extra de no dejar evidencias. Nada de sangre, nada de testigos, nada que pueda rastrearse hasta nosotros.
—¿Y si nos descubren? —preguntó Tormenta.
Luna lo miró directamente a los ojos.
—Entonces improvisamos.
No me gustó para nada cómo sonó esa palabra.
Pero ya era muy tarde para cuestionamientos. A la distancia, el primer aullido de la noche rompió el silencio de la ciudad.
Los vampiros habían salido a cazar.
Y nosotros teníamos que detenerlos.
—¿Listos? —preguntó Luna.
Asentimos todos.
Lo que no sabíamos era que esa sería la última noche en que las cosas serían relativamente simples.
En unas horas, la palabra "improvisamos" tomaría un significado completamente diferente.
Y ciento veintidós personas pagarían el precio.
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Editado: 08.09.2025