Mientras yo terminaba con Marcus, pude escuchar a Tormenta riéndose.
No era la risa desesperada y aterrorizada que había tenido después del club. Era algo completamente diferente: pura alegría salvaje, como si finalmente hubiera encontrado su verdadero propósito en la vida.
—¡Vamos, Eduardo! —rugía mientras perseguía al padre de Valeria por el segundo piso—. ¡Pensé que los vampiros viejos eran más divertidos!
Eduardo había logrado llegar a las escaleras, pero Tormenta lo alcanzó a mitad del camino. En lugar del ataque descontrolado que esperaba, Tormenta ejecutó un movimiento perfectamente calculado: lo agarró de los tobillos y lo arrastró escaleras abajo, asegurándose de que cada escalón le rompiera algo diferente.
—¡Uno! —gritó Tormenta cuando Eduardo golpeó el primer escalón—. ¡Dos! ¡Tres!
Estaba contando. Disfrutando cada impacto como si fuera un juego.
—¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Oh, ese sonó como costillas rotas!
Cuando llegaron al final de la escalera, Eduardo estaba consciente pero claramente destrozado. Tormenta lo levantó por el cuello y lo miró directamente a los ojos.
—¿Sabes qué es lo mejor de esto? —le preguntó con genuina curiosidad—. Que ya no me siento mal por disfrutarlo.
Eduardo trató de hablar, pero Tormenta apretó más.
—Shhh, déjame terminar. Verás, durante semanas me sentí horrible por lo que pasó en el club. Todas esas personas inocentes que murieron por mi culpa. —Su sonrisa se amplió—. Pero ahora me doy cuenta de que no era culpa lo que sentía. Era frustración por no haber podido disfrutarlo completamente.
—Tormenta... —jadeó Eduardo.
—¿Sí?
—Ve... al... infierno.
Tormenta inclinó la cabeza, como si estuviera considerando la sugerencia.
—Sabes qué, Eduardo? Creo que ya estoy ahí. —Su agarre se tensó—. Y me encanta.
El sonido que siguió hizo que incluso yo hiciera una pausa en mi propia destrucción.
Pero Tormenta no había terminado.
Elena había logrado recuperarse de mi último ataque y estaba tratando de escapar por la ventana trasera. Tormenta la vio y sonrió como un niño que acababa de ver su juguete favorito.
—¡Oh, no, no, no! —rugió, saltando sobre los escombros de lo que había sido la sala principal—. ¡La fiesta apenas está empezando!
La persecución que siguió fue una cosa hermosa y terrible de ver.
Elena era rápida, ágil, y conocía la casa mejor que nosotros. Pero Tormenta ya no era el licántropo descontrolado de antes. Había aprendido a enfocar su violencia, a usarla como una herramienta quirúrgica en lugar de un martillo.
La acorraló en la cocina, bloqueando sistemáticamente cada ruta de escape hasta que no tuvo más opción que enfrentarlo.
—Por favor —le rogó Elena—. No tienes que hacer esto.
—Tienes razón —admitió Tormenta—. No tengo que hacerlo.
Elena pareció aliviada por un segundo.
—Quiero hacerlo —continuó, y su sonrisa fue la cosa más aterradora que había visto en mi vida—. Y esa es una diferencia muy importante.
Lo que le hizo a Elena fue una obra de arte violenta. Cada movimiento era deliberado, calculado para causar el máximo dolor sin permitir que perdiera la consciencia demasiado rápido. Era como si hubiera estado estudiando anatomía vampírica durante años.
Mientras tanto, yo me había encontrado con David en el estudio de Eduardo.
—¡Esto es una locura! —gritaba mientras trataba de mantener una mesa de caoba entre nosotros—. ¡Somos familia! ¡Valeria te ama!
—Valeria ama a una mentira —rugí, saltando sobre la mesa y aterrizando directamente frente a él—. Y ustedes crearon esa mentira.
David trató de atacarme con una lámpara de bronce. La agarré en el aire y se la enterré en el estómago con tanta fuerza que atravesó completamente su cuerpo.
—¿Sabes cuál va a ser mi parte favorita de todo esto? —le pregunté mientras lo veía doblarse de dolor.
—¿Cuál? —jadeó.
—Que cuando termine contigo, voy a regresar arriba y le voy a explicar a Valeria exactamente quién era su familia realmente.
—Ella... ella va a odiarte...
—Sí —asentí—. Probablemente. Pero al menos va a odiarme por ser honesto.
Lo levanté del suelo y lo arrojé contra la biblioteca. Los libros volaron por todas partes mientras su cuerpo se estrellaba contra los estantes de madera.
Pero David no se rindió. Era más joven, más desesperado, y tenía la ventaja de estar luchando por su vida.
Se lanzó hacia mí con las garras extendidas, pero en lugar de esquivar, me quedé inmóvil y dejé que me atacara.
Sus garras se enterraron profundamente en mi pecho, pero lo que él no esperaba era que mi sangre híbrida actuara como ácido en sus heridas.
David gritó y trató de retroceder, pero yo lo agarré de las muñecas.
—¿Dolió? —pregunté con genuina curiosidad—. Porque esto va a doler mucho más.
Comencé a apretar lentamente. David trató de liberarse, pero la diferencia de fuerza era abismal.
—Por favor... —susurró.
—¿Por favor qué? ¿Por favor como le rogó esa gente en el club antes de que Tormenta los destrozara? ¿Por favor como le rogué mentalmente a mi familia durante años que me prestara atención?
Sus muñecas comenzaron a crujir.
—¿Por favor como les rogué a todos los dioses que existieran que alguien me amara realmente?
Crack.
David gritó cuando sus huesos se rompieron.
—Bueno —dije, soltándolo—. Ya no vas a poder rogar más.
Cuando regresé a la sala principal, Tormenta estaba parado en medio de la destrucción, cubierto de sangre que no era suya, respirando pesadamente pero con una expresión de completa satisfacción.
—¿Terminaste? —me preguntó.
—Casi.
Valeria seguía acurrucada contra la pared, mirando alternadamente los cuerpos destrozados de su familia y a nosotros. Sus ojos estaban vacíos, como si su mente hubiera decidido desconectarse para protegerse.
—Val —le dije suavemente, acercándome en forma humana.
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Editado: 08.09.2025