Legendario

Capítulo 8: La Actuación

La alarma sonó a las 6:30 AM, como siempre.

Pero esta vez, en lugar de levantarme automáticamente, me quedé ahí acostado durante cinco minutos completos, mirando el techo y tratando de convencerme de que todo había sido una pesadilla.

Hasta que escuché las voces de los reporteros en la televisión del piso de abajo.

—...un ataque sin precedentes que ha dejado veintitrés muertos y cuarenta y dos heridos en el popular club nocturno Midnight. Los testigos hablan de criaturas que describen como 'animales enormes' atacando tanto a clientes como al edificio mismo...

Me levanté y fui hacia la ventana. En la distancia, hacia la zona este, se podía ver una columna de humo negro elevándose hacia el cielo matutino.

Todavía estaba ardiendo.

—Joven Sebastián —la voz de Carmen desde el pasillo sonaba más formal que de costumbre—. El desayuno está listo.

Bajé las escaleras sintiéndome como si estuviera caminando hacia mi propia ejecución. En la televisión de la cocina, las imágenes de la noche anterior llenaban la pantalla. Ambulancias, bomberos, el edificio del club convertido en un montón de escombros humeantes.

Y en una esquina de la pantalla, el número que me perseguiría por el resto de mi vida: 23 MUERTOS.

Carmen había preparado el desayuno de siempre. Pan tostado, jugo de naranja, fruta picada. Como si nada hubiera cambiado. Como si el mundo no se hubiera terminado unas horas antes.

—Las autoridades están pidiendo que cualquier persona con información sobre los ataques se presente inmediatamente —dijo el reportero—. El alcalde ha declarado toque de queda desde las 8 PM hasta las 6 AM hasta que la situación esté bajo control.

Carmen cambió de canal sin decir palabra.

Comí en silencio, cada bocado sintiéndose como arena en mi garganta. El jugo de naranja sabía amargo, y la fruta parecía convertirse en cemento en mi estómago.

—¿Está listo para el colegio? —preguntó Carmen cuando terminé.

Asentí, sin confiar en mi voz.

—Recuerde —me dijo mientras me entregaba mi mochila—. Hoy es un día normal. Usted es Sebastián Montemayor, estudiante ejemplar. Nada más.

El viaje al colegio fue una tortura. En cada semáforo, la gente comentaba sobre los ataques. Los noticieros de radio no hablaban de otra cosa. Y yo ahí sentado, fingiendo escuchar música mientras por dentro me desmoronaba.

San Patricio estaba completamente alterado.

Grupos de estudiantes se amontonaban alrededor de cualquier dispositivo que tuviera acceso a internet, viendo videos grabados por testigos, leyendo testimonios, especulando sobre qué tipo de criaturas podrían haber causado tanta destrucción.

—¡Sebastián! —Valeria corrió hacia mí en cuanto me vio entrar—. ¿Ya viste las noticias? Es horrible.

Me abrazó, y por un segundo, el olor de su perfume logró hacer que el mundo se sintiera menos apocalíptico.

—Sí, vi algo en la mañana —mentí—. Terrible.

—Mi papá salió antes del amanecer. Dijo que era una emergencia y que probablemente no regresaría hasta muy tarde. —Valeria tenía ojeras, como si no hubiera dormido—. Nunca lo había visto así de alterado.

Su papá. El detective que ahora tenía evidencia real de que los monstruos existían.

—Seguramente va a estar muy ocupado con la investigación —logré decir.

Durante toda la mañana, fue lo mismo. Cada conversación giraba alrededor de los ataques. Los profesores trataban de mantener las clases normales, pero era imposible. Todos estaban distraídos, asustados, fascinados por el horror.

En Literatura, el profesor García había cancelado la clase planeada.

—Dadas las circunstancias —dijo—, vamos a hablar sobre cómo los eventos traumáticos afectan a las comunidades. ¿Alguien quiere compartir sus pensamientos sobre lo que pasó anoche?

Varias manos se levantaron inmediatamente.

—Yo creo que fueron animales que escaparon de algún laboratorio —dijo Andrea, una chica de mi clase—. Los videos muestran formas que no son normales.

—Mi hermano estaba en un bar cerca —agregó Carlos—. Dice que escuchó rugidos que sonaban como de leones, pero más grandes.

—¿Y qué hay de los testigos que hablan de criaturas inteligentes? —preguntó Sofía—. Algunos dicen que los ataques parecían coordinados.

Yo permanecí callado, sintiendo como si cada palabra fuera una acusación directa.

—Sebastián —me llamó el profesor García—. ¿Tú qué opinas?

Todas las miradas se volvieron hacia mí. Valeria me sonrió, esperando que dijera algo inteligente como siempre.

—Creo... —mi voz sonaba extraña en mis propios oídos—. Creo que hay cosas en este mundo que no entendemos. Y que tal vez es mejor así.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Andrea.

—Que a veces, cuando tratamos de entender los monstruos, corremos el riesgo de convertirnos en ellos.

El salón se quedó en silencio. El profesor García me miró con una expresión extraña, como si hubiera dicho algo mucho más profundo de lo que esperaba de un estudiante de bachillerato.

Valeria me apretó la mano bajo la mesa.

—Eso fue muy profundo, Sebas —murmuró.

Si supiera que no era filosofía, sino experiencia personal.

El resto del día fue una actuación constante. Sonreír cuando alguien hacía un chiste sobre los ataques. Fingir sorpresa cuando aparecían nuevos detalles en las noticias. Actuar como si las imágenes de los escombros no fueran algo que había visto desde adentro.

Pero lo peor llegó durante el almuerzo.

Rodrigo, el mismo que había mencionado a su hermano del hospital, se acercó a nuestra mesa con su teléfono en la mano.

—Tienen que ver esto —dijo, claramente emocionado—. Mi hermano me mandó fotos de las víctimas.

—Rodrigo, eso es horrible —protestó Valeria—. No queremos ver eso.

—No, escuchen. Dice que las heridas son imposibles. Como si hubieran sido hechas por garras del tamaño de cuchillos. Y hay marcas de mordidas que... —Rodrigo bajó la voz—. Que son más grandes que la boca de cualquier animal conocido.




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