Tres días después...
La vida siguió, como siempre lo hace después de las tragedias.
El Colegio San Patricio había implementado nuevas medidas de seguridad: guardias adicionales, puertas que se cerraban automáticamente a las 6 PM, y una política estricta de que ningún estudiante podía quedarse después del horario regular sin supervisión de un adulto.
Yo seguía siendo Sebastián Montemayor. Estudiante ejemplar, novio perfecto, hijo de familia prestigiosa. Pero era como actuar en una obra de teatro donde había olvidado mis líneas y tenía que improvisar cada escena.
—¿Estás bien? —me preguntó Valeria durante el receso, mientras caminábamos por el patio principal—. Has estado muy callado estos días.
—Solo cansado —mentí, ajustando mi mochila—. Mis padres han estado hablando de mandarme a estudiar afuera y estoy estresado por eso.
Era parcialmente cierto. Mis padres sí seguían insistiendo con la idea, y yo seguía dándoles largas.
—¿En serio? —Valeria se detuvo—. ¿A dónde?
—Suiza, probablemente. O Canadá. Algún lugar donde, según ellos, no haya 'monstruos sueltos.'
Valeria se rió, pero fue una risa nerviosa.
—No los culpo. Mi papá ha estado igual. Ayer me dijo que tal vez deberíamos irnos a quedar con mis tíos en el interior por un tiempo.
—¿Tu papá dijo eso?
—Sí. Y conoces a mi papá: él nunca huye de nada. —Valeria se mordió el labio inferior—. Pero esta vez parece realmente asustado. Como si supiera algo que no nos está diciendo.
Porque sí sabe algo.
Durante Matemáticas, no pude concentrarme en los logaritmos. Mi mente seguía regresando a esa noche: los gritos, el sonido del techo colapsando, la mirada de Tormenta cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
Y las veintitrés familias que ahora tenían que planear funerales.
—Señor Montemayor —me llamó la profesora Hernández—. ¿Podría resolver el problema del pizarrón?
Me acerqué al frente, tomé el marcador, y por un momento mi mente se quedó completamente en blanco. Los números no tenían sentido. Las letras se difuminaban.
—Sebastián —la profesora bajó la voz—. ¿Se encuentra bien?
—Sí, profesora. Solo... ¿puedo ir por un poco de agua?
Salí del salón y me dirigí al baño más cercano. Una vez ahí, me encerré en uno de los cubículos y traté de controlar la respiración.
Inhala. Exhala. Eres Sebastián Montemayor. Exámenes. Novia. Familia rica. Eso es todo.
Pero cuando cerré los ojos, lo único que podía ver eran escombros y cuerpos inmóviles.
El almuerzo fue peor.
Rodrigo había conseguido más información de su hermano del hospital, y estaba compartiendo cada detalle morboso con cualquiera que quisiera escuchar.
—Dice que los cuerpos tenían heridas que nunca había visto —susurraba, como si estuviera contando un chisme jugoso en lugar de describir una tragedia—. Como si hubieran sido atacados por varios animales diferentes al mismo tiempo.
Porque sí habían sido atacados por animales diferentes. Por nosotros.
—¿Y qué hay de las criaturas? —preguntó Sofía—. ¿Los doctores pudieron identificar qué eran?
—Esa es la parte más rara —Rodrigo se acercó más—. Encontraron muestras de cabello y saliva, pero cuando las analizaron... bueno, una parte era humana y otra parte era de animales que no están en ninguna base de datos.
Valeria se veía cada vez más pálida.
—Eso suena imposible.
—Lo sé. Pero mi hermano dice que los resultados son consistentes. Como si fueran... híbridos.
La palabra quedó flotando en el aire como una acusación.
—Eso es ridículo —dije, tal vez con demasiada fuerza—. Los híbridos no existen. Esto tiene que ser algún tipo de error en las pruebas.
Todos me miraron con sorpresa. Nunca había reaccionado tan bruscamente a nada.
—Solo digo que hay que ser racionales —agregué rápidamente—. No podemos empezar a creer en cuentos de hadas solo porque algo terrible pasó.
Valeria me miró con una expresión extraña.
—Tienes razón —dijo lentamente—. Pero... ¿no te parece que hay demasiadas coincidencias?
—¿Qué tipo de coincidencias?
—Los ataques siempre pasan de noche. Siempre en lugares donde hay vampiros... digo, donde podría haber actividad criminal nocturna. Y siempre hay evidencia de múltiples atacantes trabajando en equipo.
Porque somos múltiples atacantes trabajando en equipo.
—Además —continuó Valeria—, mi papá dice que quien haya hecho esto tenía conocimiento específico sobre el club. Sabían exactamente dónde atacar para causar el máximo daño.
El sandwich se me atoró en la garganta.
—Val, creo que estás leyendo demasiado en esto.
—Tal vez —murmuró—. O tal vez no lo suficiente.
Esa tarde, cuando llegué a casa, encontré a Carmen esperándome en la cocina con una expresión que no presagiaba nada bueno.
—Joven Sebastián —dijo sin preámbulos—. Necesitamos hablar.
En la mesa había un periódico abierto. En la portada, una foto del club destruido y un titular que hizo que se me helara la sangre:
"POLICÍA CONFIRMA: LOS ATAQUES FUERON REALIZADOS POR SERES SOBRENATURALES"
—Parece que ya no va a poder fingir que esto es normal —dijo Carmen suavemente.
Tenía razón.
El mundo había cambiado.
Y nosotros éramos los responsables.
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Editado: 01.09.2025