Legendario

Capítulo 6: Fuera de Control

Lo que siguió no fue una pelea.

Fue una masacre.

Tormenta no solo se transformó: explotó. Su lobo gris creció hasta alcanzar el tamaño de Luna, pero donde ella irradiaba control y majestuosidad, él se convirtió en pura furia primitiva. Sus ojos se volvieron completamente blancos, y de su garganta salió un aullido que hizo que los cristales de las ventanas cercanas se resquebrajaran.

Los vampiros que lo tenían sujeto fueron los primeros en morir.

No hubo técnica, no hubo estrategia. Tormenta simplemente los desgarró con una violencia que nunca habíamos visto antes. Sangre vampírica salpicó las paredes del callejón como pintura negra.

—¡Tormenta, detente! —rugió Luna, pero era demasiado tarde.

El chico ya no estaba ahí. En su lugar había una bestia que atacaba todo lo que se moviera. Y desafortunadamente, en ese momento, eso incluía a cualquier cosa que tuviera pulso.

Los vampiros restantes entraron en pánico. Su plan perfecto se había convertido en una pesadilla, y varios intentaron huir. Pero Víbora había bloqueado las salidas, y Cazadora se movía tan rápido que era imposible seguirla con la vista.

Fue entonces cuando escuché los gritos.

No de los vampiros. Esos no gritaban cuando morían; simplemente se desintegraban en polvo.

Eran gritos humanos.

La pelea había salido del callejón. Tormenta, en su estado de furia ciega, había derribado una puerta trasera del club y había entrado al edificio principal. Las luces estroboscópicas y la música a todo volumen no habían permitido que la gente se diera cuenta de lo que pasaba afuera, pero ahora...

Ahora había un lobo del tamaño de un caballo destrozando todo a su paso.

—¡MIERDA! —rugí, corriendo hacia la entrada del club.

Luna me siguió, pero los vampiros restantes aprovecharon la confusión para reagruparse. No todos habían huido. Los más inteligentes se dieron cuenta de que el caos era la oportunidad perfecta para alimentarse.

Dentro del club, todo era pánico absoluto.

La música había parado. Las luces normales se habían encendido, revelando una escena que parecía sacada de una película de terror. Mesas volteadas, gente corriendo en todas direcciones, y en el centro de todo, Tormenta atacando a cualquier cosa que se moviera.

No distinguía entre vampiros y humanos. Para él, en ese estado, todos eran amenazas que debían ser eliminadas.

—¡Tormenta! —grité, tratando de llegar hasta él.

Pero había demasiada gente, demasiado caos. Cada segundo que pasaba, más humanos inocentes se interponían en su camino.

Y Tormenta no se detenía.

Víbora apareció de la nada, aterrizando sobre dos vampiros que estaban aprovechando la confusión para atacar a un grupo de chicas que se habían escondido detrás de la barra. Los despedazó en segundos, pero el daño ya estaba hecho.

Los humanos la habían visto.

Cazadora entró por otra puerta, persiguiendo a un vampiro que había agarrado a un bartender. Lo alcanzó justo cuando el vampiro estaba a punto de morder a su víctima, pero la fuerza de su ataque los mandó a los tres contra una columna de carga.

La columna se agrietó.

Y entonces escuché el sonido más aterrador de mi vida: el crujido del techo comenzando a ceder.

—¡EVACUEN EL EDIFICIO! —rugí con toda la fuerza que mis pulmones transformados me permitían.

Pero era demasiado tarde.

La parte trasera del club comenzó a colapsar.

La gente que había estado corriendo hacia las salidas principales se encontró atrapada cuando las vigas empezaron a caer. Algunos lograron escapar. Otros...

Otros no tuvieron tanta suerte.

Tormenta seguía en su estado de furia, atacando ahora los escombros como si fueran enemigos vivos. Luna finalmente logró llegar hasta él, pero no antes de que derribara otra pared de soporte.

El resto del techo se vino abajo.

Durante los siguientes minutos, todo fue polvo, gritos, y el sonido ensordecedor de toneladas de concreto y metal cayendo.

Cuando finalmente se detuvo, el silencio era peor que el caos.

Estaba enterrado bajo una viga de metal, con el costado sangrando y una pata trasera que probablemente estaba rota. Pero estaba vivo.

No todos habían tenido la misma suerte.

A través del polvo y los escombros, pude ver cuerpos. Muchos cuerpos. Algunos se movían, gemían, pedían ayuda.

Otros estaban completamente inmóviles.

Tormenta finalmente había vuelto en sí, pero era demasiado tarde. Estaba parado en medio de la destrucción, temblando, con sus ojos grises llenos de una comprensión horrible de lo que había hecho.

Luna logró transformarse de vuelta a forma humana y comenzó a revisar a los heridos, tratando de ayudar a los que aún tenían oportunidad.

Víbora y Cazadora se habían esfumado, probablemente siguiendo el protocolo de emergencia que habíamos establecido: si algo salía mal, desaparecían inmediatamente.

Pero yo no podía moverme. No físicamente, y tampoco emocionalmente.

Porque sabía que esto era solo el comienzo.

Las sirenas ya se escuchaban a la distancia, acercándose rápidamente. En unos minutos, este lugar estaría lleno de policías, paramédicos, y probablemente reporteros.

Y nosotros acabábamos de darles exactamente la evidencia que necesitaban para demostrar que los monstruos eran reales.

Cuando finalmente logré liberarme de los escombros y transformarme de vuelta, tenía sangre en las manos que no era mía.

Y por primera vez en seis meses, Sebastián Montemayor sintió verdadero miedo.

No por los vampiros.

Sino por lo que él mismo era capaz de hacer.




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