Legendario

Capítulo 19: El Último Amanecer

La primera patrulla policial no fue problema.

Tres autos, seis oficiales, armas estándar. Los despachamos en menos de cinco minutos sin siquiera reducir la velocidad. Pero sabía que era solo el comienzo.

—¡Por aquí! —rugió Tormenta, señalando hacia el distrito financiero—. ¡Más luces, más diversión!

Su entusiasmo era contagioso. Durante las siguientes dos horas, nos movimos por la ciudad como una tormenta de destrucción pura. No solo estábamos atacando objetivos específicos: estábamos mandando un mensaje.

Ya no nos escondemos.

Los refuerzos llegaron gradualmente. Primero fueron más patrullas regulares. Después llegaron las unidades especiales. Y cuando se dieron cuenta de que las armas normales no funcionaban, llamaron al ejército.

—¡SEBASTIÁN! —Tormenta me gritó desde el techo de un edificio de oficinas—. ¡Tanques!

Miré hacia la avenida principal. Efectivamente, tres tanques militares avanzaban hacia nuestra posición, seguidos por vehículos blindados llenos de soldados.

—¡Finalmente! —rugí—. ¡Una pelea justa!

Saltamos desde el edificio directo hacia el primer tanque. El impacto de nuestros cuerpos contra el metal fue como un trueno, y el vehículo se volcó inmediatamente.

Los soldados abrieron fuego, pero éramos demasiado rápidos, demasiado impredecibles. Además, mi naturaleza híbrida me estaba dando una resistencia que no había experimentado antes. Las balas que lograban golpearme apenas me ralentizaban.

Tormenta no tenía la misma suerte.

—¡ARRGH! —rugió cuando una ráfaga de ametralladora le dio en el costado.

Se recuperó rápidamente, pero pude ver que estaba comenzando a cansarse. Su transformación prolongada lo estaba agotando de una manera que a mí no me afectaba.

—¡Tormenta! —le grité mientras destrozaba el segundo tanque—. ¡Tienes que dosificar tu energía!

—¡Estoy bien! —me gritó de vuelta, pero su voz sonaba menos firme que antes.

La persecución continuó durante horas. Nos movíamos de distrito en distrito, siempre un paso adelante de las fuerzas militares, dejando destrucción en cada lugar donde parábamos. Autos volcados, edificios dañados, soldados heridos pero vivos.

Porque, a pesar de todo, no estábamos matando humanos inocentes. Solo estábamos... expresándonos.

Pero cuando las primeras luces del amanecer comenzaron a aparecer en el horizonte, me di cuenta de que algo estaba mal.

Tormenta se había ralentizado considerablemente. Su respiración era laboriosa, y había comenzado a cojear de la pata trasera izquierda.

—¡Tormenta! —lo llamé cuando se tropezó al saltar entre dos edificios.

—Estoy... estoy bien... —jadeó, pero era obvio que no era cierto.

Su transformación comenzó a fluctuar. Por segundos regresaba a forma humana antes de volver a cambiar, como si su cuerpo ya no pudiera mantener la forma animal.

—No puedes seguir así —le dije cuando finalmente paramos en una azotea para recuperar el aliento.

—Sí puedo...

—No, no puedes. Y los dos lo sabemos.

A nuestros pies, la ciudad entera estaba despertando. Miles de sirenas creaban una sinfonía de caos. Helicópteros militares sobrevolaban la zona. Era como si hubiera comenzado una guerra.

Y supongo que así era.

—Tormenta —le dije, volviendo a forma humana—. Tienes que irte.

—¿Qué? ¡No! ¡No voy a dejarte solo!

—No me estás dejando solo. Me estás dando la oportunidad de terminar esto como debe ser.

Tormenta me miró con confusión.

—¿De qué hablas?

—Hablo de que ya cumplí mi venganza. Marcus está muerto. Eduardo está muerto. Carmen... bueno, Carmen ya no va a manipular a nadie más. —Sonreí—. Mission accomplished.

—Pero podemos seguir. Podemos...

—¿Podemos qué? ¿Huir para siempre? ¿Convertirnos en criminales fugitivos durante el resto de nuestras vidas?

Tormenta no respondió, pero pude ver en sus ojos que sabía que tenía razón.

—Escúchame —continué—. Encuentra a Luna, Víbora y Cazadora. Escóndanse. Manténganse bajo perfil hasta que todo esto se calme. Vuelvan a ser los héroes que siempre quisieron ser.

—¿Y tú?

—Yo voy a darles la distracción que necesitan para desaparecer.

Tormenta procesó mis palabras lentamente.

—Te van a capturar.

—Probablemente.

—Te van a ejecutar.

—Casi seguramente.

—¿Y eso no te molesta?

Miré hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a salir sobre una ciudad que nunca volvería a ser la misma.

—¿Sabes qué es lo curioso? —dije—. No. No me molesta para nada.

—¿Por qué?

—Porque por primera vez en mi vida, fui completamente honesto sobre lo que soy. Por primera vez, no tuve que fingir, ni mentir, ni pretender ser alguien más. —Me volví hacia él—. Fue liberador.

Tormenta me estudió por un largo momento.

—¿De verdad quieres hacer esto?

—Quiero hacerlo.

Se transformó de vuelta a humano y me extendió la mano.

—Fue un honor luchar junto a ti, Sebastián Montemayor.

—Fue un honor luchar junto a ti... —Me di cuenta de que nunca había sabido su nombre real—. ¿Cómo te llamas realmente?

—Diego —sonrió—. Diego Ramírez.

—Fue un honor, Diego.

Nos dimos la mano como los hermanos en la oscuridad que nos habíamos convertido.

Diego saltó hacia el edificio adyacente y desapareció entre las sombras del amanecer. Lo vi alejarse hasta que ya no pude distinguirlo entre la geometría urbana.

Me quedé solo en la azotea, viendo como las fuerzas militares se reorganizaban en las calles de abajo. Sabían que estaba ahí. Era solo cuestión de tiempo antes de que subieran.

Saqué mi teléfono personal y escribí un último mensaje.

"Val, siento que hayas tenido que ver todo eso. Pero no siento haberlo hecho. Espero que algún día entiendas por qué. - S"

Lo envié y después arrojé el teléfono hacia la calle.

Las puertas de la azotea se abrieron de golpe. Veinte soldados con equipo antidisturbios entraron en formación, apuntándome con armas que probablemente habían sido diseñadas específicamente para criaturas como yo.




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