Marcus se lanzó hacia mí con garras extendidas, moviéndose con la velocidad sobrenatural de un vampiro centenario.
Hace seis meses, ese ataque me habría matado.
Ahora, lo intercepté en el aire y lo estrellé contra la pared de mármol con tanta fuerza que las grietas se extendieron por todo el panel.
La diferencia era brutal. Mi forma híbrida no solo era más grande y fuerte que antes: era más inteligente. Podía anticipar sus movimientos, sentir su siguiente ataque antes de que él mismo lo supiera.
Marcus se recuperó rápidamente, pero pude ver la sorpresa en sus ojos rojos.
—Imposible —rugió—. No deberías ser tan fuerte todavía.
—Sorpresa —repliqué, agarrándolo del cuello y levantándolo del suelo—. Resulta que diecisiete años de rabia reprimida son un gran motivador.
Lo arrojé hacia el centro de la sala, donde se estrello contra la mesa del buffet. Cristal y comida volaron por todas partes mientras los invitados humanos gritaban y corrían hacia las salidas.
Pero los vampiros no corrieron.
Se transformaron.
Elena fue la primera en mostrar su verdadera forma: una criatura pálida con garras como navajas y una velocidad que la convertía en un borrón. Se lanzó hacia mí desde un lado, tratando de abrirme la garganta.
La detuve con una mano y la mandé volando a través de la ventana principal. El sonido del cristal haciéndose pedazos fue como música.
David atacó al mismo tiempo que dos vampiros más que no había visto antes. Coordinaron su ataque perfectamente, viniendo desde tres direcciones diferentes.
Les mostré por qué eso era un error.
Agarré a David en el aire y lo usé como arma contra los otros dos. El impacto fue tan violento que los tres se convirtieron en un amasijo de extremidades y gritos. Cuando se separaron, David tenía el brazo derecho doblado en un ángulo imposible.
—¡SEBASTIÁN! —El grito de Valeria cortó el aire como un cuchillo.
Estaba acorralada contra la pared, con lágrimas corriendo por sus mejillas y una expresión de terror absoluto.
—¿Por qué? —susurró—. ¿Por qué estás haciendo esto?
Por un momento, la pregunta casi me detuvo. Casi me hizo recordar por qué había amado esa voz, esa cara, esa persona.
Casi.
—Pregúntale a tu familia —rugí—. Pregúntales cuánto tiempo llevan mintiendo.
Fue entonces cuando Tormenta entró por la puerta trasera.
Su transformación estaba completa, y la bestia gris que había emergido era pura destrucción sin control. Pero esta vez, esa falta de control tenía dirección.
Tenía propósito.
Tres vampiros trataron de detenerlo en el pasillo. Los despedazó sin ni siquiera reducir la velocidad. Sangre negra salpicó las paredes elegantes como pintura abstracta.
—¡TORMENTA! —rugió Eduardo—. ¡CONTRÓLATE!
—¿Controlarme? —Tormenta se rió, y el sonido era pura locura—. ¿Para qué? ¿Para que ustedes puedan seguir jugando con nosotros?
Se lanzó hacia Eduardo con una ferocidad que incluso a mí me impresionó. Eduardo era viejo, poderoso, experimentado en combate.
No importó.
Tormenta lo agarró de la cabeza y lo estrelló contra el suelo de mármol una, dos, tres veces. Cada impacto creaba un cráter más profundo en el piso.
—¡PAPÁ! —Valeria corrió hacia ellos.
Fue el peor error de su vida.
Porque yo me interpuse en su camino.
—No —le dije, agarrándola del brazo con más fuerza de la necesaria—. Él ya no es tu papá. Nunca lo fue.
—¡Suéltame! ¡Estás lastimándome!
—Todavía no —murmuré—. Pero puedo empezar.
Elena había regresado por la ventana rota, sangrando de múltiples cortes pero aún capaz de pelear. Se lanzó hacia Tormenta, tratando de ayudar a Eduardo.
La intercepté en el aire y la clavé contra la chimenea de piedra. El impacto fue tan violento que toda la estructura se agrietó.
—Mi turno —rugí.
Lo que siguió fue algo que había estado esperando hacer durante meses sin saberlo.
Elena trató de usar su velocidad contra mí, moviéndose en círculos, atacando desde ángulos impredecibles. Era una técnica que probablemente había perfeccionado durante décadas.
Pero yo era algo que ella nunca había enfrentado antes.
Cada vez que atacaba, yo estaba ahí esperándola. Cada movimiento que hacía, lo anticipaba. No porque fuera más rápido: era porque mi naturaleza híbrida me permitía pensar como vampiro mientras tenía la fuerza de licántropo.
La agarré durante uno de sus ataques y la estrellé contra el piano de cola. Las teclas explotaron en una cacafonía de sonidos rotos mientras el instrumento se desmoronaba bajo su peso.
—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —le grité mientras la levantaba del suelo por el cuello—. ¿Sabes lo que realmente me enfurece?
Elena trató de hablar, pero mi agarre no se lo permitía.
—Que realmente creí que era especial. Que realmente pensé que alguien podía amarme sin tener motivos ocultos.
La arrojé hacia donde Marcus estaba tratando de recuperarse. Ambos vampiros se estrellaron contra la escalera principal, y los barandales de hierro forjado se doblaron como plastilina.
El aire estaba lleno de gritos, sangre, y el sonido de muebles caros haciéndose pedazos.
Pero lo único que yo podía escuchar era mi propia risa.
Una risa que habría aterrorizado al Sebastián Montemayor de hace una semana.
Una risa que ahora se sentía como la cosa más natural del mundo.
Porque finalmente estaba siendo honesto.
Finalmente estaba mostrando lo que realmente era.
Y se sentía absolutamente perfecto.
Marcus logró ponerse de pie, sangrando de múltiples heridas pero aún consciente.
—Sebastián —jadeó—. Detente. Podemos hablar de esto.
—¿Hablar? —Me acerqué lentamente—. ¿Como cuando hablaste conmigo en el jardín? ¿Como cuando me explicaste que toda mi vida había sido una mentira?
—Todo lo que dijimos era verdad. Eres especial. Eres poderoso. Podrías gobernar junto a nosotros...
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Editado: 08.09.2025