Y aquí estamos.
De vuelta al principio.
La plaza central estaba abarrotada. Miles de personas habían venido a ver la ejecución del "monstruo que aterrorizó la ciudad." Cámaras de televisión, reporteros, curiosos que querían ser parte de un momento histórico.
La primera ejecución pública de una criatura sobrenatural en la historia moderna.
Desde mi posición en la plataforma, con las manos atadas y la venda sobre los ojos, podía escuchar los murmullos de la multitud. Algunos sonaban asustados. Otros, emocionados. La mayoría simplemente parecían fascinados por el espectáculo.
—Damas y caballeros —la voz del juez Morales resonó por los altavoces—. Hoy no solo ejecutamos a un criminal. Hoy mandamos un mensaje.
La multitud se calmó para escuchar.
—Sebastián Montemayor representa todo lo que no podemos tolerar en nuestra sociedad. Las criaturas que se esconden entre nosotros, pretendiendo ser humanas mientras planean nuestra destrucción. —Su voz se volvió más dura—. Los monstruos que corrompen a nuestros hijos, que destruyen nuestras familias, que convierten nuestras calles en campos de batalla.
Aplausos dispersos resonaron por la plaza.
—Pero quiero que sepan que este no es un caso aislado. Nuestras investigaciones han revelado que hay más criaturas como él ocultas en nuestra ciudad. Licántropos, vampiros, y otras abominaciones que no deberían existir.
Los aplausos se volvieron más fuertes.
—Y quiero que sepan que los encontraremos. A todos. No habrá lugar donde puedan esconderse, no habrá forma humana que puedan mantener, no habrá mentira que puedan sostener. Los cazaremos hasta el último, y cuando los encontremos...
El juez hizo una pausa dramática.
—Los ejecutaremos a todos.
La multitud rugió su aprobación.
Pero entre todos esos gritos de aprobación, pude escuchar algo más. Algo que me hizo sonreír bajo la venda.
Tres aullidos largos y bajos, provenientes de diferentes direcciones.
Luna, Víbora, y Cazadora estaban ahí.
En algún lugar entre esa multitud sedienta de sangre, mis antiguas compañeras estaban presenciando mi ejecución. Y por el tono de sus aullidos, sabía que no estaban ahí para despedirse.
Estaban ahí para entender.
Porque el discurso del juez había hecho exactamente lo que yo esperaba que hiciera: había confirmado que esta guerra apenas estaba comenzando.
—¿Algunas últimas palabras? —preguntó el comandante del pelotón.
—Sí —dije, enderezando los hombros tanto como me permitían las cuerdas—. Quiero agradecer al juez Morales.
Murmullos confundidos se extendieron por la multitud.
—¿Agradecerle por qué? —preguntó el comandante.
—Por confirmar exactamente lo que necesitaba escuchar. —Mi sonrisa se amplió—. Que no hay lugar para criaturas como nosotros en este mundo. Que no importa si tratamos de ser héroes o villanos: siempre seremos monstruos para ustedes.
La plaza se quedó en silencio.
—Así que gracias, juez. Gracias por hacer que mi muerte signifique algo. —Me reí—. Porque ahora mis amigos saben exactamente contra qué están luchando.
—¡SUFICIENTE! —rugió el juez—. ¡PROCEDAN CON LA EJECUCIÓN!
—¡APUNTEN!
Escuché el sonido metálico de las armas siendo levantadas.
—¡FUEGO!
Los disparos resonaron por toda la plaza como truenos.
Sentí el impacto de las balas atravesando mi pecho, mi estómago, mi corazón. Dolor explosivo, blanco y puro, que debería haber terminado todo inmediatamente.
Pero mi naturaleza híbrida tenía una última sorpresa.
No morí instantáneamente.
Caí al suelo, sangrando, agonizando, pero aún consciente. Y desde esa posición, con la cara contra el piso frío de la plataforma, comencé a reírme.
Era una risa que había estado conteniendo durante diecisiete años.
Una risa que contenía toda la rabia, toda la traición, toda la liberación de finalmente aceptar lo que era.
Una risa que hizo que la multitud retrocediera en horror.
Como respondiendo a mi risa, el cielo se oscureció. Nubes negras se acumularon de la nada, y el primer trueno rugió sobre la plaza.
La tormenta que comenzó no era natural. Era como si el universo mismo estuviera respondiendo a mi muerte.
La lluvia empezó a caer, mezclándose con mi sangre en charcos que se extendían por la plataforma.
Y entre los truenos y la lluvia, mi risa se convirtió en algo más profundo.
Se convirtió en un aullido.
Un aullido que resonó por toda la ciudad, llevado por el viento y la tormenta hasta cada rincón donde pudiera haber criaturas como yo escondidas.
Un aullido que decía: Ya no se escondan.
Un aullido que decía: Peleen.
Un aullido que decía: Ya les mostré el camino.
Cuando finalmente el aullido se desvaneció, y mi respiración se detuvo, y mi corazón dejó de latir, la tormenta siguió rugiendo.
Y en esa tormenta, llevadas por el viento hacia todos los rincones de la ciudad, se escucharon las palabras que fueron lo último que salió de mis labios:
—Creo que lo que se viene... Será aún más Legendario.
La muerte de Sebastián Montemayor fue el final de una historia.
Pero fue el comienzo de algo mucho más grande.
Algo que haría que mis ciento veintidós víctimas parecieran solo el primer capítulo de una guerra que apenas había comenzado.
Y en algún lugar de esa multitud, una licántropa, dos felinas y un lobo gris entendieron exactamente lo que tenían que hacer.
La leyenda había terminado.
Pero las leyendas nunca mueren realmente.
Solo se convierten en inspiración para otros.
FIN...
o tal vez,
el comienzo.
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Editado: 08.09.2025